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Argentino, decime, ¿qué se siente...?

RÍO DE JANEIRO, Brasil -- Este Blog tal vez nunca debió ser escrito. Ni publicado. Traspasa la intimidad. Irrumpe en sensaciones y sentimientos de compañeros de trabajo.

Sin embargo, la respuesta la tienen ellos, aunque tal vez no sepan o no puedan darla, aunque quieran.

Argentino, decime, ¿qué se siente...?

Horas, días antes de la Gran Final de la Copa del Mundo, vi otra cara que ellos, los compañeros de trabajo, no vieron. Vamos, ni el mejor de sus espejos puede desnudar lo que yo distinguía en esos rostros suyos.

En esta empresa, sobran compañeros de miradas limpias. Uno escudriña en sus ojos y es un abuso. Son casas de cristal. Uno lee la gentileza en ellos. Y yo hurgaba sin que, en este caso, estos cuatro, se dieran cuenta.

Buscando esa respuesta a esa pregunta: Argentino, decime, ¿qué se siente...?

Esta ha sido mi séptima Copa del Mundo profesionalmente y mi séptima Final, más la de 1970, de la mano de mi padre.

Por logística, fue inevitable estar cerca de ellos. El fortín de ESPN en Río de Janeiro, nos hacía vecinos mundialistas. Verlos, excitados, inquietos, ansiosos, angustiados, trémulos, convencidos, me ponía la pregunta en el balcón de la curiosidad, pero nunca se arrojó de ahí al océano de la insensatez y la insolencia.

Argentino, decime, ¿qué se siente...?

Hablo de comunicadores que usted conoce, respeta y agradece que estén en ESPN: Andrés Agulla, Hernán Pereyra, Martín Ainstein y Pedro Vita. Sí, todos ellos argentinos y todos ellos personajes que ponen freno a su nacionalidad cuando disponen del espacio informativo.

Antes de sumergirnos en el Maracaná, el domingo, saliendo del set frente al estadio, desde donde ese día se transmitió Raza Deportiva, le grité al entrañable Agulla. "Hey, Andrés, 'hoy todos somos argentinos'".

Ríe largamente y responde: "Andá, callá, mentiroso. ¿Quién te cree eso? ¡Hipócrita!". No pude despedirme de él, después de la coronación de Alemania.

El sábado, molesté a Pedro Vita. Me había dicho que no festejaría si Argentina era campeón de la forma en que estaba jugando. Conocedor de mis oficios de comadrona con el micrófono, se enteró que lo había puesto entre la espada y la pared.

"Mirá -me dijo-, voy a festejar como aficionado, como argentino, pero igual, al aire, diré que Argentina juega mal, juega feo, que no es lo que merece mi país, pero, cómo no voy a festejar, si nunca he visto a Argentina campeón", explicaba Vita.

Y Martín era un misterio. El arcano de los arcanos. Ahí en la terraza del set frente al Maracaná, el mismo día del juego, bebía agua y café. Silencioso, pensativo, meditabundo. Y miraba al cielo como buscando la atención del Cristo del Corcovado.

Yo reía por dentro. ¿Cómo un tipo con experiencia envidiable en Champions, Eurocopas, guerras entre Madrid y Barcelona, y en Mundiales podía pensar, repensar y vivir tan anticipadamente la Final, a pesar de tener la piel curtida entre guerras ajenas?

Hernán Pereyra sólo combate en el micrófono. Sólo con el micrófono. Sólo por el micrófono.

"Mejor hubieran perdido con Holanda", le dije. "Los alemanes les van a hacer no siete, ¡sino ocho!". Y Hernán sonreía apenas, con esa mirada inofensiva e indulgente. La misma que las de Andrés, Martín y Pedro.

"Ya me debes una comida", me responde Hernán. "No quiero que me debas otra, pero por estar compartiendo contigo, una pizza en la playa, es suficiente".

Yo le había apostado que México llegaría más lejos que Argentina en el Mundial. Y ya se sabe lo que ocurrió.

Tras ver las sensaciones de ellos cuatro, más intensa era la pregunta.

Argentino, decime, ¿qué se siente...?

Quienes me conocen en muchísimas coberturas, especialmente mundialistas, saben mi militancia con la ecuanimidad como reportero.

Jamás me han visto, ni me verán, mientras desarrolle este oficio, festejar o gritar un gol de México. Vamos, a nivel clubes, ni siquiera aquel con el que Atlante se coronó campeón en Cancún. Sentado en el estadio, de inmediato busqué el teclado de la computadora, tras verificar al anotador: Clemente Ovalle.

Tal vez es ese Carlos Vela que todos los mexicanos llevamos dentro, que pretendemos hacer menos importante el momento más importante.

Al final, estos cuatro festivos argentinos, parecían vivir en el Monte de los Olivos, reflexionando y orando, antes de la posible crucifixión, que al final ocurrió

Por eso, ver la forma en que traslucían, insisto a través de esas miradas tan limpias, tan puras de los cuatro compañeros, sentía el escozor de preguntarles que sentían, que vivían. Como dice El Principito, la espera antes de la cita, ya los volvía especialmente dichosos a los cuatro.

Por primera vez en un Mundial, fue posible percibir ese arcoíris en gente tan cercana. La ansiedad de una Final. La ansiedad de un título mundial. Las sensaciones y los sentimientos en conflicto con la realidad. ¿Qué se vive? ¿Cómo se vive? ¿Desde dónde se vive?

Y entonces, busqué el atajo de la empatía. Quise calzarme sus zapatos. Imposible. México no ha llegado a esas instancias, sin deslucir la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Londres.

Pero también pensé, y pienso, que pronto deberá llegar el momento de sensibilizarse de manera similar para el aficionado mexicano. Como ocurrió intensamente ante Holanda en este Mundial. Pero más, aún más.

Ustedes lectores mexicanos, se imaginan, o se creen preparados, para, algún día, de algún siglo, tal vez días antes del Juicio Final, transportarse a ese andén del éxtasis, desde la vigilia, desde la espera, hasta el momento final de una Final.

La próxima vez que vea a esos grandísimos profesionales de ESPN, compañeros, a los que no me alcanza para llamarles amigos, obtendré respuestas, porque la pregunta ahí queda.

Argentino, decime, ¿qué se siente...?

Y cuando tenga sus respuestas, se los contaré en otro Blog, que como este, no debería publicarse, porque, de nuevo, traspasaría la intimidad.

Irrumpiría en sensaciones y sentimientos de compañeros de trabajo.

Pero, ¿a quién le importa un poco de indiscreción?