<
>

Histórico Marco; histérica horda del Atlas

LOS ÁNGELES -- La tarde histórica es de Marco Fabián. La tarde histérica es de una facción del Atlas, un grupúsculo de lunáticos.

Chivas llega a semifinales. Y el jugador largamente esperado por el Rebaño, apreció finalmente, a tomar el bastón de pastor: Marco Fabián de la Mora. 4-1. Implacable. Pudieron ser más, debieron ser más, pero la horda de dementes acabó con el juego, con los espíritus de los 22 jugadores, que entendieron que una quinta anotación podía ser un detonante peligroso.

Sublime lo de Marco Fabián. Pero pernicioso, peligroso, maligno el acto de barbarie de una media centena de rojinegros. Chivas los había puesto de rodillas. Y pretendían vengar lo que los jugadores en cancha no podían. Pero era más grave, su objetivo no parecía ser el Guadalajara, sino el propio técnico del Atlas, Tomás Boy, quien, debe haber entendido que sus desplantes, entre lo folklórico, lo burlesco y lo provocador, fomentan en lugar de aligerar ese ambiente explosivo que rodea una facción rojinegra.

Atlas queda desnudo, en bancarrota, humillado, expuesto. Su técnico perdió la fase desde el Juego de Ida y refrendó su error de la Copa Libertadores. Su soberbia lo ha dejado fuera del Atlas. ¿Cruz Azul? ¿Agregaría un problema a los que ya tiene? Su acto de renuncia anunciada, fue evidente cuando Boy dijo que "al Atlas le urge más ser campeón que a mí". Esa postura mesiánica es un mensaje equivocado, especialmente para un entrenador que no ha ganado nada.

Después de las torpezas de la Comisión Disciplinaria, pero especialmente de Decio de María y Justino Compeán, al no castigar a Boy y a Vilar tras la zacapela contra Xolos, y peor aún, tras cobijar y prohijar la agresión al árbitro Fernando Guerrero en Torreón, ahora deberán actuar con varios requisitos que no cumplen: inteligencia, honestidad, valentía, hombría.

Pero, más allá de ese momento de pánico que vivieron los jugadores de Chivas --y seguramente de Atlas--, y de la incompetencia policiaca, el Guadalajara fue un magnífico vencedor.

El artífice del triunfo, salió de su propio reclusorio, de sus propias sombras, de sus propios errores, de sus propias flaquezas, de sus propias distorsiones. Una jornada de redención absoluta. Y en el momento perfecto, una Liguilla. En el sitio ideal, el Estadio Jalisco. Ante el rival correcto, el aborrecido Atlas. Que su penitencia sea pues, eterna.

El que en Raza Deportiva de ESPNDeportes juramentó demostrar que percibe claramente la diferencia diametralmente opuesta entre el mágico embeleso del gol, respecto al efímero disfrute del vino y las correrías nocturnas, ese mismo Marco Fabián, cumplió su acto de contrición y de resurrección.

Sus goles, además, caben en la galería de los históricos. Porque no fueron apuestas, fueron decisiones. El primero es un golpeo perfecto, con el cuerpo en armonía con la exigencia del remate. Federico Vilar vuela para embellecer la postal, para que quede la firma de que fue valiente hasta en el regocijo visual de su propia muerte.

El segundo, más allá de la poco vehemente marca de los rojinegros, de nuevo el caudillo de Chivas elige dónde y elige cómo. Y la pelota acepta la complicidad. Su viaje es una parábola perfecta, a ese dimensión desconocida donde los arqueros nunca llegan. Vilar vio, contempló y calló. Contrario a lo habitual, ese arco iris fugaz de Fabián anunciaba el principio y no el final de la tormenta para el Atlas

El tercero, ya henchido de confianza, ya facultado para montar un museo de su tarde histórica, Marco Fabián pisa el área, revienta cigueñales, despedaza cinturas, luxa osamentas, y de nuevo, con la zurda, coloca a Vilar como Convidado de Piedra, mientras la pelota se desliza en una joroba, flotando, en un aleteo festivamente tétrico de muerte para el Atlas. Hay funerales preciosistas. El tercer gol lo consiguió.

El cuarto es de Omar Bravo, cuando ya Atlas era un desorden, y su trinchera estaba entregada. Pero Bravo está a un gol de emparentar con Chava Reyes.

¿Qué ocurrió en la cancha? Simple: Atlas improvisó. Tomás Boy reacomodó piezas y parado. Sus jugadores aún deberán estarle preguntando: ¿para qué hacer añicos, lo que funcionó bien en el cierre del torneo, excepto ante América? El suicidio de un técnico llamado Narciso.

¿Y Chivas? Le asaltó por los costados. Su segunda línea de ataque, con un Chatón Enríquez excepcional, mucho más productivo que el inhabilitado Salcido, encontró siempre relevos, espacios, velocidad, y profundidad.

Era claro que, en su petulancia, Boy menospreció a Chivas y creyó que haciendo lo suyo, sin anular al adversario, se metería a Semifinales. Y a sus jugadores más veloces, encima, los dejó en la banca. NI el peor ajedrecista entrega su reina sin pelear. Y Tomás lo hizo.

Algo más para rescatar: preocupante esa media centena de salvajes, pero lejos de provocar una epidemia, y pese a algunos brotes de broncas y violencia, predominó la gente sensata, de ambos equipos. Porque, afortunadamente, los hubo, los que supieron ganar, y, los hubo, los que supieron perder.

Por eso, no todo está perdido. El cáncer es invasivo, pero los rostros de los parásitos están en las imágenes televisadas. No será difícil encontrarlos, claro, si las pusilánimes y timoratas autoridades de Jalisco, intimidadas por otros malhechores, se atreven a actuar.

El fútbol en Guadalajara está a salvo. Pudo herirlo gravemente esa horda de pelafustanes rojinegros. Veremos si el Atlas, la Liga MX y la FMF se atreven a actuar o se vuelven cómplices. Hacen más daño los hooligans hipócritas, emboscados y embozados como Decio, Justino y quienes trajeron a México la doctrina perversa de las barras bravas (Jesús Martínez y Andrés Fassi), que las barras mismas.