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Manny Ramírez se fue por la puerta de atrás

A pesar de su promedio de .312, sus 555 jonrones y sus 1.831, Manny Ramírez se va de las Grandes Ligas en silencio, después de 19 temporadas rodeado de polémicas.

El talento no fue un problema para Manny. Eso es algo que le sobró, más allá de la ayuda adicional que recibió al usar sustancias para mejorar su rendimiento.

En su caso, no se trata de especulaciones en torno a si las utilizó en la época en que aún no era prohibido por Grandes Ligas, aunque sí era éticamente cuestionable e ilegal.

El asunto es que dio positivo a un control antidopaje en el 2009, que le valió una suspensión por 50 juegos.

Y ahora vuelve a arrojar positivo en los entrenamientos de pretemporada, con lo que se hubiera ganado un castigo por 100 partidos, de no haber optado por decir adiós definitivamente.

Manny sigue siendo Manny. Polémico, incómodo y, además, un tramposo descarado que no le bastó su primera sanción, benévola por demás, por no decir ridícula, al término de la cual fue recibido por los Dodgers como si fuera un héroe que regresa de la guerra.

Desgraciadamente para él, sus hazañas con el madero, su aporte a que Boston rompiera un maleficio de 86 años y ganara dos Series Mundiales en el 2004 y el 2007, su título de Jugador Más Valioso en la primera de ellas, se diluirán en el olvido y la vergüenza, como ocurrió con Ben Johnson, aquel velocista canadiense que una vez ostentó el récord mundial de 100 metros planos.

Para el mundo, Johnson es simplemente un idiota fraudulento. Manny es otro igual.

Desde mi punto de vista, lo que demuestra su escasez de materia gris no es el haber ingerido las sustancias la primera vez, incluso si ya estaban prohibidas.

A fin de cuentas, hasta Manny Ramírez es un ser humano que siente las presiones de mantener un rendimiento atlético elevado que le permita obtener salarios inmensos y justificar cada dólar que le pagan.

Su estupidez o descaro sale a relucir en esta segunda ocasión, por su insistencia de engañar al mundo, a pesar de que evidentemente, sus facultades ya no son iguales sin esteroides.

Y de paso, el caso retoma el debate sobre la seriedad de este sistema de castigos establecido por las Grandes Ligas.

¿50 juegos por la primera vez?¿100 juegos a los reincidentes? ¡Por favor!

Si queremos que el béisbol regrese a los Juegos Olímpicos, una de las medidas más inteligentes sería igualar la política antidopaje a la que se aplica en el resto de los deportes: Dos años de castigo para la primera ofensa. Suspensión de por vida a los ofensores reincidentes.

Volviendo a Manny, al menos tuvo un momento de lucidez en este final, pues aceptar cumplir su nuevo castigo e intentar regresar en algún momento hubiera sido más ridículo que las trenzas de cantante jamaiquino de reggae y el pantalón con talla de payaso de circo que usaba.

¿Y Cooperstown? Bien, gracias. Nadie le negará jamás la entrada…como turista.