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Un respeto que ni Chivas ni Atlas merecen

ESPN.com.mx

LOS ÁNGELES -- Decepción. Desilusión. Una Guerra Civil de espíritus huidizos, acobardados. Tras aquel Clásico Tapatío de la fase regular, con un vibrante banquete de emociones, garra y atrevimiento, este jueves las fierras se contrajeron en su madriguera.

Cero absoluto. El marcador, en esa alegoría de bostezo compartido del 0-0, es la afirmación inconfundible de la negación de futbol que ocurrió en la cancha.

Pocas intenciones, pocas aproximaciones, pocas osadías, pocos alaridos, pocos sobresaltos. Chivas tenía la obligación, pero tras insistir en el primer tiempo ocasionalmente, en el segundo, renunció.

La obligación de ser local es un mecanismo retráctil conforme las conveniencias del momento. La decepción en la tribuna, para cada entrenador, es secundaria, si no hay decepción en el marcador. Y el 0-0 sonríe a los alternados patrones pusilánimes de ambos equipos.

Chivas intentó y no pudo porque su mejor atrevimiento estaba en Marco Fabián, que hizo del rococó populachero su mejor argumento. Sin un rematador implacable, o al menos de medio pelo, en el área, los balonazos eran rutina para el Atlas, en especial porque De Nigris estaba recluido en la banca.

Atlas se dio cuenta pronto de que podía tomar por asalto el Omnilife y administrar ventaja para el juego de vuelta. Pero para entonces, Chivas había sobrepoblado la media cancha y montado una zaga desesperada. Si los rojinegros merodeaban el área, entre su precipitación y el estoicismo del rival, el marcador era un eco de la tribuna, donde los bostezos sustituían al fervor generoso del arranque del juego.

Un gol anulado, una atajada sobresaliente de Vilar, un intento de Marco Fabián, un remate del Chatón Enríquez y centros desesperados fueron la mejor forma de inquietar a la defensa del Atlas, que, al final, encontró en la resistencia sin precipitaciones, la mejor trinchera.

Para Luis Michel el trabajo fue menos complejo. Atlas fue una amenaza sitiando la zona, pero en la velocidad de toques cortos y elaborados pagó con imprecisión. Y las mejores arremetidas murieron apenas en una zaga rojiblanca que se batió, y hasta terminó haciendo tiempo a pesar de ser local.

Lo mejor del encuentro se puede comprimir en segundos. Ambas aficiones fueron engañadas y ambas aficiones quedaron expuestas a un nuevo desengaño, no sólo respecto al trámite de vuelta, sino al mismo desenlace final.

Ninguno pudo ser mejor porque ninguno supo ser mejor, porque ninguno quiso ser mejor. No hubo aventureros en la cancha, solo almas angustiadas por el temor de perder, más que alentadas por la esperanza de ganar.

Al final, con la pobreza evidente de ambos, queda claro que el respeto fue excesivo. Ni Chivas mereció la histeria táctica de los Zorros, ni el Atlas mereció la excesiva precaución del Guadalajara.

Ambos, al final, terminaron asustándose con fantasmas que no existen. Por eso al 0-0 solo le sobrevive el suspenso porque memorias de este juego no quedaron ningunas. Y ese, debe ser el primer bochorno, la primera vergüenza para un Clásico Tapatío.