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¿Dónde estás, Robinson Canó?

Hace dos años, nadie le hacía sombra a Robinson Canó como el mejor segunda base de todas las Grandes Ligas.

Hoy es un pelotero del montón, cuyo camino hacia el Salón de la Fama se ha descarrilado en las extensas praderas del Safeco Field de Seattle.

Eso sí, el intermedista dominicano de los Marineros es un hombre enormemente rico, gracias a su contrato de 240 millones de dólares por diez temporadas, que ya la gerencia de Seattle debe estar arrepintiéndose de habérselo concedido.

En sus primeras nueve campañas con los New York Yankees, Canó era un bateador que promediaba .309 de average, 23 jonrones y 103 carreras impulsadas.

Dos Guantes de Oro y cinco Bates de Plata fueron algunos de los logros de Canó con el famoso uniforme de rayas, con el que se hizo un participante habitual en los Juegos de las Estrellas.

Hoy ni siquiera figura entre los cinco más votados de su posición y sus estadísticas de average, hits, anotadas, impulsadas, cuadrangulares y promedio de embasamiento lo ubican bien lejos de los mejores camareros de la Liga Americana.

Sólo en ponches recibidos (49) marcha entre los punteros del circuito, superado únicamente por Brian Dozier, de los Mellizos de Minnesota (60).

Los Yankees intentaron retenerlo después de la temporada del 2013, cuando decidió probar el mercado de la agencia libre y le ofrecieron unos 175 millones por siete campañas.

Pero Canó usó el mismo argumento ridículo que el pasado invierno esgrimió el venezolano Pablo Sandoval, cuando dejó a los Gigantes de San Francisco para firmar con los Medias Rojas de Boston.

Primero el dominicano y luego el venezolano dijeron que sus respectivos equipos les habían faltado el respeto con las ofertas que les hicieron para tratar de conservar sus servicios.

¿Una falta de respeto de 175 millones? ¿Una falta de respeto 25 millones por temporada?

Para después insultar la inteligencia de los mortales al decir que su decisión no se basó en el dinero. ¿Ah, no?

La oferta de los Yankees le daba más dinero por campaña que su contrato actual con los Marineros y le daba la oportunidad de convertirse en la cara de la franquicia emblemática del deporte estadounidense.

Siete años después, no lo duden, Nueva York le hubiese hecho una extensión contractual para que terminara su carrera en la Gran Manzana y se encaminara vestido de rayas hacia Cooperstown.

Pero prefirió irse al único equipo de la Liga Americana que jamás ha estado en una Serie Mundial y que no llega a la postemporada desde el 2001.

Optó por jugar la mitad de los partidos del año en un terreno inhóspito, donde batear jonrones es tan difícil como arar en el mar.

Sino, que le pregunte a su compatriota Nelson Cruz, segundo entre los jonroneros del joven circuito, con 19, de los cuales solamente cinco los ha conectado en el Safeco Field y 14 como visitante.

Y así, poco a poco, la imagen del segunda base más natural que muchos hayan visto sobre un terreno, se ha ido diluyendo de los grandes reflectores, escondido detrás de una montaña de 240 millones de dólares.