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Cooperstown: ¿Hipocresía y conveniencia?

¿Votaría la Asociación de Escritores de Béisbol de América (BBWAA) por un racista confeso, miembro del Ku Klux Klan, para ingresar al Salón de la Fama de Cooperstown, aunque haya sido un pelotero excepcional?

¿Qué tal un gran jugador, pero con valores morales tan bajos que lo llevaron a prisión por tráfico de drogas?

¿O alguien capaz de agredir brutalmente a batazos a un rival, poniendo en riesgo no sólo su carrera, sino su vida?

¿Y algunos envueltos en apuestas ilegales?

Pues aunque parezca increíble o inaceptable, hay de todo esto en el Salón de la Fama.

Según las reglas de Cooperstown, para ser exaltado al templo de los inmortales del béisbol, además de la excelencia deportiva que se traduce en estadísticas de lujo, el candidato debe tener integridad, deportivismo y carácter moral.

Sin embargo, desde su creación en 1936, los criterios de elección han sido manejados con una mezcla de relatividad e hipocresía. O quizás de acuerdo con las circunstancias de cada época.

El Salón de la Fama de Cooperstown es, después de todo, un museo para preservar la historia del béisbol. Y la historia debe ser contada tal cual es, sin ambages ni medias tintas, de manera que las nuevas generaciones conozcan que las personas que hicieron grande este deporte fueron, sobre todo, seres humanos, con virtudes y defectos.

Tris Speaker, electo a Cooperstown en 1937, pertenecía al KKK, organización supremacista de la cual se sospecha era miembro también Ty Cobb.

Adrian "Cap" Anson, la primera gran estrella de la historia del béisbol, consideraba a los negros como seres inferiores y se aprovechó de la influencia que su calidad representaba para forzar al establecimiento de una barrera racial a fines del siglo XIX, que duró hasta 1947, con la llegada de Jackie Robinson a las Mayores.

Los propios Speaker y Cobb se vieron involucrados en una serie de apuestas ilegales y el primer comisionado, Kennesaw Landis Mountain, el mismo que se encargó de suspender de por vida a los ocho jugadores de los Medias Blancas de Chicago que vendieron la Serie Mundial de 1919, decidió perdonarlos.

Un nuevo escándalo habría sido un golpe demasiado duro para el béisbol, cuando trataba aún de recuperarse del caso de los Medias Negras.

El puertorriqueño Orlando "Peruchín" Cepeda fue condenado a cinco años de cárcel en 1976 por tráfico de marihuana, de los cuales cumplió diez meses en prisión y el resto en libertad condicional.

En 1965, la carrera del catcher John Roseboro estuvo en peligro, luego de que fuera brutalmente atacado a batazos por el lanzador dominicano Juan Marichal, quien lo golpeó repetidamente en la cabeza, un hecho que de no haberse producido en un terreno de béisbol, quizás hubiera merecido una sanción penal para el agresor.

Sin embargo, todos estos incidentes no impidieron la entrada de Anson, Cobb, Speaker, Cepeda y Marichal al templo de los inmortales.

Pesó más su aporte al béisbol, aunque sus defectos también quedaron registrados en la historia.

Entonces, ¿por qué cerrarle a cal y canto las puertas de Cooperstown a jugadores que usaron sustancias para mejorar su rendimiento, en una época en que las propias Grandes Ligas daban su beneplácito de manera tácita a esta práctica?

Ojo. No es lo mismo Sammy Sosa que Manny Ramírez. Si Sosa usó esteroides para fortalecer su cuerpo y convertirse en la versión dominicana de Arnold Schwarzenegger, que le ayudaron a ser el gran jonronero que fue, lo hizo bajo la mirada cómplice del comisionado, que necesitaba de él y de Mark McGwire para recuperar al béisbol de la crisis tras la huelga de 1994.

Y entonces el uso de esteroides y de hormonas de crecimiento humano (HGH), estaba sumamente extendido en las Mayores, pero no todos fueron capaces de poner las cifras que dejaron Sosa, el Big Mac, Barry Bonds o Roger Clemens.

¿Qué tal si de pronto nos enterásemos de que varios miembros actuales del Salón de la Fama también recibieron ayuda química para mejorar su rendimiento? ¿Serían expulsados de Cooperstown? Hmmm, no lo creo.

Manny es historia aparte. Con una política antidopaje ya establecida, Ramírez intentó engañar al mundo no una, sino dos veces.

Y aun así, valdría la pena preguntarse si las trampas de Manny son peores que el racismo de Anson y Speaker o la conducta delictiva de Cepeda, al extremo de mantener fuera de Cooperstown a uno de los mejores bateadores de los últimos 20 años.