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La noche donde todo estuvo a pedir de River

BUENOS AIRES -- Suele decirse que los clásicos no hay que jugarlos ni bien ni mal, hay que ganarlos, y parece que con esta idea bien metida en la cabeza salió a disputar River, no sólo el partido decisivo, sino toda la llave de semifinal de la Copa Sudamericana. Pensando que, cuando el fútbol no aparece y cuando las piernas no responden, el que empuja es el corazón.

En la revancha del Monumental, el Millo puso en el cocktail un poquito de cada ingrediente. Hasta le agregó una pizca de fortuna. Porque muchos corazones casi se detienen cuando, con un puñado de segundos disputados, Germán Delfino sancionó un tiro penal a favor de Boca. Pero cuando la noche está dada para ser recordada por lo grato, nada detiene la marcha hacia la felicidad. Por eso Marcelo Barovero, quien no es un arquero que se destaque por atajar penales, tuvo su noche de gloria. Casi como un guión escrito a su medida, dijo "presente" en cada ocasión que le tocó intervenir, y cuando no tenía ya nada por hacer recibió un guiño del azar. Y un futbolista necesita que todas las cosas le salgan bien en un clásico...

El análisis de si el físico les está respondiendo o no, o qué le sucede con el fútbol que no aparece con la eficacia de los primeros partidos del campeonato, o algún otra cuestión de coyuntura, todo queda reducido a cenizas cuando el escenario es de un festejo interminable. Ahí hay que dejar esas cuestiones para más adelante. Aunque el cuerpo técnico encabezado por Marcelo Gallardo es despiadadamente autocrítico a la hora de analizar el funcionamiento de su equipo, esta vez, como todos los que comandan el grupo conocen los gustos del mundo River, saben que las prioridades pasaban por eliminar al rival de toda la vida, sin importarle demasiado cuál es el recorrido que debe hacer para alcanzar el objetivo.

El equipo comprendió todo lo que representa un Superclásico, lo que representa para el hincha, la huella que deja marcada en la historia. Y de hecho no será un partido que la gente olvide fácilmente. Porque quebró algunas rachas negativas en el marco de competiciones internacionales. Así como en la década del noventa Boca se cansaba de ganar clásicos, en esta época la ecuación se está empezando a invertir. Ahora es River el que paladea más seguido tragos dulces en los partidos ante el rival eterno. Por eso el hincha goza, disfruta, vibra, palpita, se emociona. Todo con la íntima convicción de que ese final feliz es factible.

Líneas arriba mencionábamos algunos condimentos que tuvo la victoria del Millo. En rigor de verdad, esas contingencias (como la del penal y la de los goles que se perdió Boca) en otros tiempos eran el reaseguro de una derrota inexorable. Ahora fue el puntapié para la ilusión. Que se transformó en realidad cuando Leonardo Pisculichi la clavó junto al palo derecho del arco defendido por Agustín Orión, Ahí cada alma presente sintió la íntima convicción de que podría ser la noche mágica. La cual finalmente fue, la que le permite a River volver a codearse con los más fuertes del continente, la que lo invita a soñar con repetir una vuelta olímpica en un torneo internacional, tal como lo hizo en 1997.