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¿Alguien se atreverá a creer en Vergara?

Jorge Vergara ha sido dueño de las Chivas por una década Mexsport

LOS ÁNGELES -- Quisiera ser indulgente con Jorge Vergara. Quisiera creer que sabe lo que hace. Pero, lo más importante, que sabe con quién hará, lo que ahora debe hacer.

Quisiera creer que comulga como dirigente de futbol como lo hizo con su empresa.

Y quisiera creer que se apega al salmo de Jackson Brown: "En la lucha entre el arroyo y la roca, siempre triunfa el arroyo... no porque sea más fuerte, sino porque persevera".

¿Y ahora qué? Es la angustia que atosiga a la afición de Chivas. Muchos de sus seguidores, como siempre, en contraofensiva estilo Jurassic Park, se refugian en el pasado para defenderse del presente. "Somos los máximos campeones".

Y lo que hacen entonces es darle la razón a Johan Cruyff: suman 40 años de consoladores desconsuelos.

Chivas y su afición deben entender que la grandeza es un acto reiterativo de dominio, no un acto reiterativo de nostalgia.

La grandeza son los hijos que vienen, no los fantasmas que los rodean.

Cuidado: esta es la cuarta vez que Chivas plantea un escenario dantesco, y con ello surge el linimento timorato de que "pero ya no puede estar peor, algo peor ya no le puede pasar".

Ese estado catatónico de tragedia irremediable, es lo que menos debe tolerar Chivas en este momento.

Cierto que la afición tiene el derecho a ese rostro histérico de incertidumbre. ¿Cómo creerle a un hombre que ejerce con pericia inusitada el acto perfeccionista de desmentirse y ridiculizarse a sí mismo?

Ojo, lo hemos dicho reiteradamente: si Vergara no hubiera comprado al equipo, Chivas sería hoy propiedad de Televisa y andaría abandonado por los arrabales donde Necaxa, San Luis y Querétaro sobreviven en la indigencia.

Por eso citaba la sentencia de Jackson Brown: Vergara no se da por vencido, insiste, es persistente.

El problema, su problema, es que en las grandes batallas que confronta y que puede ganarlas, su más formidable enemigo es él mismo, y termina con metidas de pata épicas y poco apologéticas.

El problema de Jorge Vergara sigue siendo Jorge Vergara.

Ya dijimos como él mismo saboteó, boicoteó y arruinó el proceso con Westerhoff, con los De la Torre, con los Real y demás.

Y el problema es que, primero, hace una exaltación épica de sus comandantes en jefe, a los cuales, al final, termina humillando, desacreditando, descalificando.

¿Qué tiene hoy Chivas? Un estadio espectacular, una cantera de buenos futbolistas que saltan desorientados a la cancha, y una escuela en la que se ha ausentado la mano de cuna, de casa, mexicana. La incubadora fue entregada en adopción y usurpación a holandeses que ahora tienen menos de un mes para empacar e irse.

Y el capital más importante, más poderoso, renovable e incrementable, y queda claro, el que menos preocupa a Vergara, es precisamente su afición.

Los seguidores del Rebaño podrían entender, asimilar, asumir y compartir los caos y los pecados de Vergara, si al menos no les mintiera, difícil precisar si con desfachatez o cinismo, o con plena conciencia y autoengaño, de que algún día puede ocurrir.

Ha prometido Copas, Ligas, títulos, espectáculo, primor en su futbol.

Un día se le reclamó eso en Raza Deportiva de ESPNDeportes Radio, el que vendiera humo. Y él dijo que este interlocutor estaba equivocado. Jura que ni miente ni engaña ni exagera ni vende humo, cuando dispara conquistas fantásticas con sus carretas vacías.

Seguro seguirá insistiendo. La tenacidad es uno de sus mayores valores, pero es tiempo, ya es tiempo, de cordura, coherencia, sensatez y mesura, para plantear metas y para garantizarlas.

Lo más devastador sería que mañana, si aparece con Néstor de la Torre o con José Luis Real, o con ambos, o con ninguno, o con quien sea, se atreviera a prometer encaramarse al Everest, cuando lo que tiene en su plantilla no son alpinista, sino buceadores.

Y cuando salga nuevamente al púlpito de su iglesia rojiblanca, seguramente su feligresía puede entornarle, en cantos gregorianos, la máxima del filósofo alemán Friedrich Nietzsche: "Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que, de ahora en adelante, ya no podré creer en ti".