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El River de las dos caras estuvo en Colombia

MEDELLÍN -- Conteniendo la respiración, con una liberadora sensación de alivio, así se fue River al vestuario en el entretiempo. Sabiendo en su interior que había sido literalmente peloteado.

Y es el ingrato recuerdo de ese flojo primer tiempo en el cual se sustenta, para darle el valor que se merece al empate que cosechó en la primera final de la Copa Sudamericana.

Aquella sensación de vulnerabilidad que lo acompañó en varios pasajes de la segunda parte de la temporada encontró una versión superadora en el Atanasio Girardot. Ya nadie duda de las bondades de el conjunto Millonario, pero tampoco de sus peligrosos baches, que por lo general vienen acompañados de una versión superadora.

La cantidad de partidos que comenzó perdiendo a lo largo de la temporada demuestran que estamos ante un equipo con un problema de concentración. Parece que le cuesta arrancar metido, y eso lo lleva a tener que depender de las inspiraciones de Marcelo Barovero, de la mala puntería del rival o simplemente del azar, todo para no irse con una ventaja irremontable en su contra.

Pero también posee un lado b que es mucho más efectivo que su costado débil. Ahí es cuando los laterales se sueltan, cuando Carlos Sánchez desequilibra por su banda, cuando Pisculichi frota la lámpara, cuando Teo se vuelve inmarcable, cuando Mora se pone incómodo para sus marcadores... en síntesis, ahí aparece el River que justifica los elogios que recibe.

Ante Atlético Nacional, en Medellín, ambas caras salieron a la luz. Por eso la pasó muy feo y finalmente el sueño de quedarse con la Copa no terminó en pesadilla. Sigue vigente, lo tiene ahí, muy cerquita de su mano.

Por eso se ilusiona, porque palpó que es posible. Depende de sí mismo. De implementar los mecanismos para mantener en las tinieblas a la mitad nociva. Si lo logra podrá volver a dar una vuelta olímpica en el plano internacional, algo que tanto quiere y necesita.