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Entendiendo a Víctor Mesa, 'El Loco'

Víctor Mesa llamó la atención de muchos por su personalidad al frente de Cuba en el WBC. AP Photos

Un lector me pregunta qué quiero decir cuando aseguro que Víctor Mesa, manager del equipo Cuba que participa en el III Clásico Mundial de Béisbol, no recibe órdenes superiores y se arriesga a tomar decisiones propias.

Se supone que Mesa está haciendo lo normal, pero para entender lo extraordinario de su trabajo, hay que conocer cómo se ha manejado el béisbol en Cuba por más de medio siglo.

Más allá de la pasión que la pelota ha despertado en los cubanos desde que comenzó a practicarse a fines del siglo XIX, en los últimos 54 años se ha manejado como una cuestión de Estado.

En los eventos internacionales se trataba de ganar a toda costa, principalmente a las selecciones de Estados Unidos, e incluso eran prácticamente inaceptables victorias estrechas.

Había que aplastar a los rivales, que por cuatro décadas fueron apenas inexpertos muchachos de universidades, mientras el equipo Cuba era integrado por peloteros cada vez más curtidos por el peso de la experiencia.

Los seleccionados nacionales se repetían año tras año casi de manera idéntica y sólo entraban nuevos jugadores cuando algún veterano decidía retirarse del deporte activo.

Inclusive, hubo figuras eternas en el plantel nacional, como Lourdes Gourriel, padre de Yulieski Gourriel, que apenas jugaban en los torneos de la isla, preservándose para los compromisos internacionales.

De poco o nada valía a las figuras emergentes dejar el cuerpo y el alma sobre el terreno en Cuba.

El alto mando del béisbol prefería jugar al seguro con peloteros probados y políticamente confiables, en lugar de arriesgarse con jóvenes que pudieran fallar en momentos cruciales o abandonar el equipo en una gira por el extranjero para buscar un mejor futuro como profesionales.

La conformación final del equipo Cuba tenía que tener el visto bueno del más alto mando político del país, que en ocasiones decidía la inclusión o exclusión de tal o más cual jugador.

Y ya en competencia, los que integraban el equipo en calidad de reserva rara vez tenían tiempo de juego, a menos que alguno de los titulares sufriera una lesión.

Nadie se arriesgaba a mover un ápice en lo establecido, por miedo al fracaso.

La racha de derrotas que ha sufrido el béisbol cubano en los últimos años provocó entonces un desfile de managers al frente de la selección nacional, que siguieron el mismo patrón de aceptación de los designios superiores y temor de arriesgarse con jugadores jóvenes.

Y en este escenario llega Víctor Mesa, un tipo extrovertido, polémico, histriónico y en ocasiones hasta desagradable, pero acostumbrado a decir lo que piensa sin pelos en la lengua.

Apodado por la afición como "El Loco", se apoya en esa aparente falta de cordura y en el prestigio que se ganó en sus años como jugador para hacer las cosas a su manera, sin aceptar interferencias de otras instancias.

Bajo esas condiciones aceptó el mando de la selección y tomó decisiones drásticas para renovar un equipo que lleva una sequía de títulos internacionales desde hace casi una década.

En otras palabras: conformó un equipo de hombres, no de nombres. Escogió a los que le parecieron más adecuados para las estrategias que se trazó, sin importar si con ello hirió susceptibilidades de estrellas establecidas.

Aún le queda mucho camino por recorrer y quizás ni llegue a ganar el Clásico, pero desde ya, por valiente, por independiente, por audaz, se merece un aplauso.