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Bruno Altieri 8y

Warriors tras la 73 y la despedida de Kobe Bryant: El adiós de una época

Cada época tiene sus ciudades. Sus héroes, sus mártires, sus mitos y sus costumbrismos, que se construyen a partir de lugares comunes. Lo que antes demoraba décadas en modificarse, hoy es cuestión de años y, por qué no, de meses. Los Chicago Bulls de Michael Jordan fueron un simbolismo puro de una era que significó la confirmación de la transnacionalización del juego, que había emergido con los duelos entre Magic Johnson y Larry Bird, y que se cristalizó en las manos del genio de North Carolina.

MJ hacía rebotar el balón en Chicago y el eco era un reguero de pólvora que se extendía por los diferentes países del mundo. La magia de la NBA, en los años '90, tuvo que ver con la televisión satelital: las hazañas podían conocerse hoy y ahora. Superman vestía la camiseta número 23 y podía demostrar, noche a noche, que el futuro se escribía con la yema de sus dedos. No hacía falta una bola de cristal para entender el proceder: más allá del trabajo de equipo dividido por roles, Phil Jackson nos enseñó a todos, desde el banco de suplentes, que en la NBA se podía ganar siendo todos para uno.

Era la época, el estilo, el proceder de manual de estilo de una Liga que sonreía a todos con la venta de la constelación que formaban sus estrellas. Y entonces, en esa lógica, surgió pocos años después el gran imitador que fue Kobe Bryant. Un talento maravilloso, un competidor obsesivo y tenaz, una leyenda del juego que esta noche brillará por última vez con el uniforme de Los Angeles Lakers. La carrera brillante de Kobe, muchas veces compartida con Shaquille O'Neal en los años de gloria de L.A., extendió la lógica del individualismo y la justificó con triunfos. Jackson tuvo, en Bryant, la réplica perfecta del modelo que había conquistado el mundo años atrás. La ofensiva triangular, la sumatoria de individualidades, el talento en estado puro para destruir toda clase de cimientos propuesta por cualquier rival de turno.

Y entonces, en el ostracismo, emergió la figura de un equipo que quebró el orden establecido de la NBA como se la conocía: los San Antonio Spurs. No se trata de hablar de triunfos o de metas conseguidas, sino de estilos. El cambio de paradigma del juego, que pasó de ser yo a ser nosotros. La belleza del básquetbol podía construirse a través de la sumatoria de partes, del sacrificio, del compromiso, de la cesión de intereses privados en función del bien común. Los fanáticos del juego tardaron años en entender que esto podía ser posible, y créanme que no hay que juzgarlos: cuando una persona desayuna, merienda y cena con un mensaje, es muy difícil que pueda asimilar con velocidad otro. Aún si ese mensaje es superador y se ejecuta con maestría.

Hoy estamos ante la confirmación que incluso lo de San Antonio puede resultar obsoleto. Los Golden State Warriors, campeones reinantes de la NBA, están a un triunfo de convertirse en el equipo que más triunfos consiguió (73), si es que logran vencer esta noche a los Memphis Grizzlies en casa. Pueden conseguirlo o no, pero lo importante no es la marca sino lo que significa para la Liga su estilo dinámico, asfixiante, enérgico y por momentos incomprensible. Nunca hubo un jugador como Stephen Curry, quien ha devuelto al básquetbol a sus orígenes; en un principio todo se trató de puntería y nada más. Encestar una esfera naranja en un orificio apenas mayor, desde la distancia que sea. Así lo entendió James Naismith y así lo ejecuta este muchacho, con la salvedad de que lo hace a la velocidad irritante de un videoclip. ¿Qué son los Warriors entonces? No son el yo, ni son el nosotros. Son una mezcla perfecta que activa con un interruptor lo que se requiere según las necesidades. Es un conjunto tan abrumador, tan revolucionario en su esencia, que por momentos se excede en sorpresa, con tiros sobrenaturales, a riesgo de carecer de épica. Lo sencillo no conoce de llantos ni de rezos; no parece haber cansancio ni desgaste en el proceder. Son máquinas entrenadas que razonan por sí mismas. Un videojuego hecho realidad que ha alcanzado el pico de rendimiento una semana antes de la postemporada.

Quizás esta sea la época en la que todo se mide por resultados sin importar qué pasa alrededor. Sin embargo, es interesante ver, de todos modos, la fidelidad de los jugadores de Golden State, y mucho tendrá que ver en ese proceso su entrenador, Steve Kerr, su asistente-entrenador, Luke Walton, y la propia gerencia. En eso radica, también, el éxito sostenido de la causa.

Esta noche será una noche de confirmaciones y despedidas. De alegrías y tristezas. Creemos conocer absolutamente todo de algo hasta que ese algo nos sorprende por última vez para dejarnos fuera de órbita. Es una injusticia del calendario que los Lakers y los Warriors jueguen a la misma hora, en diferentes estadios. El deceso y el nacimiento son polos opuestos de una película que no deja de escribirse jamás. La nueva escuela empuja, casi sin querer, a la vieja escuela hasta el fondo del río. Los más jóvenes no entenderán de qué se trata, pero los que peinan algunas canas, los que han pasado madrugadas apretando contra el pecho el amarillo y el púrpura, sabrán que la silla vacía quedará por siempre. Se va él y el corazón lo siente. No se trata de números ni de títulos: cuando algo se resquebraja por dentro, surge el aprendizaje. Cuando algo duele, aparece la oportunidad y el crecimiento.

Una nueva NBA estará desde esta misma noche entre nosotros.

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