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Cantan en catalán el obituario del Madrid

LOS ÁNGELES -- El Palacio ya estaba en llamas. Hoy, la Casa Blanca ya está en cenizas. Es, aún, el club más grande en la historia del futbol. Pero, ese "aún" tiene fecha de caducidad. Y con Florentino Pérez esa fecha parece más cercana y ese "aún" parece más moribundo.

Un sábado con tufo mortuorio. Apestando a masacre. Los refinados bárbaros, los exquisitos inclementes del Barcelona saquearon al Bernabéu. Sólo les faltó a los facinerosos raptar a las 10 Diosas de Plata de la Sala de Trofeos.

Real Madrid 0-4 Barcelona. Así gemirá el obituario blanco. Así se vanagloriarán los cantares culés.

Perniciosamente irónico: es más impactante la caída del coloso que la ratificación del otro coloso. Es más trepidante el desmayo señoritero, de sílfide sofocada, del gigante blanco, que la crueldad carnicera del magnífico adversario azulgrana.

0-4. Y pudieron ser más. Y sin su "10" legendario, Barcelona sigue jugando con calificación de 10, y no carece de nostalgia; al contrario, se fortalece.

Veredicto que parece condenar la Liga, aún jovencita, pero ya amenazada. Barcelona se sabe más fuerte que nunca. Messi no alteró la historia en sí, pues ya los soldados de asalto habían hurtado la virginidad doméstica de Navas: el indescifrable Neymar y Luis Suárez, quien se ha olvidado de mordisquear embustidos con carne fresca de los rivales, para atragantarse de red.

Pero la gesta magnífica del Barcelona pasa a segundo término. Increíble que en el futbol, que es todo un canto a la vida, reverberen con más potencia y fragor los responsos fúnebres por el Madrid, y que reclaman el fuego eterno para Rafa Benítez y Florentino Pérez.

Algunos de los jugadores más caros del mundo sangran financiera y futbolísticamente a la Casa Blanca. Son rémoras, más que empleados. Son parásitos, más que soldados. Son terroristas, más que artistas.

Desde un CR7 preocupado poco por el espejo de sus números y de su futbol, y más por el de sus teatralidades. Y un Benzema que juega más en el reclusorio y en la cancha, es un recluso del conformismo.

¿Gareth Bale? Está visto que renuncia a ser peón de vanidades ajenas, pero esclavo de la suya. ¿James Rodríguez? El niño prodigio del Mundial de Brasil brinca de berrinches con su selección a berrinches en el Madrid.

Entre esos cuatro hay más de 500 millones de euros. No valen su peso en oro, porque no pesan su valor en goles. En medio de esa abulia en la cancha, quedan como pasajes cómicos las parafernalias espectaculares de sus presentaciones. Ídolos de barro, con espíritu de porcelana y zapatillas de cristal.

¿Culpa de Benítez? Sin duda. Su pasado lo denuncia. Su estilo rupestre de manejar el vestidor le permite arriar a jugadores con hambre y sin ego. Cuando confronta a las divinidades vestidas de encaje blanco, le falta muñeca de líder y le sobran modales de leñador.

Mientras los catalanes gozan del múltiple escenario festivo, del golpe metafórico a la doble monarquía, el universo del futbol se viste de fiscal.

Las redes sociales emiten sentencias implacables. Cuestionan la devoción de CR7. Y el acusado de chantajista y pervertido goza más de los escándalos que del futbol, porque Benzema arma más extorsiones con un celular que peligros con un balón. Y Bale se empequeñece ante la responsabilidad, mientras a James le queda grande la camiseta y el número en ella.

Y más allá de la sedición y la crueldad en las redes sociales, queda claro que hay más de verdad que de mentira en ellas.

Y enjuician y condenan: Ellos, son buenos futbolistas, pero irresponsablemente de espíritu mediocre o traidores consumados contra su entrenador. Y el técnico, un tipo que se sacó la lotería cuando lo contrataron, pero que se sacará la lotería de nuevo, cuando lo echen y lo indemnicen.

Pero más penosa para el Madrid es la incapacidad absoluta de la redención. Todos, absuelven sus propios pecados en las conciencias de los demás. Hoy que son culpables todos, perjuran ser más inocentes que nadie.

Hoy en el Real Madrid están en peores condiciones que un alcohólico.

Porque viven en ruinosas alucinaciones de autocompasión y con engaños de ebrio, pero sin poder levantar, ha tiempo, siquiera, al menos, alguna copa.