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River entendió cómo se juega un clásico

BUENOS AIRES -- La adversidad que representaba ir a la Bombonera sin público visitante, el clima hostil que ahí, inevitablemente, iba a vivir, los diez años sin poder ganar en ese escenario, un combo de contingencias que River debía superar con éxito si quería colgarse definitivamente la chapa de candidato.

Y así fue.

Más allá de algunas cuestiones que terminaron favoreciéndolo, de esas que otras veces inclinan la balanza para otro lado (léase: fallos arbitrales), lo fundamental fue que el equipo de Ramón Díaz entendió cómo debía afrontar ese compromiso, de qué manera jugar el clásico. Sin brillar, es cierto, pero con plena concentración, poniendo todo y dejando atrás cuestiones vinculadas con el entorno que, como fue señalado, iban a estar del lado contrario, por esa absurda medida de prohibir la concurrencia del público visitante. River se impuso allí después de diez años, cortó la racha de nueve partidos sin ganar afuera de casa y ahora deberá demostrar si ese quiebre anímico que otorgan los Superclásicos, para bien o para mal, podrá ser usufructuado en el sprint final del torneo. En este campeonato tan irregular, el Millo viene ajustando piezas y, sin jugar bien, está consiguiendo confiabilidad, al menos desde el lado de los resultados.

A Boca le ganó con algunos tópicos que inevitablemente se necesitan en estos partidos. Uno de ellos es la concentración, que no la perdió ni siquiera cuando le empataron con ese golazo de Juan Román Riquelme y el estadio explotaba al ritmo de una apresurada coreografía de fuegos artificiales. River pudo ahogar se presagio de fiesta con un cabezazo de Ramiro Funes Mori, que enmudeció a todos. El olor a pólvora de la pirotecnia, que hacía un minuto exacerbaba la adrenalina de todo el mundo xeneize, luego del mazazo fue una excusa para justificar aquellos miles de ojos que se tiñeron de rojo por la bronca.

River, quizás, no fue tan vistoso, pero sí inteligente y efectivo. Barovero respondió cuando lo necesitaron, Lanzini volvió a demostrar que es jugador de clásicos, el Lobo Ledesma, con la duda de si en junio continúa o no jugando, dio una clase de quite y distribución en la mitad, y Funes Mori aventó las dudas sobre su participación anotando el gol de la victoria. El resto acompañó. Algunos de mejor forma, como Mercado, y otros quedando en deuda, como Carbonero. Pero el conjunto no le sacó el pecho a la responsabilidad, a la lucha, a entender que en los clásicos está permitido que la estética quede a un lado, pero lo que sí no debe negociarse es el esfuerzo. Al menos por ese partido. Porque es el que entrega tranquilidad en las semanas venideras y, en el caso de River que quedó a un punto de la cima, es el que puede darle la llave para volver a los tiempos de gloria. A dar otra tan ansiada vuelta olímpica, esa que le viene siendo esquiva desde aquel ya lejano 2008. El marco está dado para que se quiebre esa racha, como tantas otras que ha venido derribando.

¿Habrá sido el Superclásico el presagio el disparador de ese esperada (y necesitada) resurrección? Todo está dado, los protagonistas ahora deberán comprender que no pueden relajarse y que tendrán que jugar de la misma forma que contra Boca las nueve finales que le quedan por delante. Con algo más de fútbol, por supuesto. Así, el anhelo de un nuevo título podrá hacerse realidad.