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El relativo final de una era con el retiro de Tim Duncan

Una gira de despedida por todas las canchas de la NBA, comerciales televisivos de presupuesto masivo, zapatillas especiales, Mariah Carey cantando el himno americano con su uniforme puesto, portadas y especiales de revistas dedicadas en su honor, pompas, fanfarrias, efectos especiales... Así se retiran con todos los honores muchas grandes leyendas. Pero Tim Duncan es diferente.

Su último partido no pasará a la historia como un evento especial. No metió 60 puntos, como Kobe Bryant en su despedida ante unos jugadores de Utah a los que solo les faltó llevar el uniforme verde de los Washington Generals. En lo que acabó siendo su despedida, Duncan lo hizo a su manera, con una actuación sólida y eficiente ante Oklahoma City. Enfrascando en una preciosa batalla ante las torres del Thunder, sus 19 puntos dieron la última esperanza a los moribundos Spurs, aunque sin evitar al final la eliminación de su equipo de siempre.

Tras ese partido, su estilo no cambió. Silencio absoluto, sin ni siquiera permitir filtración alguna, hasta tomar su decisión definitiva. Su retirada fue anunciada al mundo en un sobrio comunicado emitido por la franquicia, dedicando eso sí ocho párrafos a una selección de sus éxitos como jugador. No hubo palabras de Tim Duncan, quien solo necesitaba mostrar por qué ha competido en la NBA durante 19 años, y por qué cabalgará ahora hacia el crepúsculo con la satisfacción del deber cumplido.

UNA ESTRELLA DIFERENTE

Quienes sí hablaron por él fueron el resto de jugadores con los que coincidió en una cancha, ya sean compañeros o rivales, desde David Robinson a Kobe Bryant, desde Manu Ginóbili a Shaquille O'Neal. De todos ellos, quizás el que encontró mejor forma de definirle fue de Dirk Nowitzki, quien tras incontables batallas se reencontrará en unos años en el Salón de la Fama con Duncan y con quien comparte dos rasgos importantes: su lealtad absoluta a su equipo y su falta de interés por los focos cuando no hay un balón naranja en juego: "Lo importante para él siempre fue ganar, nunca sobre hacer de sí mismo una marca. Eso es lo que aprecio más", declaró el alemán a Marc Stein.

Para las nuevas generaciones, las que se están enganchando a la NBA con Stephen Curry y se asombran de lo que LeBron James puede hacer pasada la treintena, Tim Duncan es un extraño misterio. Cinco veces campeón, dos veces MVP, 15 veces All-Star, su hoja de servicios está a la altura de cualquier leyenda que entre en la conversación. Pero Duncan nunca fue un jugador vistoso, su estilo de juego es imposible de condensar en un video de highlights. Y, al contrario que las marcas "Jordan" o "Kobe", Duncan nunca será sinónimo de nada más que no sea un jugador de baloncesto.

Para San Antonio, Duncan fue el eje perfecto para consolidar su ambicioso proyecto. Un jugador que lideró con el ejemplo a ambos lados de la cancha, sin necesitar centrar el juego a su alrededor, pero marcando las diferencias en cada acción. Es imposible entender el dominio de Tim Duncan en su plenitud sin ver al menos un partido completo. Otros jugadores son capaces de romper un duelo con varios minutos de inspiración divina. Duncan lo hacía con la paciencia de un artesano, abusando de las debilidades del rival desde su primer minuto al último.

Si fuera un músico, Tim Duncan sería recordado como un autor universalmente respetado, con álbumes y conciertos sencillamente imposibles de olvidar, pero sin que la mayoría de los mortales sea capaz de tararear una sola canción de su repertorio de forma espontánea. Mientras los Michael Jordan, Kobe Bryant, LeBron James oStephen Curry quisieron y quieren ser tan grandes como Michael Jackson o Prince, Tim Duncan fue feliz siendo el equivalente a un Tom Waits.

Porque, además, pese a la casi automática solidez de su juego, Duncan no fue nunca un jugador aburrido o robótico. Disfrutaba de sus victorias, de su excelente química con compañeros de toda la vida como Tony Parker, Manu Ginóbili, David Robinson, Sean Elliott o Bruce Bowen. Y su competitividad y ansia de victoria, sin necesitar de alardes, era evidente especialmente en las decisiones arbitrales señaladas en su contra.

CREANDO EL MATRIMONIO PERFECTO

Pero no existe mejor prueba que en las vitrinas de San Antonio. Sus cinco títulos conquistados desde que Tim Duncan llegaba a la franquicia en 1997 hablan, a la vez que el jugador en su retirada, sin necesidad de palabras. Eternamente en playoffs y alcanzando constantemente las 50 victorias, los Spurs son lo más parecido a la maravillosa dinastía de los Celtics en los 60, y Tim Duncan ha sido su indisctubile Bill Russell. Ni de lejos el jugador más genial que nunca haya pisado una cancha ni el más fácil de vender al gran público, pero a la vez tan devastador como cualquier otro. Como decía Nowitzki, lo importante fue siempre ganar, nunca potenciar la siempre engañosa marca que hubiera podido derivarse de su nombre.

El matrimonio de estilos entre Tim Duncan y los Spurs, representado en su hombre fuerte Gregg Popovich, fue perfecto. Nadie transportó mejor en la cancha la filosofía altruista y a la vez combativa del técnico. Como Popovich, Duncan fue evolucionando su juego año tras año, consciente de que lo que iba ganando en sabiduría lo iba perdiendo en físico. El gran mérito de los Spurs, lo que les ha permitido estar dos décadas de forma ininterrumpida en la élite, fue adaptarse tanto a su personal disponible como al resto de la liga.

Y Duncan no tuvo problema en adaptarse con el equipo. El juego se fue haciendo más rápido a la vez que su cuerpo le hacía ser más lento, y los balones llegaban menos a la pintura en una era en el que el juego exterior iba ganando importancia. El ego nunca se interpuso en esta evolución. En sus últimos años, Duncan dejó de ser el hombre fundamental de su equipo, una distinción que quedó más para su viejo compañero Tony Parker o, más recientemente, para un recién llegado como Kawhi Leonard.

LA EVOLUCIÓN PERMANENTE

Y quizás por eso los Spurs no necesitaron tampoco una ceremonia catártica como fueron los 60 puntos de Kobe Bryant para despedir al mejor jugador de toda su historia. No hay necesidad de cerrar una era, porque ésta ya se había difuminado de forma discreta. Los propios Lakers o los Mavericks actuales no fueron capaces de evitar del inevitable invierno de sus estrellas, saliendo de la élite de la liga a la vez que lo hicieron Kobe Bryant y Dirk Nowitzki.

No ha sido el caso de San Antonio. Duncan dejó de estar en la lucha por el MVP hace más de media década, pero los Spurs nunca se cayeron de la cumbre. Convertidos en un equipo atractivo para agentes libres de postín como los ya llegados LaMarcus Aldridge y Pau Gasol, seducidos por una cultura ganadora y especialmente brillante a la hora de alargar la carrera de sus veteranos, cuesta imaginar a San Antonio sufriendo algo más que nostalgia por la salida definitiva de Tim Duncan.

Además, su nueva estrella ha adoptado lo mejor de la filosofía de Duncan. Con 25 años recién cumplidos, Kawhi Leonard es el elegido para ser líder y estandarte del estilo Spurs durante la próxima década. Aun estando todavía un paso atrás del dominio individual que Duncan impuso en su día (aunque LeBron James y Dwyane Wade nunca le olvidarán las Finales de 2014) y de jugar en diferentes posiciones, el alero es su mejor equivalente para el nuevo baloncesto NBA.

Lo que Duncan fue al final de la era de los grandes pívots, un jugador capaz de anular a su rival en defensa y de herirle en ataque, Kawhi Leonard lo está siendo en la era de los grandes tiradores: un jugador capaz de competir con los lanzadores de élite (su 44.5% en triples de 2015-16 solo fue superado por J.J. Redick y Stephen Curry) y de anularlos en el otro lado (Mejor Jugador Defensivo del año por segunda temporada consecutiva).

LO QUE NOS DEJA TIM DUNCAN

Aun así, los Spurs tienen bastante trabajo que hacer de cara al futuro sin Tim Duncan. Tony Parker, su director de juego durante más de una década, ha empezado a dar señales de declive sin tener un reemplazo fiable a medio plazo. LaMarcus Aldridge ha llegado a San Antonio ya entrada la segunda mitad de su carrera y Pau Gasol, aunque siga a su buen nivel reciente, solo será una solución temporal. Pese a que no sea poca cosa, su único acierto rotundo en los últimos drafts, de donde salió el maravilloso trío formado por Parker, Ginóbili y Duncan hoy roto para siempre, ha sido el de Kawhi Leonard.

Incluso Gregg Popovich, pese a tener energía suficiente como para desdoblarse en seleccionador estadounidense, es consciente a sus 67 años que no estará para siempre al frente del ejército más temible en la NBA de las últimas dos décadas. Saber que Tim Duncan nunca regalará más noches de gloria sobre la cancha en San Antonio es la primera señal de mortalidad de un proyecto que parecía eterno. Eso sí, sus ideales aún pueden serlo, y no solo en los Spurs. Durante casi dos décadas, Duncan hizo mejor a su equipo, a la NBA e incluso a nosotros mismos. Nadie nos enseñó mejor como tocar el cielo sin dejar de tener los pies en el suelo.