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Simplemente eternos

El capitán Puyol levanta el trofeo. Barcelona aplastó al Santos en la final del Mundial de Clubes Getty Images

BRISTOL -- En diciembre de 1992, el Sao Paulo de Telé Santana superaba al Barcelona de Johan Cruyff en la final de la Copa Intercontinental. El cuadro blaugrana había dominado los primeros 12 minutos y fueron los brasileños quienes corrieron detrás de la pelota. Aquel Sao Paulo era el de Toninho Cerezo, Muller, un joven Cafú y Raí. Fue el hermano de Sócrates quien en un magistral tiro libre venció y congeló a Zubizarreta con 11 minutos por jugar, para definir el título para el tricolor paulista.

En el Barcelona hubo necesidad de consuelo. Koeman abandonó el campo entre sollozos. Albert Ferrer rompió en llanto cuando Raí levantó el trofeo. El 1992 histórico, en el que habían ganado Liga y la Copa de Campeones de Europa, terminó con derrota en tierras orientales.

Esa derrota marcó al Barcelona y particularmente a Pep Guardiola. Entonces el mediocampista dijo que en un partido entre dos grandes equipos, "gana el que está mejor asentado". Antes del partido del domingo dijo que lo que la trascendencia de este titulo es tal por lo mucho que cuesta llegar. Como jugador, Guardiola nunca más volvió a Japón a disputar la Intercontinental. Como técnico, llegó sabiendo que el trayecto es complicado.

Para el Barcelona, ganar hace dos años significó sacarse de encima la deuda con sus vitrinas. El desconsolado llanto de Guardiola en la victoria ante Estudiantes era reflejo de la urgencia del club por un titulo global. Sumar a esa cuenta de títulos era tarea obligada, porque son los títulos los que validan los ciclos. Aunque este equipo y su ciclo han dejado suficiente legado con su juego.

Antes de convertir esta final en una réplica de aquella del '92, porque el Santos tiene a Paulo Henrique Ganso, Neymar y Danilo, el Barça hizo lo que acostumbra hacer del rival, lo obliga a jugar algo que no es fútbol. Correr detrás de la pelota buscando recuperación, persiguiendo al rival permanentemente. Ningún jugador del Santos idealizó jugar el fútbol sin la pelota. Lo imaginaron como lo jugaban sus rivales en Yokohama.

La primera parte del Barcelona fue magistral, un concierto de pases. El campeón de la Copa Libertadores fue sometido, obligado a distanciarse del libreto que lo llevó a Japón. Condicionado por el juego de un equipo de historia.

La final de un Mundial de Clubes ha sido la exposición de superioridad más brutal en la era Guardiola. Ganador de 13 títulos de los 16 posibles, Pep es el más exitoso técnico en la historia del Barcelona, pero es la gestión del éxito la que lo pone en la cúspide del fútbol.

Intuye que el fútbol pasa por dominar la mitad del campo y es en esa zona desde donde impone su fútbol. Ante Santos juega sin delantero centro, pero llega por el medio. En el fútbol, al menos el del Barcelona, no importan las posiciones de partida. Es vital el lugar de llegada, la posición desde donde se ejerce mayor autoridad. El orden es relativo a la influencia de la pelota y el Barcelona la tiene para hacer daño y para evitar daños.

Formado para ser mejor que el rival, en función del traslado de la pelota, el Barcelona ha marcado una época. No admite modestias "guardiolescas" que pretenden alejarse de la consideración. Es uno de los mejores equipos de todos los tiempos y el mejor de su era. Logra dominar a su rival, aunque en el intento crezca la vulnerabilidad de su arco, es la valentía permanente del riesgo asumido la que hace crecer la consideración.

Hay equipos que le sacan resultados al Barcelona, pero ninguno le saca la pelota, su idea. Hace 19 años, Guardiola salió de Japón con la sensación de haber desperdiciado una enorme oportunidad para darle a su club un título que lo vistiera de prestigio. Esta vez, Guardiola y su equipo aprovecharon el escenario. Festejaron en una larga vuelta olímpica con el trofeo en mano. Pasaron al lado de muchos hinchas blaugranas y banderas con mensajes a los campeones. Una de esas banderas decía "eternos".