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One Nación: ¡Que ganen los Cachorros por mi abuelo!

Los amables confines del Wrigley Field siempre han atraído a miles de fanáticos, sentimiento que ahora queda acentuado con los éxitos del equipo en la postemporada. LG Patterson/MLB Photos via Getty Images

En estos días, en los que todos parecen tener una historia de los Cachorros de Chicago, les quiero contar la mía. Ocurrió hace 31 años, como a 2.050 millas de distancia del Wrigley Field.

La familia de mi padre se había regresado a San Juan, Puerto Rico, luego de pasar unos años en Texas. El húmedo calor de Houston que detestaba, dieron paso a los días de verano más felices de mi vida, en mi tierra, la isla que me vio nacer.

Tenía 16 años. Corría el año de 1985 y mi abuelo, Papito Juan, me hizo conocer a Harry Caray y a los Cachorritos.

La presentación no fue nada espectacular. Ocurrió una hora después que mi abuela Lydia cocinó un almuerzo en celebración por mi regreso a Borinquén. Rápidamente, Papito Juan se dirigió a su mecedora, con el control remoto en la mano, y puso el televisor en la cadena WGN.

Los Cachorros llevaban una racha de 13 derrotas en fila, pero jugaban esa tarde en Wrigley Field. Y mi Papito Juan tenía la esperanza impresa en sus ojos.

"Quizás finalmente ganen, Julio. Ve el juego conmigo", me dijo.

Ya conocía sobre los Cachorros. En fin, que fanatico del beisbol no los conoce. Aparte, su éxito en la temporada regular de 1984 y posterior espectacular fracaso agregaron mayor dolor a la historia, ya plagada de dolor, de la franquicia. Esa tarde en Puerto Rico, no era aficionado a los Cachorros. Pero, mi Papito Juan era el mayor de sus fanaticos que yo haya conocido. Entonces, en vez de irme a casa de mi primo a consumir maratones de MTV, me quedé con mi abuelo a ver un juego de béisbol con él.

Fue una decisión de la cual, hasta el día de hoy, no me arrepiento.

Mientras Caray narraba el juego como un poeta un poco bebido, en medio de una tarde soleada y un escenario lleno de hiedra, mi Papito Juan pasó las horas subsiguientes hablando sin parar de pelota. Cuando un bateador conectó un imparable al jardín derecho, me habló de la ocasión en la cual un joven Roberto Clemente haría out a los corredores en el home con sus ojos cerrados. En el momento en el cual el inicialista de Chicago Leon Durham se paró en el plato, mi Papito Juan me contó de Victor Pellot, quien bateo un grand slam en Caguas, Puerto Rico, tan lejos, que la gente aún lo recordaba 30 años después.

Y, mi Papito Juan me preguntó, ¿Sabias que el primer puertorriqueño en jugar en las Mayores fue Hiram Bithorn, un pitcher que jugó con los Cachorros?

No me importó que Papito Juan repitió sus historias tres o cuatro veces ese día. Estaba enganchado con el. Había algo especial con todo lo que me rodeaba: el juego de matinée, mi abuelo contento por verme de nuevo en mi tierra, yo mismo de vuelta a casa, Caray cantando "Take Me Out to the Ballgame" y yo mismo ver a mi abuelo, tan enamorado del beisbol.

Los Cachorros ganaron ese día y rompieron su mala racha. Cuando Papito Juan me preguntó si lo acompañaría para ver el juego al día siguiente, no lo dudé por un segundo.

"Sí, abuelo, bendición", le respondí.

"¿Te veré mañana? Los Cachorros juegan de nuevo", me preguntó.

"Pues claro", le respondí.

Regresé al día siguiente y todas las ocasiones en las cuales los Cachorros jugaron en Wrigley ese verano, mientras mi abuelo seguía compartiendo historias de Clemente, Pellot, Bithorn, Orlando 'Peruchín' Cepeda, Willie Montañez, Sixto Lezcano, Dickie Thon y tantos otros peloteros puertorriqueños. Incluso escuche la historia de cuando Satchel Paige y Willie Mays jugaron en Puerto Rico en liga invernal. Después de un tiempo, todas las historias sonaban igual, pero no me importaba. Me encantaba oír a mi abuelo contarlas, y me encantaba que él fuese tan fiel a sus Cachorros.

Por eso, cuando los Cachorros tuvieron su buen momento después de la temporada de 1985, siempre pensé en Papito Juan. Cuando Chicago perdió en 1989 contra los Gigantes de San Francisco Giants en la postemporada, lo llamé desde mi universidad. Cuando Sammy Sosa mandaba en el área norte de Chicago a finales de los 90, compartíamos cierta esperanza que quizás, solo quizás, los Cachorros se lo llevarían todo. Incluso cuando mi abuelo envejeció y dejó este mundo, en cualquier momento que los Cachorros se acercaran a la postemporada, me acordaba de ese momento en 1985, cuando le hice acreedor de mi título de grado en todo lo referente al beisbol puertorriqueño y al Wrigley Field.

Por ello, durante esta Serie Mundial, 31 años después, no hago sino pensar en mi Papito Juan. Cuando Javier Baez hace una jugada espectacular en la segunda base, no hago sino oír a mi abuelo decirme el por qué Javi ya es la próxima gran esperanza boricua en las Mayores. Incluso, me diría que, a pesar que nunca había sido muy adepto a los Indios de Cleveland Indians, ¿cómo puede uno dejar de amar a Francisco Lindor, ese chico de Caguas que juega con tanto tesón y pasión? MI abuelo estaría ansioso por la idea de ver a Báez y Lindor llevar a Puerto Rico a ganar el título del próximo Clásico Mundial de Beisbol, especialmente si les acompaña el lanzador de los Cachorros Jake Arrieta.

No puedo dejar de imaginar las conversaciones que tendríamos hoy en día. Ligando por los Cachorros y ligando por Puerto Rico.

Bendición, Papito Juan. Aquí espero que tus Cachorros finalmente ganen, por tí.

Julio Ricardo Varela es el editor político del Futuro Media Group (productores de Latino USA e In The Thick). También fue fundador de LatinoRebels.com.