<
>

¡Indigna la coronación del Real Madrid!

LOS ÁNGELES -- La victoria se viste de gala con la sangre del rival.

No hay gloria suprema sin la glorificación de la víctima.

La exaltación sublime del vencedor se inmortaliza con la bravura del vencido.

Sólo algo entristece la felicidad climática del triunfador: la indignidad del caído.

Nada puede objetársele a la coronación del Real Madrid. Nada puede percudir la efervescencia de su conquista.

La Corte Blanca fue superior al Barcelona. Por muchos momentums, fue una batalla desigual.

La respuesta de los catalanes era en automático. Era un rezongo o un acto impulsivo más que una reacción consciente del equipo que había acostumbrado a ganar todas las discusiones con el bellísimo lenguaje del futbol preciosista.

La respuesta de los azulgranas era un espasmo muscular del estertor de una derrota inminente. Era apenas el pálido derecho a la última exhalación antes de la muerte. Así respondía el Barcelona.

Real Madrid perdonó en varias ocasiones con imprecisiones en el disparo, o en la elección equivocada de la jugada final por parte de Bale, de Benzema, de Modric, de todos.

El Paladín de la Casa Blanca sufría en la tribuna, exiliado por una lesión, mientras que el Cid de La Masía vegetaba, rumiaba, merodeaba, se aislaba del compromiso, del desafío, del reclamo, de la obligación, de las exigencias, en una actitud incomprensible que pasaba de lo taciturno a lo indiferente, como su todo él estuviera laxo tras una crisis de epilepsia.

Mientras Cristiano Ronaldo oscilaba entre la ansiedad y el gozo, Messi estaba ensimismado en los espejismos de Brasil 2014, y empeñaba, de paso, su derecho a tutearse con los que nunca trasgredieron el honor de la competencia, ni el pacto gremial y gregario con club, compañeros y afición, como Pelé, Maradona o Garrincha.

El Messi de hoy no puede codearse con los mesías legendarios del futbol.

Y en medio del arrebato, de la explosividad, del fervor y la fruición del Madrid por pelear a muerte una guerra, se encontró con un equipo diezmado, porque su Diez retozaba en los pastizales de su imaginación mundialista traicionando sus deberes inmediatos.

Argentina puede y debe esperar a junio, pero hoy Argentina debe estar tanto o más preocupada que el Barcelona.

Cierto: el Madrid jugó con el marcador, desesperó al adversario; incluso se enconchó, aguardó, resistió, y hasta se divirtió en la torpe obsesión de los culés por tratar de matar por arriba a la muralla blanca que sólo fue horadada cuando se vio muy merengue, muy blandengue, en la marca sobre Bartra.

Pero las condiciones, el guión, la trama del partido, desde el arranque del juego, fue escrito en la banca blanca.

Ancelotti ya había llegado al punto final de la obra, cuando Martino aún estaba patéticamente confundido en los puntos suspensivos del misterio...

En una semana, el saco lleno de sueños del Barcelona se llenó de pesadillas. El Triángulo de las Bermudas se devoró Cataluña. Adiós prácticamente a la Liga, ha sido echado de la Champions y terminó siendo el podio, sobre el cual pisó y se enderezó la figura de Iker Casillas, para levantar la Copa del Rey.

Y así es: nada que objetarle al Real Madrid. Si su preclara consumación de superioridad con el trofeo en ofrenda tiene una mancha de indignidad, esta se la dejaron ahí Barcelona y Messi, quienes fueron víctimas que no estuvieron a la altura de sus verdugos.

Coincidirá pues que sí, que es indigna la coronación del Real Madrid, pero no por la honra y el pundonor inmaculados de la Casa Blanca, sino porque el supuesto Messi-as y La Masía nunca pudieron mirarle a los ojos.