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La lección que Kobe Bryant nunca ha aprendido

LOS ÁNGELES -- El tendón de Aquiles, esta vez del pie derecho, impidió que Kobe Bryant jugara más allá del segundo cuarto en la victoria de Los Angeles Lakers ante los New Orleans Pelicans (95-91).

"Sólo sé que en el tercer cuarto se estaba quejando y Gary Vitti (médico del equipo) me dijo que no jugaría más. No sé la extensión de lo que tiene, pero le debe estar molestando mucho", afirmó Byron Scott tras el encuentro.

Kobe abandonó el Staples Center junto a su esposa, por su propio pie y sin signos preocupantes de molestias. Pero le molesta, luego no juega, o lo que es lo mismo, si no juega es porque no puede. La precaución al respecto dejó de serla en el momento en que Kobe decidió que estaría presente en el encuentro ante los Pelicans. Se perdió el anterior ante el Utah Jazz por la misma razón después de que el último periodo ante Oklahoma City Thunder le dejara el Aquiles tocado. Una precaución real hubiera sido no vestirse de corto.

A esta altura de la película, no hay razón aparente por la que Kobe haya dejado de llevar la voz cantante en las decisiones de cuándo juega y cuándo no. Desde la época de Phil Jackson, ningún coach ha sabido poner un límite a sus ansias competitivas, traducidas en minutos de juego. La Mamba Negra hace y deshace a su antojo y en la última temporada de su carrera la cosa sigue siendo igual. Tiene el calendario estudiado milimétricamente para poder llevar a cabo la gira de despedida por los estadios de la liga de la manera más precisa posible.

Los últimos partidos en determinados estadios son su prioridad. Desea saborear la última cucharada de miel antes de que se acabe y forzará la máquina lo máximo posible para aprovechar hasta la última gota. El jueves, los campeones Golden State Warriors reciben por última vez esta temporada a los Lakers en el Oracle Arena. Kobe tiene entre ceja y ceja poder participar en la cita.

Sin que se sepa si finalmente lo hará o no, su idea de imponer su presencia ante los Pelicans no fue acertada. Ni era el último juego ante la franquicia de Luisiana, Anthony Davis estaba activo (problemas de espalda), ni había necesidad alguna para forzar la máquina ante un partido en el que, dadas las circunstancias, los Lakers tan solo se jugaban los cuartos ante un rival directo en la única lucha que pueden librar esta campaña: la de lograr más chances de cara al próximo draft. Encima vencieron.

Los achaques físicos (tres operaciones desde 2013), la edad (37 años), y el número de temporadas que lleva en activo (20) no han sido suficientes para que Kobe aprenda la lección. Su cuerpo es cada vez más porcelana y menos conglomerado de huesos y músculos. Las lecciones de los últimos años se antojan insuficientes. El sobre esfuerzo le ha puesto barreras tan difíciles de superar como una fractura en el Aquiles del pie izquierdo, otra en la rodilla y una anomalía en el hombro que también le mantuvo nueve meses en el dique seco.

Kobe debería ser capaz de gestionar con más cabeza lo que le queda de carrera, porque ni Scott no nadie será capaz de hacerlo. Forzar de manera innecesaria pone en riesgo no sólo su plan de despedida, sino el Juego de Estrellas y quién sabe si los últimos Juegos Olímpicos que juegue en su vida. Cada mañana, Kobe debería repasar el libro de su propia vida y analizar los errores que nunca debería volver a cometer.