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Copa Oro, donde los buitres crían buitres

ATLANTA -- Cicatriz, eterna, por definición. Envejecerá, pero se fortalecerá cada dos años. Cada Copa Oro despertará las memorias dolorosamente mezquinas.

Y se hablará de que México llegó a la Final con tres penaltis -dos de ellos prestidigitaciones arbitrales- y con alcahuetes fariseos.

Y las víctimas saldrán de sus criptas y llorarán sus heridas. El ex Gigante de la Concacaf perpetró en 2015 el más gigantesco latrocinio de la Copa del indec-Oro.

Pero, al final, México tiene otras, varias, muchas, cosas de qué avergonzarse, con un equipo que, como dijo su técnico, El Piojo Herrera, "no juega a nada".

Al final, los sicarios arbitrales no son su culpa. Son embajadores del emporio millonario de la Concacaf.

Ya se ha dicho: si las celestinas de este torneo están presas, en fuga o bajo fianza, qué se puede esperar de su engendro. Los cuervos crean y crían cuervos. Los buitres crean y crían buitres.

Mark Geiger era considerado el mejor árbitro de EE. UU. Y seguramente lo es. Tal vez, y sólo tal vez, prostituyó su conciencia para equivocarse tanto a favor del Tri y tanto a favor de Panamá. Hay terroristas del silbato. Mercenarios, pues. Y de esos en México, hasta por catálogo.

En octubre, la Concacaf espera recolectar 8 millones de dólares en total (televisión, taquilla, patrocinios, esquilmos, etc.) por la batalla, si es México ante EE. UU., en que se defina el boleto a la Copa Confederaciones.

Y el FBI puede investigar todo lo que ocurra en las oficinas, pero no en la cancha. Ahí podrá sospechar, indagar, pero... ¿comprobar? La historia ha exonerado de corrupción a la humanidad, desde la sentencia aquella: "Errare humanum est... (errar es de humanos...)".

Pero la sentencia completa es: "Errare humanum est, perseverare diabolicum". Errar es humano, perseverar en el error es diabólico. No es el lema, es el libro de conductas de la Concacaf. Y Geiger, al servicio leal, o al servilismo íntegro, podría decir al FBI: "Me equivoqué, porque errar es de humanos".

Para la nueva era de la Concacaf, que supuestamente había llegado, justo en esta Copa Oro con credibilidad de oropel, tenía la oportunidad de vestirse con mantos blancos y purificarse.

La nueva Concacaf con Sunil Gulati, Víctor Montagliani y Justino Compeán, en un triunvirato, y Alfredo Hawit como su valet, colgaron en el tendedero mundial un magnífico escrito acerca de un provenir lleno de limpieza, de transparencia, de ética, de juego limpio, de pulcritud financiera y moral, y hasta prometieron ser policías de sí mismos.

Con los Warner, los Li, los Webb, los Blazer fuera de la cocina, ellos prometieron un menú de prosperidad absoluta para la Concacaf. Y la Copa Oro era el momento de demostrarlo. Y fallaron. Es más, se inmolaron. Un suicidio público.

Hoy, en este momento, al menos a nivel de competencia, esa trinidad precursora del cambio está implicada bajo sospecha. Hoy, este trío, en su primer gran desafío, en la competencia estelar de su área, demuestra que no es, al menos en la búsqueda descarada de sus urgencias e intereses deportivos, mejor que sus antecesores.

De hecho, con las descaradas y procaces decisiones arbitrales en el minuto 121 ante Costa Rica, y en el minuto 88 ante Panamá, dejan la sospecha, la suspicacia de que son igualitos a sus predecesores, sólo que más torpes, más burdos, más vulgares, en el eventual ejercicio de que ellos urdieran esta trampa.

Warner, Li, Webb, Blazer, deben estar convulsionándose a carcajadas y llamando novatos a quiénes han girado las instrucciones de impunidad para favorecer al Tri.

Los inocentes, los cándidos, preguntarán por qué entonces EE. UU. no fue rescatado ante Jamaica. La respuesta es evidente para semejantes papanatas: sólo si México es campeón de esta Copa Oro, podrá asegurar el tesoro proyectado para octubre en el desenlace por el boleto a la Copa Confederaciones.

Citaba El Bolillo Gómez en la deliciosa rueda de prensa post mortem de su equipo, que en las aberraciones arbitrales, marcadas por su presunción y por sus conjeturas de que habían sido ordenadas, que "no culpo ni al futbolista mexicano ni a su cuerpo técnico ni tampoco al futbolista panameño ni a su cuerpo técnico, ellos no tienen nada de responsabilidad en lo que pasó hoy. Ellos están limpios", explicó.

Irrefutable, sin duda, la consideración del técnico colombiano.

Y ahora, de cara a la Final, estos novicios, estos novatones que manejan a la Concacaf, sean quienes sean, muy probablemente, para tratar, torpemente de higienizar sus perfiles basureados, muy probablemente ordenarán que el arbitraje castigue a México ante Jamaica.

Pero lo dudo, a estas alturas, para ellos, es más importante la mina de oro de octubre que un poco más de estiércol en su mejilla bronceada o en su cuenta bancaria.