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¿Hay renglones torcidos
 en la Libreta de Osorio?

SAN DIEGO -- Asertivamente, diría él mismo, Juan Carlos Osorio está descubriendo un espécimen hecho de otro barro, con otra tierra, con otras aguas.

El colombiano se asoma al jugador mexicano, que es un barro hecho con lodo, de muchos polvos, de muchas tierras, de muchas aguas, de muchas vertientes. Impredeciblemente heterogéneo. Una misma raza, decenas de culturas e idiosincracias.

Y claro, él también está siendo descubierto como un prototipo distinto de técnico. Y el jugador escudriña, hurga, observa, desconfía, se relaja, sigue alerta.

Más allá de si Osorio es mejor o no, es distinto. Para la legión europea el impacto debe ser menor. La legión MX aún lo observa como una rara avis: cuando habla, cuando dirige, cuando intima, cuando observa, cuando reprocha...

La simbiosis es aún un misterio. La fusión tiene un catalizador común: el futbol. Y tiene un cordón umbilical bífido: el hambre compartida. Ninguno ha ganado nada más allá de torneos nacionales, acaso Rafael Márquez y 'Chicharito' Hernández, con su escolta de trofeos de alcurnia.

El sincretismo de esta alianza entre jugadores mexicanos y entrenador colombiano raya en el secretismo. Parecería, que es una complicidad para el crimen, diría Octavio Paz, de no fracasar.

Los números son generosos, claro, cierto, en juegos oficiales, en el código postal donde México juega: la Concacaf, es decir, una favela, un cinturón de miseria del futbol mundial.

Ni derrota ni gol en contra. Marcas para presumir en la galaxia peregrina de Concacaf. "No somos proclives al autoelogio (por esos registros), sino a tratar de ser mejores en el siguiente paso", analiza Osorio.

Como sea, esta amalgama jugadores-entrenador no conoce, de momento, la pesadumbre ni el lamento. Y la afición, infestada del exitismo, empieza a juntar llaves para fundir una estatua en honor a Osorio, si encima, en el Hexagonal, logra vencer de visitante a Estados Unidos. Salve César, Salve Osorio.

El futbolista, por las prácticas que se han podido observar, se siente cómodo. Se siente ya confiado. Se siente relajado. Y se siente comprometido. Ya se sabe, lo que más agradece el jugador es la lealtad y la honestidad.

Incluso los medios saborean las circunstancias. Los 15 minutos que promete abrir las puertas, se convierten en media hora o más, sin el auto-estado de sitio en que por decreto propio vivía el 'Chepo' de la Torre, o el escepticismo de Miguel Herrera.

Porque algunos entrenadores no dejaban ver las prácticas por paranoia o superstición (Ricardo LaVolpe), y otros no para que no se supiera lo que sabían, sino para que no se supiera que sabían poco y hacían menos (Hugo Sánchez).

Y el jugador no abandona con rencor el entrenamiento. Osorio no critica los errores, sino que pondera lo bien hecho. No fustiga, sólo felicita. Si hay error, precisa con severidad, para que no se repita.

A ese animal sentimentaloide, frágil, de piel de ala de hada, que es el jugador, le lacera que se le increpe y exhiba de manera voluminosamente procaz, obscena, ofensiva, dictatorial.

No destila ni estila Osorio ese ventarrón puntual y violento, perverso, de vituperios, insultos y mentadas de madre y de burlas, de vejaciones, como cuando Ricardo LaVolpe reprende o cuando el 'Tuca' Ferretti se mofa de que sus jugadores no le pegan al balón como él lo hacía. El poder vuelve tiranos ensoberbecidos a algunos, aunque uno tenga más de un decenio de estentóreos fracasos, y el otro haya ganado cuatro títulos en 47 torneos.

Muy cierto: esa congenialidad no garantiza nada. Rómulo mató a Remo a pesar de que ambos se amantaron simultáneamente de la misma loba. Si las sociedades lactantes se rompen, las futboleras son más frágiles.

Pero, de momento, el pacto genuino ocurre en la cancha. De aquellos a quienes equivocadamente llamó de Fibra 1-A, Osorio ha descubierto que son de otra fibra física y moralmente: son comprometidos y son leales.

En esa nobleza cincelada, bruñida a latigazos violentos de la vida, el jugador mexicano piensa sin saberlo, en la máxima de Voltaire: "No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo".

Y entonces, Layún se empeña en ser más derecho, aunque la zurda sea su catapulta favorita. Y Oribe juega de doméstico, y Andrés Guardado es el misionero, el valet y el prócer de todos. Hay voluntad y hay voluntarios.

Tal vez a veces, Osorio usa coloquialmente un lenguaje que desconcierta a los jugadores. Claro, no hay bibliotecas en los juegos de video ni en el FIFA 16, que es la burbuja en general en la que vive el futbolista. "Lograr hacer inconscientemente lo que tenemos que hacer conscientemente", dice Osorio.

De repente el colombiano, un lector empedernido y nemotécnicamente brillante, puede rescatar conceptos de las decenas de libros leídos y de las miles de notas que ha escrito.

Y cuando suelta una palabra sobreesdrújula en el entrenamiento, algunos jugadores mexicanos empiezan a jugar al Cubo de Rubix con sus neuronas. Y la policromía de ese Cubo, se destiñe en gris.

Viene la gran prueba. Los grandes desafíos. Aunque amistoso, Chile ha clavado su bandera en torneos importantes de Europa. Y ya oficialmente, escanciado por el calendario de la Copa América Centenario, Uruguay tiene a los filibusteros más despiadados.

Ojo: no se trata sólo de poner a prueba a los jugadores, sino a la capacidad del entrenador para orientar y convencer a sus jugadores.

Uno, el técnico, debe hacer impecablemente su trabajo, para que los otros, los futbolistas, crean que pueden hacer impecablemente su trabajo.

En ese sentido, 'Tuca' Ferretti, antes del juego ante EEUU por el boleto a la Confederaciones, nos dijo en corto a un trío de reporteros: "Yo ya hice lo mío, ya les dije todo lo que debía decirles (en los entrenamientos). Ahora todos estamos en manos de esos cabrones".

Como sea, al final, si Osorio tiene que escribir torcido en los renglones derechos de su libreta, o si tiene que escribir derecho en los renglones torcidos de esa libreta, ha encontrado, sin el reto máximo de un traspiés, esa sociedad deliciosamente delincuente con el jugador: la búsqueda de la victoria egoísta, legítima sin duda, honorable también, porque se sabe, por herencia doliente de Napoleón Bonaparte, que "la victoria tiene muchos padres... y la derrota es huérfana".