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La España de Pau Gasol: el mejor equipo del resto del mundo

A sus 36 años, Pau Gasol, Juan Carlos Navarro y Felipe Reyes se subieron al podio olímpico de Río 2016 para colgarse la tercera medalla olímpica de su carrera (honor que compartieron también con José Manuel Calderón y Felipe Reyes). Este trío de jugadores ha compartido ya podios de todo tipo, olímpicos, mundiales y continentales. Pero para ellos, y para la generación que lideró a una de las mejores selecciones internacionales de todos los tiempos, todo empezó en un podio anterior, 19 años antes, en otro país donde el portugués es el idioma rey.

En 1999, Lisboa albergaba el Mundial Sub-19. Estados Unidos, la eterna favorita, no llevaba a un equipo especialmente brillante (el aún activo Nick Collison, Bobby Simmons y Keyon Dooling acabaron siendo los que tuvieron mejor carrera NBA), pero aun así se plantaron invictos en la gran final. Delante, España ponía a un grupo de jóvenes jugadores que acabaría haciendo historia.

Ahí estaban Pau Gasol (irónicamente, suplente en aquel equipo), Juan Carlos Navarro, Raül López, Felipe Reyes, Berni Rodríguez, Carlos Cabezas, German Gabriel, además de la presencia moral de un José Manuel Calderon que, por lesión, se perdió ese campeonato. Todos ellos se colgaron más adelante medallas olímpicas, mundiales o continentales con la selección absoluta, pero Lisboa 1999 fue su presentación ante el universo baloncestístico. De la mano de un Navarro magistral, España consiguió proclamarse campeona del mundo Sub-19, levantando unas expectativas para esta generación que, pese a algunos obstáculos, quedaron cumplidas con creces.

El “Angolazo”

Demos un paso atrás, al momento en el que estos adolescentes eran aún niños. Pese a su buena cosecha en Río 2016, el deporte español llegó a su cumbre en 1992. En la fiesta que fueron los Juegos Olímpicos de Barcelona, su país organizador pasó de no ganar nunca más de 6 medallas en una misma edición (un hito que se ganó en los boicoteados y descafeinados Juegos de Moscú 1980) a subirse 21 veces al podio, incluyendo 13 de oro, acabando en sexta posición del medallero. Pero a la vez, irónicamente, Barcelona 1992 fue también el punto más bajo del baloncesto masculino español.

Mientras el mundo asistía asombrado a la mayor constelación de estrellas jamás reunida, el Dream Team de Michael Jordan, Magic Johnson y Larry Bird, España sufría quizás el mayor fracaso de su historia. Mientras en otros deportes jugar en casa ayudaba a conseguir triunfos y medallas inesperadas, la selección de baloncesto quedaba eliminada a la primera, en la fase de grupos, incluyendo una dolorosa derrota por 20 puntos ante Angola. Todo solo 8 años después de haber alcanzado una cima histórica llevándose la plata en los Juegos de Los Angeles 1984, perdiendo únicamente ante la insultante colección de talento universitario de Estados Unidos que incluía a Michael Jordan, Chris Mullin y Patrick Ewing.

El “Angolazo”, como pasó a la historia, fue el cierre simbólico de la mejor generación española hasta la historia, aunque el insulso Mundial de Canadá dos años después fue el real. Fue la despedida de Antonio Díaz-Miguel, su seleccionador durante 27 años, y el principio del fin de jugadores como Juan Antonio San Epifanio ‘Epi’, Jordi Villacampa o Andrés Jiménez, los principales referentes del resurgimiento del baloncesto español junto a Fernando Martín, su recordado líder y pionero en la NBA, y fallecido demasiado pronto en 1989 a los 27 años en accidente de tráfico.

Pero las gestas de ese privilegiado grupo de jugadores no iban a olvidarse. Y tampoco el impacto que el Dream Team de 1992 dejó en España. El talento anotador del escolta Alberto Herreros, quien recogió el testigo de la generación que llegó a su punto cumbre en Los Ángeles 1984, le convirtió en el líder de una selección menos temible pero aún competitiva durante los años posteriores. Pero en un país donde el fútbol es el rey, a veces desesperantemente absolutista, el baloncesto tuvo que mantenerse en la sombra del amor popular. Hasta que en 1999 todo cambió.

Los “Juniors de Oro” de Lisboa habían aprendido dos cosas gracias a sus predecesores. España tenía potencial para estar entre los mejores equipos del mundo y, gracias a Fernando Martín, la NBA no era un mundo inaccesible. Si bien otros jugadores como Drazen Petrovic, Sarunas Marciulonis o Arvydas Sabonis dejaron una mayor huella en la NBA, la importancia de Martín en el baloncesto español es inmensa. Fue el puente real y físico que unió al baloncesto español con las leyendas que solo podían verse por televisión y en las fotos de las revistas especializadas. Su año en Portland no cambió la NBA, pero la leyenda de este pívot talentoso e inmensamente peleón se incrustó a fuego en el subconsciente de los niños criados en los 80 que, años después, conquistarían el mundo.

Gracias, Rony Seikaly

Los Juniors de Oro llegarían a la selección absoluta poco a poco, uniéndose a los últimos destellos de la generación de Alberto Herreros y a jugadores que quedaron entre ambas orillas como Jorge Garbajosa y Carlos Jiménez quienes, algo más mayores, se convirtieron en los veteranos perfectos para la explosión que llegaría unos años después.

Juan Carlos Navarro y Raül López, los mejores de Lisboa 1999, eran los primeros en debutar en un gran torneo en los decepcionantes Juegos Olímpicos de Sydney 2000 donde, de nuevo, España ni siquiera alcanzaba los cuartos de final. Pero, al siguiente año, el foco empezaba a estar en un jugador cuya aportación en el Mundial Sub-19 había sido secundaria, a la sombra de Felipe Reyes y Germán Gabriel. Un jugador largo, flaco, algo desgarbado y con cara de niño. Su nombre era Pau Gasol.

En 1999-2000, Gasol empezó a tener buenos minutos en el FC Barcelona, el club donde se crió, aunque la presencia de jugadores como Roberto Dueñas (el mejor pívot español de la época) cortaban su producción. Al siguiente verano, además de quedarse fuera de la lista de Sydney 2000, Gasol veía como el Barcelona hacía uno de los fichajes más espectaculares de su historia, haciéndose con los servicios de Rony Seikaly. El pívot nacido en el Líbano había acumulado una brillante carrera en la NBA, incluyendo el premio a jugador más mejorado de la liga en 1990 y quedándose en ocasiones cerca de ser All-Star.

Pero Seikaly duró en Barcelona exactamente tres partidos de liga. Su actitud de estrella chocó con el estricto Aíto García Reneses, entrenador del Barcelona y uno de los nombres más importantes de la historia del baloncesto español, hasta acabar con su salida por la puerta de atrás. Sin tiempo para fichar a otro pívot de nivel para suplirle, Aíto tuvo que mirar a su banquillo. Y ahí encontró a Pau Gasol, quien estaba en el lugar y el momento perfecto para explotar su hasta ahora latente talento.

La tormenta que Gasol dejó en aquella 2000-01 es imposible de olvidar. Con solo 20 años fue el MVP de la Copa del Rey y de las Finales de liga, derrotando a un Real Madrid incapaz de detener el brutal talento de Gasol en la pintura, anotando, distribuyendo, reboteando e incluso castigando desde la línea de triple. Solo una apendicitis le impidió aspirar también al trono europeo, con el Barcelona cayendo en octavos de final ante la Benetton de Treviso sin la presencia de Gasol. Eso sí, aun jugando solo 6 partidos, acabó siendo elegido en el segundo mejor quinteto de la Euroliga.

En definitiva, había nacido una estrella. Pau Gasol pasó de reserva en Lisboa 1999 a ser elegido en el número 3 del draft en 2001 por los renovados Grizzlies (previo acuerdo con Atlanta), recién llegados a Memphis desde Vancouver. Y desde ese mismo verano se convirtió en lo que ha sido durante los últimos 15 años: el faro, corazón y líder de la selección española.

“Salgan y diviértanse”

Volvamos a 1992. El 20 de mayo de aquel año, los jugadores del Barcelona de fútbol estaban a punto de salir al césped del legendario estado de Wembley en una cita con la historia. Era la oportunidad para ganar la primera Copa de Europa jamás lograda por el club. La presión era enorme, pero su entrenador decidió que su último mensaje, el que más iba a quedarse grabado a fuego en el subconsciente de los jugadores al empezar el duelo a vida o muerte ante la Sampdoria italiana, fuera “salgan y diviértanse”.

Del legado futbolístico de Cruyff se habló mucho tras su reciente fallecimiento, pero más importante ha sido su filosofía, extrapolable no solo a su deporte, sino a muchos otros ámbitos vitales. Y detrás del aparentemente sencillo “salgan y diviértase” hay una implicación necesaria. La primera es una confianza profunda en sus jugadores. Es no dudar ni por un momento de su hambre ganadora y de su talento. Es saber que pueden ganar sin ser más que ellos mismos.

Parece simple, pero esa filosofía fue rompedora en España. Durante décadas, las virtudes más apreciadas en sus deportistas no era el talento, salvo excepciones puntuales. Era el coraje, la testiculina, la rabia de salir a la cancha a comerse el mundo y a algún rival si hacía falta. Era el “Sabino que les arrollo”, era el “espíritu de Juanito”. Las sutilezas quedaban para el rival. Si había que perder, había que hacerlo al menos como hombres, entendiendo la “hombría” en el sentido más retrogrado posible: el sudor era exigido, las lágrimas estaban prohibidas.

Quizás el mejor ejemplo es el sobrenombre que la selección de fútbol paseó con un cierto orgullo durante décadas: “La furia española”. No solo dejaba claro que el principal motor del equipo debía ser algo especialmente primario y hasta tribal como es el poco sutil concepto de “furia”, sino que la referencia original del nombre tenía su raíz en lo peor de su pasado nacional. “La furia española” fue el nombre con el que se conoció en el norte de Europa uno de los episodios más espeluznantes y crueles (y el listón no está precisamente bajo) de la historia imperial española como fue el Saqueo de Amberes. En aquel episodio del año 1576, miles de personas de la ciudad belga fueron asesinadas por soldados amotinados y enfurecidos por no cobrar los salarios que la corona española, en plena bancarrota, les adeudaba.

El holandés Johan Cruyff, nacido no demasiado lejos de Amberes, no quería destruir los cimientos de ninguna ciudad belga. Solo quería ganar un partido de fútbol, creyendo firmemente que la mejor forma de hacerlo era desatar el talento de sus jugadores. Y lo consiguió, incluso cuando la presión acabó provocando que aquella máquina ofensiva solo pudiera marcar un gol, de saque libre directo y en tiempo extra. No cargarles todavía más, a la larga, compensaría la confianza depositada en ellos. Salieron, se divirtieron e hicieron historia.

Casi dos décadas después, empezando por el campeonato continental de 2008, la España futbolística dominaría durante un tiempo Europa y el mundo asimilando la filosofía desacomplejada y ofensiva de Johan Cruyff, representada en jugadores directamente herederos de su legado dejado en el FC Barcelona como Xavi Hernández y Andrés Iniesta. Eso sí, fue una evolución (que no revolución) dirigida y legitimada desde el banquillo por uno de los principales representantes de la mejor tradición “furiosa” española como Luis Aragonés.

El trabado camino a la cima

Pero la España baloncestística había adoptado la mentalidad de salir y divertirse años atrás. El trío formado por Raül López, Juan Carlos Navarro y Pau Gasol no tardó ni un verano en tomar las riendas de la selección española con un estilo alegre, ofensivo y descarado. Su bronce en el Eurobasket de 2001 fue el primer aviso. El camino a la élite estaba encarrilado, pero en 2002, preparándose en un amistoso contra Rusia para el Mundial de Indianapolis, sufrió un golpe demoledor. Raül López, el jugador destinado a ser el director de juego de España durante muchos años, sufrió un desgarro de ligamento cruzado en su rodilla derecha, el segundo en un año, justo después de firmar contrato con Utah Jazz.

Su carrera ya no fue la misma tras aquella lesión. Siguió siendo todavía habitual en la selección, mostrando su excepcional clase y visión de juego en las canchas españolas, pero perdió la velocidad y explosividad necesaria para brillar en la NBA o para ser tan vital con España como lo fueron Gasol o Navarro. El duro golpe de perder al mejor López retrasó el asalto al cielo de la seleccióon. En Indianapolis, un Dirk Nowitzki excepcional les dejó fuera de las medallas, aunque al menos se desquitaron ganando al decadente Team USA por primera vez en su historia en la lucha por el quinto puesto.

Para entonces, Pau Gasol era ya la estrella indiscutible de España, con Juan Carlos Navarro de perfecto contrapunto como anotador exterior, y con Felipe Reyes poniendo la contundencia en la pintura. Era la base del futuro, con la polivalencia de los más veteranos Jorge Garbajosa y Carlos Jiménez complementando perfectamente la rotación.

Un Sarunas Jasikevicius descomunal les dejó de nuevo en el Eurobasket de 2003 a las puertas del título, cayendo en la final y obligándoles a conformarse con la plata. Pero la primera muestra clara y evidente del potencial español llegó en 2004. Su actuación en la fase de grupos fue abrumadora, ganando a potencias como Italia, Argentina o Serbia y Montenegro (vigente campeona mundial) con sorprendente eficacia.

Eso sí, su premio fue reencontrarse en cuartos con Estados Unidos, un equipo entonces sin cohesión interna, sin química, pero con jugadores capaces de romper cualquier partido en solitario. Y aquel día en Atenas, Stephon Marbury fue letal. Sus 6 triples compensaron el dominio de Pau Gasol en la pintura sobre un superado Tim Duncan, y las diabluras de Allen Iverson hicieron el resto, dejando a España otra vez sin atravesar el muro de cuartos. Al día siguiente, la mágica Generación Dorada de Argentina, que había caído por 11 puntos ante España en la fase de grupos, pudo convertir en mundano a Marbury en semifinales y abusar del caos estadounidense en su camino a un oro de leyenda.

La transición necesaria

La decepción de Atenas 2004 pudo haber sido devastadora. Pudo haber causado que los jugadores españoles cayeran en el refugio tradicional de obviar su talento en beneficio de otros valores más primarios. No valía perder con un baloncesto exquisito, atractivo y rápido si un Marbury en un día bueno era capaz de ser el jugador decisivo. Aparecía la tentación de asumir un rol de equipo menor, de gastar sus recursos en construir un equipo capaz de anular el juego rival antes de desarrollar el propio. Pero, afortunadamente, el modelo para reconstruir a España no fue la maldita “Furia”, sino la propia campeona olímpica de 2004, Argentina.

El juego desarrollado por el equipo entrenado entonces por Rubén Magnano en las eliminatorias de Atenas fue sublime. Fue un baloncesto total, disfrutado por un grupo de jugadores unidos por una idea común tanto en defensa como en ataque, capaz de combinar un ataque perfectamente ejecutado por todos sus miembros con la magia desbordante de Manu Ginóbili. Argentina combinó perfectamente lo mejor de los mundos FIBA (su disciplina táctica) y NBA (su apreciación del talento individual) para ganar el oro olímpico. Tras su doloroso final en Atenas, España tomó buena nota.

El Eurobasket de 2005 fue un paso atrás necesario para la selección. Pau Gasol fue baja por problemas físicos y, de nuevo, Dirk Nowitzki apareció para crujir los sueños españoles, esta vez en semifinales. Pero a la vez fue la oportunidad de rejuvenecer al equipo. Jugadores como Sergio Rodríguez y Rudy Fernández, aún fundamentales 11 años después, hicieron su debut al más alto nivel representando a una generación “post-Juniors de Oro” que empezaba a llamar con fuerza al estrellato. Con el esperado regreso de Pau Gasol y un cambio importante en el banquillo, el Mundial de Japón de 2006 se convertía en la próxima prueba de carácter de España. Y, esta vez, se superó con matrícula de honor.

En el cielo de Saitama

Después de quedarse fuera del podio en 2005, José Vicente “Pepu” Hernández fue nombrado nuevo seleccionador español. Tras haber pasado durante 11 años al frente del Estudiantes, una de las mejores canteras de talento del país, Pepu Hernández se hacía cargo de España en el momento clave. Su filosofía, basada en una constante circulación de balón y actividad defensiva, encajó desde el primer momento con una plantilla ya totalmente basada en la generación de los “Juniors de Oro”. Salvo dos veteranos (Garbajosa y Jiménez) y tres jóvenes (Fernández, Rodríguez y el recién llegado Marc Gasol), todos los miembros de la selección habían nacido entre 1979 y 1981, incluyendo a cinco campeones de Lisboa 1999.

Era una selección que jugaba ya de memoria, con una química especial y con una actitud defensiva a prueba de bombas. El modelo argentino era un buen punto de partida, pero añadiendo también un contraataque letal y a un Pau Gasol imparable en la pintura. Abriendo el torneo, el dominio mostrado en la fase de grupos de Atenas 2004 quedó corregido y aumentado. La Alemania de Dirk Nowitzki, su verdugo habitual, caería por 21 puntos en una primera fase donde España acabaría con un 5-0 y un +140 total en diferencia de puntos. Una animalada.

En las eliminatorias, España fulminaba a Serbia y Montenegro, vigente campeona mundial, y a otro fantasma del pasado como Lituania (eso sí, sin Sarunas Jasikevicius), plantándose ante semifinales ante Argentina en un duelo para la historia. Horas antes, una sorprendente Grecia había infringido a Estados Unidos la que sería, a la larga, la única derrota de Mike Krzyzewski como seleccionador del Team USA, dejando una cierta sensación de “final anticipada” entre España y Argentina

Y lo fue.

El Super Arena de Saitama fue un campo de batalla. Lo mejor de España y Argentina chocó con una intensidad digna de los grandes clásicos. De forma especial, la segunda mitad fue la perfecta lucha que ambas selecciones necesitaban para decidir quién era el mejor equipo del mundo. Al talento inconmensurable de Manu Ginóbili y a su perfecta combinación casi innata con Pepe Sánchez se añadía la garra de Andrés Nocioni y un bloque capaz de jugar de memoria. España sufría el duro tratamiento que Fabricio Oberto y Rubén Wolkowyski le dieron a Pau Gasol en defensa, pero Jorge Garbagosa y Sergio Rodríguez lo compensaban con sendos partidazos. Al final, todo quedó decidido prácticamente a cara o cruz. El Chapu Nocioni tuvo sin oposición y desde la esquina el triple que hubiera dado el triunfo a Argentina. Su fallo le dio la victoria y, de forma simbólica, la sucesión de la corona mundial ganada dos años antes a España.

La final real sería ante la Grecia de Theo Papaloukas y “Big Sofo” Schortsanitis, verdugo de Estados Unidos y, como España, invicta en todo el torneo. Horas antes del partido, el seleccionador Pepu Hernández recibía una noticia trágica: su padre, que atravesaba un delicado estado de salud, había fallecido. El técnico no comunicó la noticia a sus jugadores para no distraerles. Fue su forma de decirles “salgan y disfruten” aún con un insoportable dolor en su corazón. Aguantando las lágrimas, que afloraron más tarde en el podio, Pepu pudo ver desde el banquillo la culminación de su obra de arte.

Tras el duelo de semifinales entre las que quizás han sido las dos mejores selecciones del siglo XXI fuera de Estados Unidos, y aun sin Pau Gasol, quien terminó lesionado en un tobillo, la final fue casi un paseo para España. Fuera del estado de inspiración con el que había derrotado a Estados Unidos, Grecia fue un juguete para los hombres de Pepu, que acabaron ganando de paliza por 33 puntos. El oro, el primero de la historia de España en cualquier competición importante, era suyo para siempre.

Incluso sin jugar la final, Gasol, diezmado y cojo, fue nombrado como MVP del torneo. Pero el gran premio era subir a lo más alto del podio y del baloncesto mundial, allá donde la generación de Los Angeles 1984 no pudo alcanzar. Los niños que vieron por televisión al Dream Team de 1992, los que se siguieron a distancia la odisea NBA de Fernando Martín, los que no podían entender su juego sin disfrutar de cada posesión, sabían que era posible. Saitama fue la culminación de una generación única que aún iba a dar muchas alegrías, incluso 10 años después.

Lo que vino

Tras Japón 2006, España (como el resto del mundo) pagó la recuperación de Estados Unidos como potencia hegemónica de la mano de Mike Krzyzewski. En tres Juegos Olímpicos consecutivos, solo el Team USA fue capaz de superarles en las eliminatorias decisivas, condenándolas a conformarse con dos platas y un bronce. En Europa, eso sí, España ha seguido siendo la gran potencia, sin bajarse ningún año del podio del Eurobasket y con tres oros, incluido el de 2015, para presumir. Irónicamente, su único punto débil fue en los Mundiales, cayendo en cuartos de final en 2010 sin Pau Gasol y sufriendo su derrota más dura también en cuartos de 2014, en casa, ante una Francia que aprovechó el caos táctico en el que cayó la selección.

De forma aún inexplicable, Pepu Hernández solo duró un año más en el cargo de seleccionador por decisión de José Luis Sáez, entonces presidente de la Federación, hoy apartado y expedientado en medio de una investigación por prácticas de corrupción. El baile de entrenadores desde su salida incluyó a Aíto García Reneses, el entrenador con el que Pau Gasol explotó y que dirigió a España en Pekín 2008, y a Juan Antonio Orenga, un hombre de Sáez sin experiencia en la élite e importante responsable del desastre de 2014. La estabilidad se encontró con el italiano Sergio Scariolo, que en sus cinco años y dos etapas al frente del equipo solo ha perdido dos partidos en eliminatorias con Pau Gasol en plantilla, ambos ante Estados Unidos (final de Londres 2012 y semifinal de Río 2016).

Diecisiete años después de Lisboa 1999, Gasol, Navarro, Reyes y Calderón siguen siendo gran parte del alma de la selección, incluso cuando su responsabilidad en cancha, salvo la de un Pau Gasol imponente, ha disminuido. El espléndido trabajo de formación tanto a nivel de clubs como de selecciones inferiores ha permitido a España mantener un flujo constante de talento. A los Rudy Fernández, Sergio Rodríguez y Marc Gasol le siguieron Sergio Llull, Víctor Claver, Ricky Rubio, Nikola Mirotic, todos ya con varias medallas celebradas. La renovación seguirá con tres recién llegados a la NBA como Álex Abrines y los hermanos Willy y Juancho Hernangómez, y con una creación de nuevos talentos que no se detiene, siendo este mismo verano campeones continentales en categoría Sub-20 y Sub-16.

Quizás el único nubarrón real en el horizonte del baloncesto español está en la edad de Pau Gasol. El mejor jugador de su historia, futuro integrante del Salón de la Fama de pleno derecho, está en el inevitable invierno de su carrera. Eso sí, sus actuaciones en Río 2016, donde solo Kevin Durant pudo discutirle el extraoficial premio de MVP del torneo, parecen decir lo contrario. Gasol no fue el único responsable de convertir a España en el mejor equipo del resto del mundo durante los últimos 10 años, pero es imposible imaginar a esta selección sin él.

Tras Río 2016, ninguno de los veteranos quiso oficializar su retirada de la selección, con un Eurobasket en 2017 y un Mundial de 2019 en el horizonte. En Tokio 2020, los “Juniors de Oro” tendrán 40 años, una edad casi imposible para el común de los mortales. La lógica indica que los últimos Juegos suponen la despedida final al menos a nivel mundial de unos jugadores que fueron gigantes a hombros de gigantes, inspirados en los héroes de Los Angeles de 1984 y en la aventura imposible de Fernando Martín en la NBA. Solo queda esperar que quien recoja su legado aspire al nivel de excelencia que los Gasol, Navarro, Reyes o Calderón nunca tuvieron miedo a alcanzar.