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Rob Manfred: abierto a los cambios

A Rob Manfred le tocó la tarea de sustituir al controversial Bud Selig, el impopular, pero al mismo tiempo más innovador de todos los comisionados que han tenido las Grandes Ligas en su historia.

En un principio, se pensó que Manfred sería una extensión del reinado de Selig, quien lo moldeó a su imagen y semejanza.

Pero desde que llegó al cargo el 25 de enero pasado, el nuevo comisionado se ha encargado de dejar su propia huella de liderazgo, abierto a ideas novedosas, aunque no siempre complazcan al gran público o a la prensa especializada.

Manfred asumió el mandato en un momento en que las Mayores gozan de la mejor salud económica de su historia, con ganancias netas que superan los varios miles de millones de dólares, gracias a jugosos contratos televisivos.

Ya por ahí tiene algo menos de qué preocuparse, pues en ese sentido, la industria camina sola.

Tócale a él mantener y reafirmar la política antidopaje instaurada por su predecesor, a quien se le critica el haberse beneficiado cuando el consumo de esteroides era un secreto a voces, para salvar al béisbol de la crisis post huelga 1994.

Limpiar el béisbol de sustancias prohibidas tiene también sus consecuencias negativas, en dependencia del cristal con que se le mire.

Al disminuir el uso de esteroides ha decrecido la ofensiva en sentido general y la cifra de cuadrangulares en particular.

Como un buen líder, Manfred está abierto a escuchar propuestas, vengan de quien vengan.

El comisionado sabe que más ofensiva se traduce en mejores entradas de taquilla, aunque sus ideas para levantar el bateo no necesariamente parezcan las más adecuadas.

Reducir la zona de strike o prohibir las formaciones especiales del cuadro interior frente a ciertos bateadores no parecen soluciones ideales, pero al menos está dispuesto a buscar una.

También se ha enfocado en acelerar los juegos de pelota y lo ha conseguido. Ya el promedio de duración de los partidos bajó de las tres horas y sin necesidad de aplicar multas a peloteros como David Ortiz, que desafió inicialmente las medidas.

Cuestionable es su idea de reducir de 162 a 154 los juegos del calendario regular para cada equipo, sobre todo, porque parece inviable.

Es cierto que el cronograma es largo y agotador, sobre todo desde la instauración de los juegos interligas, que obliga a realizar viajes extra no contemplados cuando no existían los enfrentamientos entre equipos de ambos circuitos, pero recortar ocho partidos no va a hacer una diferencia significativa en cuanto a descanso.

Pero quizás eso sea lo de menos. Lo que hace más difícil de asimilar la idea de Manfred es la cantidad de dinero que se dejará de ganar en esos ocho partidos por franquicia, tanto por concepto de entradas a los estadios, consumo y venta de mercadería, como el que dejarán de ingresar las televisoras por anuncios comerciales.

El comisionado, además, se ha mostrado dispuesto a revisar el castigo que pesa de por vida sobre Pete Rose, algo a lo que Selig se negó una y mil veces.

El dejarle aparecer en el Juego de las Estrellas de Cincinnati ya es un paso, no obstante las revelaciones más recientes que complican el caso del líder de hits de todos los tiempos.

Manfred asimismo luce comprometido con expandir el béisbol más allá de las fronteras de Estados Unidos y Canadá, sobre todo por la popularidad y apoyo con que cuenta este deporte en el norte mexicano.

Y le tocará, tarde o temprano, fomentar las nuevas relaciones beisboleras entre las Grandes Ligas y Cuba, como parte del deshielo entre Washington y La Habana.

Él lo sabe y está listo para lo que se viene, como un buen líder que puede adelantarse visualmente a los acontecimientos.