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2014 quedará en la historia grande

ESPN.com

BUENOS AIRES -- Aunque fueron muchos los años de prosperidad en la historia de River, seguramente el 2014 será recordado como uno de los más destacados. Por muchos aspectos.

Y en el análisis no hay que englobar sólo a los logros deportivos, que por supuesto son una porción importante a la hora de realizar evaluaciones, sino también a distintas contingencias que han sabido superar con el devenir de los contratiempos. Cuando se consigue tapar algo malo con buenas decisiones, inexorablemente el camino a recorrer será próspero.

Allá a principio de año, con Ramón Díaz como entrenador, River venía un de mal semestre deportivo. A tal punto que hasta en algún momento se llegó a dudar sobre la continuidad del riojano. Con un plantel que no brindaba seguridades ni respuestas desde lo futbolístico, comenzó a desandar un recorrido que los más optimistas auguraban como, con suerte, regular.

Sin embargo, y en base de una sucesión de buenos resultados, después de un inicio errático en el torneo se produjeron algunos cambios del director técnico que redundaron en una mejora del funcionamiento. River empezó a ganar partidos, se fortaleció la autoestima individual y colectiva del grupo, la tabla le ofreció un guiño a los sueños Millonarios y así fue como, después de seis años de abstinencia, volvió a paladear un título. Que tenía mucho de especial, porque representaba el regreso a un sendero histórico después de aquellos tiempos negros y olvidables que desembocaron en la pérdida de la categoría.

Una vuelta olímpica, la clasificación para la Copa Liberadores, un plantel que se revalorizaba, todas eran rosas para la flamante dirigencia que había asumido encabezada por Rodolfo D'Onofrio. Sorpresa o no, en un deporte donde los números son los que gobiernan, el "clic" ya estaba hecho. Encandilados por el éxito, nadie sospechó que en medio de festejos y de alegría, ese "clic" histórico, que abría paso a una nueva era, se iba a transformar en el "crack".

Casi como un golpe con una barra de concreto en sus cabezas, los dirigentes recibieron la noticia impensada: de manera unilateral, sorpresiva e irrevocable, Ramón Díaz dejaba el cargo. Agregando más gloria a su gloria, pero quizás exhibiendo un costado muy personalista, pegó el portazo. En la intimidad se conocieron los motivos, que no eran otros que sospechaba de que la dirigencia no lo quería. Ahí fue donde, con los efluvios de la victoria aún flotando en el ambiente, tomó una medida con doble efecto, porque irse agrandaba aún más su imagen ante el hincha, pero, a la vez les dejaba un menudo problema a los dirigentes.

Si en condiciones normales agarrar el cargo de entrenador después de Ramón Díaz ya de por sí representa un tremendo lastre, hacerlo luego de una vuelta olímpica y con un supuesto malestar con la conducción del club aumentaba todavía más esa sensación. ¿Quién soportaría un puñado de derrotas en semejante contexto? ¿Cómo haría el director técnico entrante para hacer olvidar la inmaculada imagen del riojano? ¿De qué manera repercutiría esto en la flamante dirigencia? ¿Quién cuenta con espaldas lo suficientemente anchas como para tomar ese fierro caliente? El nombre del elegido no tardó en aparecer.

Marcelo Gallardo ya figuraba en la carpeta de D'Onofrio y de Enzo Francescoli desde la etapa de campaña electoral. Así fue como desempolvaron el nombre del Muñeco, quien vio amortiguado el impacto mediático asunción por coincidir su llegada al club con el furor mundialista. Con una corta pero productiva foja como entrenador (una experiencia en Nacional de Montevideo con un título), Gallardo se hizo cargo de un plantel que se fue fragmentando.

Carlos Carbonero, hombre clave en el equipo campeón, mientras participaba del Mundial, fue vendido; Eder Álvarez Balanta y Teo Gutiérrez llegaron tarde a la etapa de preparación justamente por estar con la Selección Colombia; a último momento fue negociado Manuel Lanzini y también dejaron el club el Keko Villalva, Jonathan Fabbro, Leandro Chichizola. Todo esto sin contar que las infiltraciones desmedidas a las cuales fue sometido Fernando Cavenaghi para poder participar de la recta final y decisiva del campeonato, le jugaron una mala pasada y lo alejaron del semestre que se avecinaba.

Con este panorama desalentador, el Muñeco comenzó a imaginar lo que se venía. En forma paralela, la posibilidad de incorporar se acotó porque las exigencias del mercado se topaban con una pobre realidad económica de River. Lucas Pratto y el Pity Martínez fueron sueños incumplidos. En su lugar arribaron Julio Chiarini y Leonardo Pisculichi, quien había descendido con Argentinos Juniors. En un plantel muy corto, los retornos de Carlos Sánchez y de Rodrigo Mora, proscriptos de la "era Ramón" empezaron a ser observados con una cierta idea esperanzadora.

Nadie, ni el más optimista, iba a imaginarse en esa pretemporada en Miami lo que allí se estaba gestando. Menos aún después del pálido debut ante Gimnasia en el campeonato local. Porque a partir de ahí vino el despegue, la eclosión. La vuelta de River a sus raíces históricas. Por lo que el equipo desplegaba adentro del campo sólo de hablaba del milagro que estaba protagonizando Gallardo. El nombre de Ramón no se mencionaba.

Sánchez y Mora terminaron siendo estupendos refuerzos; Pisculichi se puso en forma física y dio la sensación de que en su ADN traía incorporada la mística de River. Teo Gutiérrez se volvió un implacable goleador, todo esto en un equipo que llevaba el sello de un entrenador que sorprendía a propios y extraños con una idea futbolística que parecía olvidada. En las críticas de la prensa sólo se hablaba de ganar, gustar y golear, que era lo que hacía el Millo. Pero claro, en un plantel con poco recambio participar de tres competencias a la vez podría ser determinante en los tramos finales.

Casi como una bofetada del destino, en el mejor momento de River, con un Matías Kranevitter que se había convertido en el dueño de la mitad de cancha, la desgracia se hizo presente. El volante central sufrió una fractura en el quinto metatarsiano que lo alejaba del semestre. Golpe letal. Que el equipo lo sintió, pero que terminó siendo el trampolín para el regreso (y posterior reconocimiento del hincha) de otro "borrado" por Díaz: Leonardo Ponzio. Aunque al principio pagó algo cara la prolongada inactividad que arrastraba, en los cotejos decisivos, cuando el equipo ya sentía el desgaste, su coraje y corazón fueron decisivos.

El destino le puso a Boca en la semifinal de la Copa Sudamericana, una prueba tremenda para una formación que venía con una sobrecarga de minutos en cancha. Pero para redondear ese año estupendo, eliminó a su rival de toda la vida en un partido épico (con Ponzio como figura descollante) y ese envión anímico le alcanzó para ganarle la final a Atlético Nacional de Medellín y festejar un título internacional después de 17 años. En el ámbito local hizo un gran torneo, pero esa falta de recambio, una tarde desafortunada ante Olimpo y un Racing increíble, lo privaron de la doble corona.

Con todo color de rosa, Cavenaghi volvió a jugar, cumplió su sueño de marcar el gol 100, Kranevitter también tuvo una notable rehabilitación y pudo regresar antes de tiempo. El clima de fiesta eclipsó a la figura de Ramón Díaz, que a priori se sospechaba iba a tener una marcada presencia pese a su ausencia. Por eso, quien a principio del semestre asomaba como irremplazable, finalmente no lo fue. La revolución futbolística impuesta por Gallardo logró lo que nadie sospechaba allá por el mes de julio. Con el agregado de esa vuelta a las raíces históricas de River que le permitieron, por momentos, jugar realmente muy bien.

Por todo lo narrado y por la forma en la cual quedó posicionado para la temporada venidera, el 2014 quedará en la historia grande.