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Osorio ¿patriarca de su propia mentira?

SAN PEDRO SULA -- Desde que Vince Lombardi dictaminó que "la victoria no es lo más importante, sino lo único" como un dogma de los legendarios Empacadores de Green Bay, los cínicos apagaron los neones de la feria y pusieron silencio en las orquestas.

A partir de esa declaración, de esa proclama, de esa sentencia de muerte a las formas, los mismos cínicos montaron laboratorios para consumar el estupro competitivo.

Y entonces, a partir de entonces, que el fin justifique los medios y los miedos.

Cuidado. No todos los deportes toleran artistas. La NFL requiere trogloditas, ojo, astutos, poderosos, barbáricos, sagaces. Pero Nadia Comaneci prevalecerá como la fantasía de un alebrije en cadencia vertiginosa.

El problema se agrava cuando surgen los impostores. "Compito por el amor a la victoria, no por el temor a la derrota", juramentó con esta pieza genial, y casi genuina de no haberla recitado, Marcelo Bielsa cuando dirigía al Atlas, palabras más, palabras menos.

El problema llega cuando la cancha emplaza y cuando el juego mismo cita. En la casa de cristal de la cancha de futbol quedan expuestas las verdades virtuosas y las mentiras defectuosas.

Y cuando hubo que asumir con hechos la poesía de la frase bielsista, en el Estadio Olímpico Metropolitano de San Pedro Sula, la mona vestida de seda, quedó mona y quedó desnuda.

México gana 2-0. Y el triunfo encandila con las cintilantes candilejas de romper hegemonías, de derrumbar atavismos.

San Pedro Sula en particular y Honduras en general habían dejado de ser la piedra de sacrificio de los guerreros aztecas.

Y en el regocijo del aficionado mexicano, desmedido, pero muy propio, poco importaban las formas. Hay quien se conforma con tragar fierros.

En un país como México, donde se vanagloria por adopción las gestas virtuosas del Barcelona, en especial cuando el gnomo fascinante llamado Messi improvisa e inventa huracanadamente, en ese mismo territorio del éxtasis ajeno se conforman con que su selección pique piedra.

Para fortuna de la propia selección mexicana, dos genialidades para definir de Jürgen Damm y de 'Tecatito' Corona le ponen al menos corpiño a esa mona, que había perdido las galas de seda con la consigna burda de sobrevivir.

¿Los cambios los hizo Osorio? Sin duda. ¿Fue afortunado o sabio? ¿Fue desesperado o inteligente? La fatalidad tiró los dados a su favor.

El pecado, queda claro, es la incongruencia manifiesta de conjugar mesiánicamente una frase bielsista y hacerlo pausadamente para cerrar la conferencia de prensa previa al juego.

Sí, recorriendo la impecabilidad de la frase y recurriendo a su inmortalidad, Osorio olvidó que, como todos, será esclavo parlanchín de sus palabras, pero también filósofo de sus silencios.

En la anterior entrega de este espacio favorecido por los ociosos, hablábamos de la terrible renuncia del Tri a ser protagonista de su vecindario. Ahora, con Osorio, México se niega a ser protagonista de sus promesas. ¿Es más grave? Lo es. Y también más patético.

No puede regatearse la consumada frialdad de los hechos: seis puntos, cinco goles, cero anotaciones en contra y a cuatro puntos, con 12 por disputar, de asegurar su pase al Hexagonal Final de la Concacaf.

Y si al futbol mexicano, urgido de tranquilidad y menos soponcios como los dos deplorables procesos mundialistas anteriores, le basta con congratularse con recorrer el camino sin vestirse de gala, tiene el derecho a planteárselo porque, al final, es un negocio privado, que a sus aficionados tienen como marionetas, en muchos casos, de sus éxitos y fracasos.

Lo único incorrecto es jurar y jugar a ser el patriarca de una mentira, cuando ni siquiera ser apóstol de esa verdad.