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Para no morir, América comete suicidio

LOS ÁNGELES -- Para escapar a la muerte, América decide hacerse el harakiri. Para consumar una dramática y fascinante resurrección, América consuma su suicidio.

Las Águilas se meten a un callejón sin salida y sin derecho a retorno. Han quedado atrapadas en su realidad. Esa misma que venían negando. Ya no pueden retroceder, entonces ya no pueden embaucar, ni mentir, ni engañar. Pero, especialmente, ya no pueden fracasar.

1.- FARSA: LA FATIGA...

América había pretextado cansancio. Físico y mental. Mentira. Mentira total. Resurgió ante Herediano, lo sobaja Querétaro (0-4) en su trinchera, y ahí mismo el Montreal, los caza. Se exprimen ante Chivas y apenas empatan, y en Montreal tienen 31 minutos de glorificación.

Si eran unos estragos víctimas del esfuerzo y del desaliento, era totalmente impensable que tras ser arrollados en el primer tiempo por el Impact, tuvieran ese resurgimiento, con piernas y pulmones, con futbol y actitud de campeones.

Once días y cuatro partidos. En ese lapso, América pasa del caos absoluto ante Gallos Blancos, a la sublimación absoluta ante Impact. Los escombros y despojos físicos y morales, no habrían sido posibles de ofrecer esos 31 minutos tempestuosos sobre el desguarnecido Montreal.

Pero, América lo hizo, ofreció sus mejores 31 minutos de 2015. Quiere decir que sus millonarios asalariados mintieron antes, pero ya no pueden mentir después. Por eso, para escapar a la muerte, se hizo el harakiri.

2.- ENTRE AMNESIA Y ALZHEIMER...

¿Qué ocurrió en el vestidor en el medio tiempo? ¿Gustavo Matosas recuperó el báculo y la retórica de mando que extravió durante 20 juegos? ¿De verdad bajó Ricardo Peláez con un ultimátum absoluto y general?

Al tiempo se sabrá. Pero, muchos jugadores salieron del estado de coma en el que estaban. En el colapso catatónico de su irresponsabilidad o aburguesamiento, habían rehuido sus obligaciones. Eran forajidos que cobraban por fraude, sus salarios millonarios.

Y, por ejemplo, Carlos Darwin Quintero viajó finalmente de Torreón a Montreal. El diminuto genio metió pierna, hizo recorridos temerarios, cargó con rencor, hizo gala de toda su habilidad y astucia. En 31 minutos, volvió a ser el de Santos.

Y Darwin ya no puede mentir. Ya se vistió de amarillo, aunque con el uniforme azul. Por eso, él y varios más, para consumar una dramática y fascinante resurrección ante Montreal, consuman su suicidio.

Y como Quintero, Benedetto salió de la cápsula de amnesia e hizo soberbio triplete. ¿Por qué? Porque remató con rabia, con hambre, con masculina responsabilidad. Y sume en la lista a un Pablo Aguilar convicto casi de sospechosa traición al técnico. Hasta Ventura Alvarado, bajó con el pecho un balón y jugó como si lo hiciera con el equipo de EEUU.

Por eso, los americanistas ya no pueden mentir. Es simple: se reinventaron, todos, pero sólo para ser como eran antes de llegar al América.

Y es obligación de Matosas y de Peláez ser los fuetes, los látigos despiadados que no permitan que regresen a las vergonzosas exhibiciones personales. Y es responsabilidad de la afición, sin arrumacos, sin mimos, sin arrullos, mantener con una fusta de exigencia ese despliegue.

Y van con Toluca el domingo. Y que nadie se reporte cansado. Y que nadie medre al grupo con deserciones ni con dudas. Porque externamente, ya nadie les va a creer nada. Porque para escapar a la muerte, se hicieron el harakiri.

Porque esos 31 minutos florecieron en una Final, ante un rival tan hambriento como ellos, y con un estadio amenazador, vibrante. Pero, América ganó con futbol, cuando se colocó en la cancha al mismo nivel de orgullo que su adversario.

Por el contrario, si el grupo como tal reencontró su plenitud, debe rescatar a un tipo a quien hasta su sombra abandonó ya por vergüenza: Pellerano, y en ese sermón, incluir a Arroyo.

Ya no pueden mentir, después de sus únicos 31 minutos de autenticidad.