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Nery y Vela, el prodigio de los hijos pródigo

MIAMI -- Los hijos pródigo levantan la mano. Las heridas cicatrizan y las penurias tienen el sabor amargo de memorias inofensivas.

Carlos Vela y Nery Castillo quieren subirse al barco. Ese mismo que rehuyeron cuando zozobraba.

Ambos, Vela y Nery, quieren un espacio en el transatlántico de la incertidumbre, luego de negarse a subir a la barcaza que zozobraba en las mareas agitadas de la Concacaf.

Vela reserva una mesa para dialogar con Miguel Herrera. "Quiero ir al Mundial", se ha pronunciado desde el pedestal incierto de su buen momento en España.

Y lo ha hecho como si el futbol mexicano debiera detenerse y contemplar el protocolo de su advenimiento a dialogar con el Piojo.

Herrera ha sido claro: "Sí la cabecita de Vela ha cambiado, hablaremos con él".

Vela eludió el fragor sufrido y doloroso de la eliminatoria. Quiere llegar al Mundial sin las cicatrices de otros, sin las pesadillas de otros, y sin las noches de insomnio de otros con los espectros de las críticas e insultos, que fueron acosándolos hasta el alivio colectivo en Nueva Zelanda.

Nery Castillo tiene una historia distinta. Guardó silencio entre la crisis. Cierto: no tenía la panacea para los cánceres acumulados del Tri.

Hoy, amparado en el inestable argumento de dos goles, Nery aprovecha el momento. La coyuntura del oportunismo.

Manda mensaje sellado a Herrera: quiere ser tomado en cuenta para el Mundial.

Como Vela, Nery tiene derecho. Pero su acto de contrición va más allá, debe consumarlo fuera de la cancha para que repercuta dentro de ella.

Seguramente las facultades las tiene intactas, Las mismas que le hicieron hijo adoptivo en Grecia. Las mismas que le encumbraron a una idolatría pasajera entre los mexicanos tras su rendimiento con el Tri de Hugo Sánchez en la Copa América de Venezuela.

Sin embargo, Nery Castillo tiene un ritual de penitencia pendiente. Fuera de cancha ha perdido todos los partidos que ha jugado. La vida lo ha crucificado de manera dolorosa. Le arrebató a sus padres y lo dejó en el desamparo. Y él se encargó de renunciar a su familia y de sumergirse en el placentero consuelo de noches inagotables de mujeres y alcohol.

Los dos pues, Vela y Nery, levantaron la mano. Pero, para convencer a Miguel Herrera no deberá bastar la pirotecnia de la cancha, sino la paz en la cabeza perturbada de Vela y en las jornadas nocturnas de Nery.

Y al menos, por lo menos, eso deben ofrecer ambos, a cambio de ver desde el sofá y en la tercera dimensión del drama, el sufrimiento de quienes lograron rescatar a una barcaza náufraga, pero que súbitamente se transformara en un trasatlántico de ilusión inconsistente para los mexicanos.