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Y sin embargo... Cuauhtémoc se mueve

LOS ÁNGELES -- Era la chispa que encendía e incendiaba al Chicago Fire. Un niño vestido de amarillo proclamando su americanismo, se le acerca y ve la venda, que más que cubrir parece mantener unida la rodilla izquierda. Le pregunta si le duele.

Él, encorva su ya encorvada figura. Sonríe y le confiesa al pequeño: "El futbolista siempre juega con dolor". Le firma la camiseta y se aleja rengueando.

A los 36 años, Cuauhtémoc Blanco ya jugaba con dolor. Aún así, llevó, de fogata a conflagración, al Fire de Chicago, y vendía más camisetas en la MLS que el apolíneo mediático llamada David Beckham.

Hoy, aunque diga que sigue en el corredor de los 41 años, lo cierto es que ya habita en el umbral de los 42. Y si a los 36 confesaba discretamente los reclamos de su cuerpo, hoy deben ser más flagelante los jadeos de su organismo, con las cicatrices de golpes, lesiones y fracturas.

Hoy, sus piernas gimen como los portones en los relatos de Juan Rulfo, y su joroba se pronuncia aún más, como punto de equilibrio de los esfuerzos finales.

Pero, diría Galileo Galilei: "Y sin embargo, se mueve". Y el Cuau se mueve. Menos de lo que él quisiera. Menos de lo que todos quisiéramos.

Tuvo 28 minutos ante Veracruz. Y finalmente él le dio sentido al balón. Liberó al futbol de la mazmorra donde habían secuestrado, por pichicatos y sinvergüenzas, Puebla y Veracruz. Debería decirse que acarició la pelota, pero con sus antecedentes lascivos y concupiscentes, sólo puede decirse que la manoseó. Y la gordita disfrutó el reencuentro.

Cuauhtémoc Blanco se ganó una amarilla, pero puso deleite en el campo. Las proezas son parte de su pasado, pero aún puede entregar a domicilio de manera impecable, a sitios insospechados para la defensa rival, un balón con directrices de gol.

Alfonso Díaz, médico del América, hablando de la deformación congénita de sus piernas, dijo a este reportero, hace 20 años, que le quedaban cinco o diez a lo sumo de kilometraje competitivo. "El dolor será mayor cada torneo", explicaba.

Si [Cuauhtémoc Blanco] se hubiera cuidado más, si se hubiera portado bien, podría jugar más tiempo.

-- Alfonso Díaz, médico del América, hace dos décadas

"Si se hubiera cuidado más, si se hubiera portado bien, podría jugar más tiempo", dijo el doctor Díaz, sin saber que el Temo obligaría a reescribir todas las enciclopedias sobre ortopedia con su longevidad.

Este sábado regresa a la cancha. Su técnico, Romano, le garantiza al menos 20 minutos para que salga de la cámara hiperbárica de sus sueños vigentes, para enfrentar al América, cuyo entrenador, el Turco Mohamed, es apenas dos años y medio más grande que él, y hasta llegaron a compartir canchas de futbol.

Mohamed comienza a satisfacer anhelos como técnico y Cuauhtémoc aún elabora los suyos como futbolista.

De repente, con los antecedentes en cancha de América y Puebla, con los cuestionamientos sobre sus condiciones futbolísticas, parecería que el telón del juego se levantará, estrictamente, a partir de ese momento en que Cuauhtémoc empiece a ejercitarse a un lado de la cancha, casi en cámara lenta, casi como en toma de la cámara Phantom, como en una sesión de aerobics de la tercera edad.

La deificación, la divinización del americanismo hacia Cuauhtémoc, es tan intensa, tan agradecida, tan marcada por memorias, tan empática, que es capaz no sólo de aplaudir al caudillo de otros tiempos, sino hasta de perdonarle que saque una de sus dagas de la zurda, alguna vez criminal, y la clave en el corazón de Moisés Muñoz. Es tanto el respeto y la veneración, que el americanismo le aplaudiría la ejecución de su propio arquero.

Porque Blanco no sólo ha sido el ídolo más genuino del aficionado águila que se precie de serlo, sino que debe ser, o lo es, un ícono prohibido, una reliquia hacha tabú hasta para los seguidores de Chivas, Cruz Azul, Pumas, al ver al modelo, al tótem, de lo que quisieran alguna vez haber tenido en su equipo.

Porque incluso, de la veintena de entrenadores que ha tenido, y que han tratado de enderezarle su jorobada carrera, quien mejor ha sabido quitarle las riendas y soltarlo suavecito en los pastizales de sus caprichos, ha sido Javier Aguirre, quien lo describió así.

"Con once cabrones como él, México es campeón del mundo... aunque no sé si llegarían a dormir a la concentración, ja, ja, ja".