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Árbitros, castrados por el sultán Decio

LOS ÁNGELES -- Un diálogo de la película Moneyball es perfecto como alfombra roja -en todos sentidos- para el tema.

"¿Qué prefieres? ¿Un balazo en la cabeza o cinco en el pecho y desangrarte hasta morir?", pregunta Billy Beane.

"¿Esas son mis dos únicas opciones?", se resigna Peter Brand.

La anterior elección orientada de muerte es idéntica para los equipos en La Liguilla del futbol mexicano. Y no, no hay, segundas opciones.

Cada equipo es irónicamente el sepulturero de su propio destino, el cual, obviamente, se encuentra en manos ajenas, en manos del arbitraje.

Catorce o 17. Cuestión de enfoques. Cuestión de la liviandad o dureza de criterio. Catorce o 17, los errores arbitrales graves, que, en ocho partidos se convirtieron en verdugos de Veracruz, Puebla, León y Chiapas, en los Cuartos de Final del Apertura 2015.

Ojo: los errores de los jueces sin juicio no determinan de manera absoluta los desenlaces. Veracruz, León, Puebla y Chiapas tuvieron posibilidades de victoria, pero sus errores los arrojaron al abismo.

Claro, la diferencia es que el futbolista puede equivocarse, pero el árbitro no debe equivocarse. Los dos son imperfectos seres incapaces de lidiar con la perfección circunférica del balón.

Los árbitros, sin embargo, deben apegarse a la rigidez de 17 reglas, con la ligereza y licencia de la interpretación, y, claro, a su visión. Y, por supuesto, a su honestidad.

El problema es que cayó el telón de los Cuartos de Final y los clasificados celebran poco, porque más que medallas les cuelgan asteriscos en la honorabilidad de su pase a Semifinales.

Hoy, lamentablemente, sin que necesariamente sean culpables, América, Pumas, Toluca y Tigres, parecen más ahijados de la mafia o de la estulticia arbitral, que vencedores por sus propias virtudes.

Y el problema, lo saben los cuatro clubes, es que espera más de lo mismo, al ser entregada la Iglesia a manos de Lutero, es decir, la honestidad, la equidad, la rectitud, el juego limpio, están en manos -y en desuso- del artífice de los más lamentables actos consumados de corrupción en el futbol mexicano: Decio de María y su sillón de omnipotencia perversa en la FMF.

Vayamos al dramático caso de Pumas y América. Los dos llegan apestando a promiscuidad ajena, es decir, al azufre arbitral. Los salpica esa extraña mezcla pútrida de sospecha de dolo o de compasión por ineptitudes.

Con ese lastre inmediato de sospechas, Pumas y América ahora se verán con desconfianza lógica, natural, competitiva, entre sí, pero con mayor desconfianza a las deterioradas figuras de autoridad deteriorada, asignadas por la deterioradísima Comisión de Arbitraje, uno de los ocho brazos impunes de Decio de María.

Este lunes en Raza Deportiva de ESPNDeportes, Felipe Ramos Rizo, analista arbitral, recordaba cómo había sido informado por silbantes que había ya una condicionante para quienes dirigieran en la Fecha 17 y en la Liguilla misma: cero tarjetas rojas.

"Comenté que no habría expulsados. Y no los hubo y no habrá expulsados en la Liguilla. Es una exigencia de los dueños: que los árbitros no expulsen. Y es una manera de condicionar el trabajo del árbitro, y de permitir que los jugadores abusen y falten al respeto a la autoridad, porque saben que no serán echados", explicaba Ramos Rizo.

Y, evidentemente, si a los nazarenos se les castiga con presiones extra, como impedirles castigar conforme al reglamento con las amarillas y rojas necesarias, se les envía al deshuesadero.

¿Y en qué manos desautorizadas queda el principio de autoridad en las canchas de futbol de México? En las de árbitro maniatados, sometidos, víctimas, pero también cómplices... al aceptar ser instrumentos.

Sí, son los tiempos de árbitros castrados. Silbantes eunucos, esa es la nueva generación de nazarenos conformada y confirmada por Decio de María, la FMF y, por supuesto, los propios dirigentes de equipos.