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Se le agota el tiempo a Yasiel Puig

Yasiel Puig vuelve a ser noticia y no precisamente por su innegable talento para jugar béisbol.

El jardinero cubano de Los Angeles Dodgers se vio involucrado en un incidente violento con su propia hermana en el club Blue Martini de Miami, lo cual habría motivado la intervención del personal de seguridad del local.

Puig añade así un nuevo capítulo a su cada vez más extensa cadena de incorrecciones extradeportivas, que van desde llegadas tardías a entrenamientos hasta detenciones por conducir a 100 millas por hora en una autopista de la Florida.

Hace tres campañas, cuando irrumpió en las Grandes Ligas con la fuerza de un huracán de categoría cinco, los Dodgers podían pasar por alto alguna indisciplina.

El muchacho de entonces 22 años había provocado en Los Angeles un furor que no se veía desde la Fernandomanía de 1981.

Convertido de la noche a la mañana en una celebridad, no era fácil manejar esa situación para un jovencito que pasó de no poseer absolutamente nada en un pequeño poblado cubano llamado Palmira, en el centro de la isla, a tener el mundo a sus pies.

Pero lo que se pensaba que por lógica debía ocurrir, que Puig creciera como jugador y madurara para hacer desaparecer los problemas, no sucedió.

De hecho, pasó todo lo contrario. El cubano decayó en trabajo y ha llegado a ser un indeseable dentro del clubhouse de los Dodgers, a juzgar por el pedido del astro Clayton Kershaw a la gerencia para que se deshaga del jardinero.

Este incidente en Blue Martini, que por cierto, no es el primero que protagoniza el cubano en ese local, donde podrían declararlo persona non grata, le sirve a los Dodgers en bandeja de plata la gota que colme la copa de la paciencia.

Y es que las Grandes Ligas y la unión de peloteros acordaron en agosto pasado una nueva política integral en materia de violencia doméstica, agresiones sexuales y abusos a menores.

El pacto le concede al comisionado Rob Manfred la potestad de determinar hasta dónde deben llegar los castigos para los peloteros involucrados en estos tipos de hechos.

Las sanciones las decidirá Manfred, sin que se hayan acordado topes mínimos o máximos e incluye la posibilidad de suspender los salarios a los jugadores mientras duren los procedimientos legales.

Ya las Grandes Ligas anunciaron que investigarán el caso, independientemente de que Puig y el guardia de seguridad del bar con el que se peleó decidieron no formularse acusaciones mutuas ante la policía.

Aunque el hecho, a los efectos del sistema de justicia estadounidense, no haya trascendido más allá de eso, MLB todavía puede involucrarse, no por la escaramuza con el guardia, sino por la presunta agresión del pelotero a su propia hermana, quien, por cierto, tampoco presentó acusaciones contra Puig.

Aquí podría darse lo mismo que en otros casos, principalmente en la NFL, en que las presuntas víctimas optan por el silencio, pues económicamente dependen de su familiar que las abusó.

O tal vez el incidente fue menor de lo que se reportó y los medios lo agrandan por tratarse de una celebridad.

Todo eso está por determinarse, pero lo cierto es que a Puig se le está agotando ya el tiempo para ajustar de una buena vez su cabeza sobre los hombros, madurar como jugador y como ser social y aprovechar ese talento extraordinario.

Sería triste que semejantes dotes naturales se desperdicien, pero lamentablemente, este no sería ni el primero ni el último. De esos casos, ejemplos sobran.