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Chivas quería Cepillo, pagando una peineta

LOS ÁNGELES -- Chivas es esa dama que acude a la zapatería sólo a probarse, a ajar, a modelar calzado que nunca va a comprar porque no lo quiere comprar.

Aunque tenga dinero y aunque lamentable y miserablemente sus zapatos del diario necesiten por lo menos de medias suelas, tacones, tapas y lustre.

Y siempre culpará a la vendedora de piso. La llamará inepta, la declarará su enemiga y lloriqueará por los rincones de que el mundo entero es su enemigo.

Apenas hace dos semanas, Jorge Vergara declaraba en Raza Deportiva de ESPNDeportes Radio que su presa número uno era Oribe Peralta: un goleador de raza, de esos que hacen erupción en el área cuando los demás se apocan y rehúyen al reto.

De manera maliciosa, obscena, descarada, burlona, aviesa, cruel, despiadada, el América se sentó con Santos y cerró la operación, a sabiendas de la doble estocada perpetrada sobre Chivas: le arrebataba una de sus urgencias y, de paso, hacia quedar como mentiroso a Jorge Vergara, quien ha vivido engatusando a sus aficionados con un lastimero y lastimoso: "es que no me quieren vender".

El Nido pagó lo que valen los tesoros del Cepillo Peralta. Pagó 11 millones de dólares. Porque el gol, como objetivo total del juego, es lo más caro del futbol, y el que lo tiene, lo cotiza en la medida de sus ambiciones.

¿Qué se lleva América? Una solución doble: el goleador que le hizo falta en el Apertura 2013 y en el Clausura 2014, además de que ya puede atender las ofertas sobre Raúl Jiménez, o retenerlo como socio perfecto del mismo Peralta, toda vez que ni Luis Gabriel Rey ni Andrés Ríos llenaron las exigencias del equipo.

Ojo: Alejandro Irarragorri y Pedro Caixinha se liman todos los días el colmillo retorcido, para que no se les note la astucia. Detrás de la venta del Hermoso, debe haber una preciosa operación para reforzarse.

A Oribe Peralta lo alcanzó tarde la madurez. Pero lo atropelló de manera imponente, ungiéndolo de repente de todos los atributos del delantero moderno.

Está por cumplir 31 años. y se da un contrasentido: está capacitado para jugar en Europa, pero a esa edad, ya no está capacitado para jugar en Europa, porque ya no encontrará las mejores plazas, los mejores sueldos, los mejores torneos, ni la paciencia para que se sumerja en el hábitat de las poderosas exigencias europeas.

Un jugador que puede vivir, sobrevivir, convivir y asesinar en el área. O que puede salir de ella, cómodamente y colaborar a inventar, con la distracción del adversario, a alguno de sus compañeros como el repentino goleador.

Por eso, ese matrimonio con Carlos Darwin Quintero debería haberse jurado lealtad eterna. Primero el colombiano estuvo al servicio de Oribe.

Después, a partir de la llegada de Caixinha, encontraron esa empatía, esa telepatía, esa fascinante forma de entenderse sin mirarse, de comunicarse sin hablarse, para mandarse señales enfrente de todos sus rivales, sin que ninguno las adivinara.

En su momento ambos sabían quién era el señuelo, el anzuelo, y quien era el asesino.

Dos torneos, casi huérfanos, casi abandonados, casi solos, casi a solas, se encargaron de que Santos fuera un equipo que era imprescindible ver por ese entendimiento casi paranormal entre ambos.

La bendición de Oribe es que se adapta a todo. Que se adapta a todos.

Esa es su sabiduría mayor: puede forzar al compañero a que juegue como ambos lo necesitan. Y esa generosidad, esa esplendidez, ese altruismo, termina prodigándose, y en lugar de tener América a un mejor atacante, tendrá a dos mejores atacantes.

Y si Raúl Jiménez se va, Peralta hasta puede incluso sacudir a cualquiera de los dos holgazanes que decepcionaron en el América: Rey o Ríos.

Cuando Oribe Peralta aniquila a la defensa de Brasil en la Final de los Juegos Olímpicos en Londres, hablábamos del honor que le rinde el Hermoso a su propio nombre, al significado de su propio nombre.

"Oribe: el orfebre, el artista que trabaja con el oro".

Y Oribe merecía, en los últimos años de explosividad en su carrera, que el América pagara oro por él y le pagara con oro a él.

Y por eso El Nido se queda con él.

¿Chivas? Quiso comprar un Cepillo a precio de peineta. O mejor: quiso comprar a un orfebre del oro, con monedas de cobre.

Por eso uno se queda con él, y por eso el otro seguirá lamentándose de que la empleada de la zapatería, es la culpable de sus juanetes, callos y ojos de pescado, y no en realidad la paupérrima calidad del calzado que compra.