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Chivas y las arpías de Bob Beamon

Jorge Vergara había anticipado que Chivas necesitaba más carácter; hoy están eliminados Mexsport

LOS ÁNGELES -- El deporte es una Biblia de hazañas. El futbol es un manuscrito de proezas de atletas. Un compendio de la glorificación suprema del esfuerzo físico y mental.

Hay una historia que en lo especial me conmueve y cautiva: Bob Beamon.

Un día antes de la prueba de Salto de Longitud en los Juegos Olímpicos de México 1968, el atleta estadounidense fue sobajado en todos sus escenarios sentimentales, pasionales y motivacionales. Las personas a las que profesaba amor y de las cuales pendían y dependían sus utopías, esas mismas personas, lo traicionaron.

El atleta era un guiñapo. Una piltrafa. Su novia lo mandó al diablo. Su abuela adoptiva volvió a llamarle vago por dedicarse al atletismo. Y su entrenador, lamentaba que no hubiera uno mejor que él por Estados Unidos para esa prueba.

Bob Beamon estaba consternado y consumido. El trípode de sus anhelos se debilitaba. El triángulo equilátero de su vida, se hacía añicos.

Esa noche huyó del Centro Deportivo Olímpico Mexicano. Burló la vigilancia. Un taxi lo llevó a la Plaza Garibaldi. Tequila, cerveza, mariachi, hombres y mujeres que se burlaban de su anémico español, pero que le hicieron olvidar la debacle interna.

Beamon regresó de madrugada al CEDOM. Se sentía tan guiñapo que ya había olvidado porque se sentía como un guiñapo. Se sentía tan piltrafa que ya había olvidado porque se sentía una piltrafa.

¿Brincar las cercas para entrar como salió? Imposible. Esa muralla, por la forma en que se sentía, era un Everest inconquistable. Entró por la puerta simplemente ante el azoro y compasión de los vigilantes. Llegó a su cuarto y se desplomó.

Horas después, Bob Beamon salió al estadio México 68 en Ciudad Universitaria. Nadie esperaba nada de él. Ni la novia que lo botó por otro. Ni la abuela que le llamaba vago. Ni el entrenador que de la fe había pasado al desdén.

Ese día inclemente, Bob Beamon no saltó: voló. Impuso un récord de salto de longitud. 8.90 metros, 55 centímetros por encima de la marca anterior. Ni él se dio cuenta cuando aterrizó de la magnitud de su marca.

Cuando le informaron del portentoso salto, de la suprema hazaña, se colapsó. Todo mundo pensó que había sido sólo por la emoción. Sólo él y un par de compañeros sabían la verdadera razón. Tras el esfuerzo colosal y la resaca, recibía el shock del premio supremo.

Bob Beamon nunca claudicó. Era un indigente de la autoconmiseración la noche anterior y de repente instauró una marca, impuso un registro que perduró intocable, inmaculado, inalcanzable, durante 22 años, 10 meses y 22 días. Ese récord vivió más años, que la edad que tenía el mismo atleta cuando lo impuso.

¿Qué tiene que ver la hazaña de Beamon con el fracaso de Chivas en el Apertura 2012? Mucho y poco.

Porque al margen de la sagacidad tácticamente engañosa de Toluca para controlar a un equipo más veloz y dinámico, y cazarlo y matarlo con paciencia aprovechando su desesperación, más allá de eso, la manifestación de los jugadores de Chivas en la cancha fue penosa.

Ni actitud, ni esfuerzo, ni convicción, ni rebeldía a su destino. Había resignación al fracaso. Es decir, había complicidad para fracasar, para fallar. Había ansiedad para renuncia, para rendirse, para desertar.

Chivas claudicó desde antes del silbatazo inicial. No se trata de si corrieron o si sudaron. Se trata de esa ausencia medular de testosterona.

Tal vez dos descripciones impecables, los dos mejores diagnósticos, los dos mejores veredictos para las Chivas humilladas por Toluca, los dio alguna vez el mismo Jorge Vergara en Raza Deportiva de ESPNDeportes Radio.

"Se comportan como unos niños caguengues" o "juegan corriendo como gallinas a las que les cortaron la cabeza", dijo en diferentes oportunidades.

¿Es culpa sólo de los jugadores? No.

Débiles de espíritu, confundidos, enajenados, desesperados, desconfiados, abandonados, los jugadores carecen de un líder.

Recurrieron mentalmente a un estado fetal. Se encogieron como autoprotección al no encontrar una voz autorizada ni autoritaria ni de autoridad.

¿Dónde está el líder? ¿Un entrenador que fue humillado el pasado jueves en el vestidor del Omnilife por el propio dueño Jorge Vergara? Ese día John Van't Schip empezó a irse del Guadalajara.

¿Vergara el líder? Tiene la autoridad feudal del patrón, pero ¿quién puede venderle los clavos de su cruz ¬-diría Sabina-, a un tipo que envalentonado por su posición, enloquece y los insulta, insulta a su entrenador, y desafía a la mayor riqueza de un equipo como es su afición?

Vergara dejó de ser líder de ese grupo el jueves por la noche.

Puede demandar como dueño, pero jamás podrá mandar como auténtico caudillo.

Triste que los jugadores de Chivas no tengan el espíritu de Bob Beamon, pero más triste que en su propio dueño encuentren a plenitud a las tres arpías que azuzaron al plusmarquista de México 68: los tres personajes que dejaron de creer en él, para que el mismo atleta empezara solo a sólo creer en él.