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El Tri no tiene enemigos... tiene traidores

FOXBORO -- El futbol mexicano no tiene enemigos. Tiene traidores. Su historia está llena de mercenarios. Y la selección mexicana es su prostituta favorita. Viven, como gigolós decadentes y decrépitos, a expensas de ella, sin darle nada a cambio.

Sí: los enemigos del futbol mexicano no visten de odio, sino de hipocresía, cinismo e impunidad.

La historia lo demuestra. Desde Rafael del Castillo, aquel hombre con doctorado en Derecho, que llevó por la senda más tortuosamente chueca al futbol mexicano, hasta la condena de cárcel de dos años por orden de FIFA sin derecho a competencias internacionales, incluyendo el Mundial de 1990, a causa de los cachirules.

Desde entonces y hasta hoy. Y seguramente hasta mañana. Y hasta siempre. Y que nadie les endulce el oído con el precursor Emilio Maurer porque al final fue no víctima, sino victimario, por las mismas arpías del resto: la voracidad y esa truculenta obsesión por el poder y la fama.

Se dijo, o sus vocingleros y cómplices dijeron, que Maurer era el hombre del cambio. Al final él cambió, sin cambiar nada.

Lo más recurrentemente puro, generalmente, ocurre dentro de las canchas mexicanas. Insisto, generalmente.

Todo esto lleva a la materia prima, a los predestinados, aunque ellos no lo entiendan, aunque ellos no asuman ese rol específico de sus atributos para el deporte que se convierte en una religión de fanatismo sin límites: los futbolistas.

Hay lugares en el mundo donde no llega pan; donde no llega agua; donde no llega religión; donde no llegan vacunas; ni medicinas, ni justicia, ni educación, pero siempre llega, siempre, porque siempre llega, un balón de futbol, confeccionado con tecnología o con la magia de confeccionar una bola deforme hecha con ligas y trapos.

Porque entonces, la pelota se convierte en algo mágico: esperanza.

Insisto: los futbolistas no comprenden el poder que tienen, no en sus manos, sino en sus pies y en esa etérea responsabilidad que se llama profesionalismo o devoción o hambre, o, simplemente, pasión, por esa religión de la que el destino los convierte en sus apóstoles.

Y hablando del jugador mexicano, la situación es más puntual.

En México, no hay barro de prodigios. Ni tampoco hay barro de portentos o de milagros.

Y de los pocos que han sido diferentes, otros pocos no han hecho nada por su selección nacional: Hugo Sánchez prefirió el cobijo de la discoteca Jubilee en 1986, y Carlos Vela se proclamó apátrida como futbolista. No hay bandera que le conquiste su talento de jugador.

Aún así, en la precariedad, en la ordinariez, y por supuesto, en la escasez de los Cuauhtémocs o los Márquez, los fracasos de cada cuatro años no pueden atribuirse al jugador mexicano, al menos no enteramente.

El futbolista mexicano dignifica su carrera dignificando la camiseta, al menos en Copas del Mundo, y a veces entre delirium tremens agudo, punzante, que se posesiona de sus eventuales entrenadores.

Ya se ha hecho ese repaso aquí.

1.- Que en 1986, ese doctor Del Castillo, engañando, determinó que el líder del grupo iría a Monterrey y el sublíder en el Azteca. México terminó primero, algo que ni los dirigentes esperaban. Monterrey fue su Waterloo.

2.- Miguel Mejía Barón, en anécdota inolvidable, se guardó los cambios y Hugo Sánchez se quedó en la línea imaginaria calentando, mientras Zague se tropezaba de manera lamentable con oportunidades inminentes de gol.

3.- Y Manuel Lapuente hace enroque suicida. Claudio Suárez a mediocampo y Rodrigo Lara de monigote ante el ataque aéreo alemán. El Tri ganaba 1-0. Como siempre: tan cerca y tan lejos.

4.- En 2002, Javier Aguirre se equivoca al leer el cuadro de Estados Unidos. Lo menosprecia. Cuando recibe el primer gol saca al de pundonor, Ramón Morales, y mete a uno más caduco que medicina del Seguro Social: Luis Hernández. Good bye.

5.- Ricardo La Volpe lo aceptaría dos años después. Si no hubiera escuchado a su mentalista quien definía el once conforme a horóscopos y biorritmos, podía haber terminado como primero de grupo, sobre Portugal. La Volpe se sentía muy Capricornio, y terminó muriendo de Cáncer por creer en estulticias.

6.- Y en 2010, Mario Carrillo engatusa a un Javier Aguirre nervioso, y le infiltra a Cuauhtémoc, jugando ya en neutral, ante Uruguay, y luego a otro más lento en voluntad y testosterona, Bofo Bautista, ante Argentina.

Por eso insisto en la defensa del jugador mexicano, a pesar de algunos desplantes en algunos de ellos. Esos lances y deslices de divos, de petulantes, de patanes, de perdonavidas, a la hora final de pisar cancha, ejercen con fe y voluntad, esa homilía reiterativa: "nos vamos a matar en la cancha".

En lo personal, no veo a Andrés Guardado de titular, pero sé, porque lo ha demostrado, que aún en medio de que ha perdido velocidad, marca, repentización y disparo, al final de la jornada, está dispuesto a meter la pierna sin recato.

Y el Maza Rodríguez, que parece tener las dos piernas en dirección equivocada, que a veces bestialmente reacciona contra su afición, sus compañeros y sus propios intereses, aún así, porque saliendo de esas crisis anteriores, no regatea aliento ni riegos.

Es decir, estos mencionados, como otros, podrán jugar con desventaja de calidad técnica, de cantidad física, pero no moral ni hormonal. De acuerdo, no son los más inteligentes, pero son lo suficientemente listos.

Por eso, al final, el único que no debe equivocarse, que no debe ser presa del pánico, que no debe sucumbir en esa silla, o en esa banca, de glorias efímeras y fracasos eternos, destino de todo técnico en México, es Miguel Herrera.

Insisto: no tendrá la mejor materia prima, pero por dentro, quede claro, el jugador mexicano no se cuartea, no se arredra, no se raja, no claudica, sino hasta que ve, y sólo hasta entonces, que su líder en la banca, se equivoca y se rinde.