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La reconstrucción inevitable de los San Antonio Spurs

Gregg Popovich llevó a cabo en los últimos años el truco más acabado de la historia del deporte profesional. El viejo sabio mostró una y otra vez a los ojos del mundo una cara evidente y otra escondida para generar la ilusión. Sorprender. Siempre sorprender.

El impacto se garantizó de manera sostenida, sin fisuras ni errores en el camino. El cuento efectista al estilo de Edgar Allan Poe. Todas las noches fueron la primera noche. Y, al igual que Sherezade, Pop logró esquivar la condena del sultán con creatividad e ingenio. Pero la realidad, tarde o temprano, le pone freno al sueño desmedido.

La reconstrucción que inició San Antonio hace años fue invisible. Nunca existió un equipo, franquicia o grupo que haya logrado algo así. Nunca. El éxito se dio en relegar protagonismo en función de un bien común, transformar roles sin cercenar personas, vivenciar un estilo por encima de los números. En el país de las estadísticas y los resultados tajantes. En la cultura del blanco o negro, sin grises. Todo eso lograron los Spurs en los últimos 15 años, transformando un mercado pequeño en ejemplo vivo para los poderosos. R.C. Buford, Pop y compañía ejecutaron la revolución y luego la evolución, para que la idea crezca al punto tal de ser una llama inextinguible.

Pero el tiempo, maldito tiempo, suele desgastar hasta las piedras más preciosas. Hablamos de ilusionismo porque los analistas se cansaron de decir que los Spurs estaban viejos. Hace no menos de ocho años que se repite esto como una verdad incuestionable. Y la realidad es que San Antonio fue cambiando sus piezas y transformando los roles, por eso jamás la franquicia sucumbió al protagonismo de los lugares estelares de competencia. En una Liga que acostumbra a vivir de las estrellas, los Spurs enseñaron que existen los jugadores sobresalientes, pero que no hay pieza imprescindible. No lo expresaron en una conferencia de prensa, ni en 140 caracteres de Twitter: lo hicieron a través del ejemplo latente de su trío estelar: Tony Parker, Manu Ginóbili y Tim Duncan.

En cualquier otro equipo, Ginóbili y Duncan ya estarían retirados, ocupando cargos de elite como embajadores de la Liga, asistentes técnicos, managers generales o bien disfrutando de los beneficios de carreras extraordinarias junto a sus familias. Pero la estructura los cobijó y les permitió seguir compitiendo a niveles insospechados con más de dos décadas de básquetbol intensivo en sus piernas. Los casos, de todos modos, son diferentes: Duncan jugó de una manera similar toda su carrera, recuperándose de manera milagrosa de los problemas en su espalda en los años de subcampeonato y campeonato, mientras que Ginóbili cambio su modo de jugar como ningún escolta natural lo ha hecho en el básquetbol profesional; un camaleón sobre la línea de la ruta: pasó de ser un anotador elástico a ser un base armador de inteligencia suprema. De arquero a estratega, con todo lo que eso significa. Transformó velocidad en mesura, videoclip en lectura metódica. Analizar el juego ha sido su gran virtud y no es casualidad que Manu salte desde sus inicios en la NBA desde el banco: no se trata sólo de ser un revulsivo, sino de detectar dónde está la llave del juego para abrir la puerta que haga falta cuando le toque ingresar. Acierto de Popovich, comprensión de Gino.

En esa transformación, el regreso de Ginóbili para jugar una temporada más no sería descabellado. Incluso más probable que el de Duncan. Para que nadie se confunda: no existe ninguna persona -al menos fuera del círculo íntimo de Manu- que sepa si el talento argentino seguirá jugando en la NBA. Las dudas a esta altura también conviven en sus entrañas, y a algo más de dos meses del comienzo de los Juegos Olímpicos de Río, su enfoque está en el seleccionado nacional.

San Antonio, de extraordinaria temporada regular, cayó a manos de Oklahoma City Thunder en Semifinales de Conferencia Oeste y recibió un mensaje que no debe pasar desapercibido. Necesita cambiar para poder pelear por todo. Billy Donovan empujó a los Spurs a un juego de básquetbol callejero dos contra dos (Kahwi Leonard y LaMarcus Aldridge vs. Russell Westbrook y Kevin Durant) y los sometió con su ritmo, poderío rebotero y velocidad. No es culpa de Pop ni de los jugadores texanos: la defensa asfixiante le impidió la circulación natural al equipo monocromático y por ende tuvo que abandonar su esencia, el alma de su juego en una instancia decisiva. Pensemos ahora en el equipo del momento, los campeones reinantes Golden State Warriors, y su némesis del Este, Cleveland Cavaliers. El básquetbol hoy es un juego de velocidad suprema en los dos costados para ejercer la diferencia.

¿Necesitan entonces los Spurs cambios drásticos? En absoluto, pero tampoco deben caer en la inacción. Estamos hablando de cortar una hemorragia por un tema de salud deportivo, no de realizar simplemente una cirugía estética para salir del paso y quitarse arrugas. San Antonio está comprometido con 70 millones con Aldridge, Leonard, Parker, Danny Green, Patty Mills y Kyle Anderson (además de tres millones de los siete garantizados en el contrato de Boris Diaw). Duncan, Manu y West tienen opciones de jugador por un combinado de 10.9 millones para 2016-17.

Más allá del truco de ilusionismo de Popovich, es tiempo de enfrentar la realidad de lo que muestra la Liga hoy en día. San Antonio necesita fichar piernas frescas de nivel, como hizo oportunamente con Aldridge, para acompañar precisamente al ex Blazers y a Leonard, y poder ser competitivo hasta el final del día. Este verano será una encrucijada de corazón para la directiva de San Antonio, porque posiblemente tenga que tomar decisiones difíciles como parte de una reconstrucción tan necesaria como inevitable.

Las decisiones familiares siempre se toman en conjunto y en San Antonio no será la excepción: los regresos de Manu y Duncan estarán supeditados a la evolución de Spurs como equipo en función de ir por todo. No se trata de poder estar, sino de permanecer para ser los mejores.

A esta altura de sus carreras, y de sus vidas, no existe necesidad ni motivación de quedarse por un premio menor a la búsqueda de un campeonato.