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Cuánta calamidad prepara aún Alemania

RÍO DE JANEIRO.-- Los alemanes no lloran. Ni por el intenso dolor de la alegría. Los alemanes no lloran. Ni por el intenso suplicio del placer de la victoria.

Los alemanes no lloran, porque su genética es hacer llorar al mundo. O por el placer de verlos jugar al futbol o por el martirio profano de someterlos, como hicieron con los dos más poderosos representantes de América.

Las Copas, a Alemania, le sirven para beber la sangre ajena más que las lágrimas propias. Y su copa sigue medio vacía. Y mientras maquino, esto, los veo aquí, en la cancha del Maracaná, lanzando al aire la Copa FIFA, como si fuera un trofeo más, y no el Cáliz Sagrado.

A Brasil le desfiguraron el rostro para la eternidad con un 7-1, y a Argentina le arrebataron una Copa FIFA que sentía suya, especialmente porque soñaba, anhelaba, suponía, que Lionel Messi, ahora sí, esta vez sí, saldría de la caja de regalo en que lleva catatónico o con pilas de medio pelo, desde hace un año.

Y el universo del futbol tiene un serio problema con estos insensibles de su dolor festivo y del dolor agónico ajeno: tiene una generación de futbolistas que les garantiza el reinado de esa fauna salvaje y maravillosa del futbol.

Los imberbes de hoy llegarán en plenitud a Rusia. Y la generación que debe relevar a los que pretendan asaltar Moscú, está saliendo de los cuneros alemanes.

Lo explicaba Joachim Löw en conferencia de prensa previa al choque con Francia.

"Aprendimos la lección. Cambiamos nuestra manera de trabajar y de armar los equipos en la BundesLiga. Cambiamos todo, porque teníamos que recuperar la grandeza. Hoy -dijo entonces- sabemos que podemos ser campeones del mundo", explicó.

Löw, el hombre que lleva tres mundiales al frente de Alemania, porque es sabido que Jürgen Klinsmann era el parapeto ornamentado en Alemania 2006, porque en realidad era Löw quien ejercía el derecho a poner orden en esa selección.

En esa misma tanda de artillería de los medios, Löw explicaba que no tenía intenciones ni pretensiones de hablar de su permanencia al frente de Alemania, ante las dudas reptantes, entonces, sobre si podría o no vencer a Francia.

Hoy, tras despachar a tres campeones del mundo de manera lineal, Löw se coloca del otro lado de la mesa. No espera negociar. La Copa FIFA es el mejor notario de sus intereses.

Tras el tsunami que cimbró Brasil, con la ominosa goliza de 7-1, en un ejercicio de crueldad extrema, ante Argentina encontró una oposición distinta.

Debió encarar a una Argentina que estaba dispuesta a morderle las pantorrillas y el pescuezo en cada jugada, pero además, con jugadores talentosos y convencidos de que su inferioridad colectiva, podrían equilibrarla con la superioridad en la habilidad pensante y espontánea de su futbol.

Alemania demuestra que la perseverancia y la inmunidad, la insensibilidad a las presiones y a los flagelos, le permiten ignorar los peligros, porque asumen que en los termómetros de la depredación, han vuelto a estar por encima de sus adversarios.

Hoy no sólo son mejores que los favoritos. Hoy son superiores a los mejores.

Y de esa manera Gary Lineker se convierte en el Julio Verne de las fábulas futbolísticas.

Cuando Lineker musitó con dientes apretados aquella parábola anciana de que "el futbol es un deporte que inventaron los ingleses para que siempre ganen los alemanes", no estaba siendo un comediante de dudoso gusto, sino estrictamente profético.

Por eso, en Maracaná, en el Mundial de Brasil, en la supuestamente infranqueable América para los europeos, los alemanes han extendido su tierra de conquista, y que amenazan, con esa generación de futbolistas, y las que ya empiezan a derribar muros europeos, que es el principio de una era en la que el dolor de otros será un placer de ellos, aunque sean tan resistentes al llanto aún por el propio dolor de su felicidad.