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Salón de la Fama pasa por mal momento

El revuelo y la alegría causados por la inducción al Salón de la Fama de Randy Johnson, Pedro Martínez, John Smoltz y Craig Biggio enmascaró de alguna forma el mal momento que atraviesa el templo de los inmortales de Cooperstown.

Sí, mal momento, aunque nada tiene que ver con la parte económica. Se trata de conceptos y procedimientos que necesitan revisarse y actualizarse para recuperar el brillo que merece.

El béisbol -- entiéndase la Oficina del Comisionado, la Asociación de Escritores de Béisbol de América (BBWAA) y el propio Salón de la Fama -- requiere establecer de una buena vez una política definitiva sobre qué hacer con la generación de los esteroides.

Si los consumidores de sustancias para elevar el rendimiento deben ser excluidos de Cooperstown, pues pónganse de acuerdo y díganlo ya, porque este vaivén no aguanta más y no debe dejarse la decisión al criterio individual de cada votante de la BBWAA.

O por el contrario, ábranle las puertas de par en par a hombres como Barry Bonds, Roger Clemens, Mark McGwire o Sammy Sosa, que marcaron toda una generación cuya historia no puede ser ignorada.

Si quieren pónganle un asterisco, pero la mayoría de los peloteros de la etapa de los esteroides usaron las sustancias cuando aún las Grandes Ligas no habían emitido una prohibición formal, ni establecido una política de castigos.

Por otro lado, está el ineficiente Comité de Veteranos, dividido en tres ramas, compuestas por 16 personas cada una.

Una es la de la llamada era de la pre-integración, que va desde los orígenes del béisbol en el siglo XIX hasta 1946, cuando existía la barrera racial y elige también a quienes jugaron en las Ligas Negras.

Otra rama se ocupa de la Era Dorada, que abarca el período desde 1947 a 1972. Y la otra es la de la Era de Expansión, que va desde 1973 hasta la actualidad.

Cada año, una de estas ramas lleva a cabo su respectiva votación de manera rotativa. O lo que es igual, cada capítulo debe esperar tres años para una nueva elección.

Todo queda en manos de 16 personas, una cifra demasiado limitada, en la que un simple voto representa un porcentaje demasiado alto y puede marcar la diferencia entre entrar o quedar fuera del Templo de los Inmortales.

El Comité de Veteranos debería cambiar su cantidad de miembros y su metodología, en aras de una mayor justicia con aquellos que corren el riesgo de ser olvidados con el paso del tiempo.

¿Por qué razón debe ser rotativa la votación cada tres años?

Más conveniente sería reducir tal vez la cifra de candidatos en cada rama, pero que tengan votos anuales cada una de ellas, para que no ocurra más algo tan frustrante como en diciembre del 2014, cuando nadie -- ¡nadie! -- fue electo, a pesar de haber candidatos extraordinarios.