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Cuauhtémoc muere en los brazos de JLo

LOS ÁNGELES -- Perdí la cuenta. Tantos obituarios futbolísticos he escrito de Cuauhtémoc Blanco, que ya tengo recelo. Y va uno más. ¿El último?

'El Jorobado de Nuestra Señora de Tlatilco' se mete solito al sarcófago del retiro este martes. Y lo hace en una Final, la de la Copa Mx. Y con Chivas como consorte.

Es como si en el último de tus días, en lugar del cura y su rostro culposo, con incienso, cenizas y absolución en las manos al más allá, te ofrecen una Luna de Miel con Jennifer López como la musa de todos tus pecados. Así, hasta vale morir dos veces. Igual para 'El Temo': Final y Chivas. Que desatienda Dios al mundo, tome el silbato, y baje a imponer justicia en la cancha.

Lamentablemente, creo yo, 'El Profe' Cruz le robó la noche. Cuauhtémoc no debió jugar ante Atlas. Debió enviar al Cuauh a la hiperbárica y con cinturón de castidad. A los 42 años, el puede y el quiere, viven en vecindarios rivales. Aunque, cierto, hablamos del Juan Charrasqueado futbolero, protagonista de lo insospechado.

5 de diciembre de 1992. Ese día, 'El Zurdo' López lo puso en la cancha. Ya venía el paquete completo con esa pinta de muchas cosas, menos de futbolista. Despatarrado, con los pies marcando en el reloj el diez para las dos, con la incipiente joroba, y con ese rostro bravucón que necesita una coartada más que una credencial.

"No parecía futbolista, porque encima venía de Tepito, pero todos sabíamos que lo era", recordaba Panchito Hernández, el arquitecto de aquél América dominante.

Su huella es eterna. Y más longeva de lo esperado. "Con esas rodillas equinovaras, su carrera va a durar menos que la de otros futbolistas", explicaba su médico, consejero, amigo y admirador de cabecera, el doctor Alfonso Díaz. Y más aún -- o menos aún-- con el horario invertido de su vida: la noche le permitía calentar músculos para llegar directo a la cancha de entrenamiento. Las lunas y sus meretrices le daban la vida; el sol, le agudizaba la resaca.

De la tolerancia de Javier Aguirre, 'El Temo' dio respiración boca a boca a México en dos eliminatorias mundialistas, tras los suicidios colectivos de Enrique Meza y Sven-Goran Eriksson. "Con once cabrones como él, México sería campeón del mundo", dijo El 'Vasco'.

Y este tianguero, que vendía mercancía pirata en Tepito, según se lo confió a 'El Chelís' Sánchez Solá, llena de epopeyas la enciclopedia del futbol mexicano, más allá de su facha y fama de matacuaz, golpeando esposas, colegas, camarógrafos, reporteros, y usurpando alcobas ajenas, en una versión futbolera y real de un guión de Ismael Rodríguez y que hubieran interpretado, magníficamente -- es la duda --, Pedro Infante o Resortes.

Pero, en esa caligrafía de oro inmortal e inmoral, de 24 kilates, cabe su golazo al Real Madrid, arruinando la quiniela de sus compañeros en el Valladolid, quienes habían apostado contra sí mismos...

...Y cabe su balandronada hecha gol a Brasil en la Confederaciones de 1999. Y el gol contra Bélgica en 1998. La Cuautemiña haciendo bizcos a la zaga de Corea del Sur. Y su gallardía insolente y barriobajera encarando al Sao Caetano en Libertadores. Y su revuelo en la MLS, vendiendo más camisetas en un año que David Bekcham.

...Y la apuesta que nunca le pagó Jorge Vergara. Y sus faramallas odiosas y burlonas contra Ricardo LaVolpe y al Celaya, al festejar, como Cleopatra y como perro pulgosamente callejero y con incontinencia, sus anotaciones.

De su cuna se habla poco. Es su infancia, si la tuvo, un misterio cuchicheado como un secreto a voces.

Una madre en oficios de sacrificio; una abuela convertida en la Madre Teresa de Calcuta que todos tenemos en algún momento de la vida, y de su padre hay versiones de su estoicismo extremo, amamantando sus úlceras con alcohol vulgar en sórdidos congales, mientras él llenaba de verborrea confusa, labia engatusadora y despilfarros, a las vedetrices y conductoras de moda en México. La misma argolla de compromiso la ofreció a cinco ninfas distintas. El brillo de sus diamantes se opacó ya de pena, de rubor, porque han sido alcahuetes de un seductor que certifica aquello de que "gandalla mata carita".

Y este martes, Cuauhtémoc jubila su piel avejentada de futbolista, contra el despecho doliente de su propio corazón. La cremará públicamente cuando Puebla o Chivas levante la Copa MX. Sus piernas reclaman ya el asilo, una mecedora y un gato. Aunque su espíritu tiene más vida que el momificado Cid Campeador defendiendo Valencia después de muerto.

Y de la seriedad festiva del futbol salta a la farsa de la política. Promete ser el nuevo Chucho el Roto, el Robin Hood totonaca, El Zorro sin una capa que le cubra la joroba. Promete reivindicar al débil, al desamparado, al abandonado.

Queda claro que la universidad de la vida y hasta la nostalgia por el sufrimiento, le muestran qué debe hacer, aunque él no tenga maldita idea de cómo hacerlo. Debe pensar que así como se burló de los sudcoreanos en Francia 98, puede embaucar a lagartos de piel gruesa de cinismo y trampas, que habitan en las cloacas y sumideros de la política mexicana.

Equiparado con Zinedine Zidane por Manuel Lapuente, Cuauhtémoc se divorcia este martes de su única consorte genuina y legítima: la pelota, la damisela de 360 curvas. La única a la que no le entregó ese manoseado y ajado anillo nupcial que ofreció como ofrecía la pelota a los defensas, como amague, como engaño, a Galilea Montijo, Rossana Nájera, Sandra Montoya, Dorismar, Liliana Lago, y hasta a su propia esposa, de la que se separó de la manera más perversa e innoble, al golpearla porque se le ocurrió la insensata idea de reclamarle que profanara con una fulana, la cama donde dormía el hijo de ambos.

Y al irse, Cuauhtémoc Blanco protagoniza una confusión idiomática: su vida, fuera y dentro de la cancha, parece el relato de una fantasía. Las generaciones futuras pensarán que su vida y obra, hasta los 42 años, tiene más de mito que de leyenda.

Pero, al final, aclaro, no sé si este sea un nuevo obituario, sobre el mismo ocaso de su carrera futbolística, o sea, otra vez, fallidamente, el obituario para su resurrección...