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El crack subestimado

BUENOS AIRES -- La falta de carisma puede hacer cosas terribles con un hombre. Puede hacerlo pasar inadvertido. También puede hacer que la gente tome partido en su contra, o que le adjunte calificativos que son absolutamente distantes de la realidad. Para mí, eso es exactamente lo que sucede con Andy Murray.

Pensémoslo un segundo. ¿Qué es lo que más se escucha decir sobre el escocés cuando alguien califica su juego? Que es un tenista aburrido. ¿Aburrido, en serio?

Murray vendría a ser como un libro de Proust, de Dostoievski, de Stendhal, de Tolstoi o de Anton Chéjov: no es entretenido a simple vista, no deslumbra en el primer acercamiento, no es evidentemente divertido. Pero hablar de que es aburrido implica un grado enorme de desconocimiento.

En realidad, el placer de una buena lectura -y de ver jugar a Murray- radica en involucrarse con la trama profunda de lo que está sucediendo. También tiene que ver con la costumbre: si hay algo que es evidentemente diferente a todo lo que vimos antes, nos va a llevar un tiempo acomodarnos a ello. Bueno, yo creo que el tenis de Murray es algo a lo que uno debe acomodarse.

No voy a decir que sea explícitamente estético, porque no lo es. Pero el británico tiene algo, logra algo. Hay algo en el subtexto de cada partido que juega que, si es contemplado con apertura mental, nos absorbe y no nos deja escapar. Hasta nos apasiona diría.

Para no aburrir con filosofía inasible, pasaré directo a lo que casi nunca se hace: a reconocer los aspectos que resultan excepcionales en un tenista que, en mi opinión, no entra en las discusiones acerca de quién es el mejor del planeta porque tiene cara de bueno y escapa a las declaraciones ruidosas.

  • Su mentalidad. Tiene una cabeza de hierro, cuyas mayores virtudes son la paciencia y -sobre todo- el oportunismo. Son cuestiones asombrosas para un juego conservador, como el que indiscutiblemente practica: tiene la capacidad de resolver partidos cerrados con un par de golpes bien asestados. Lo hizo, por ejemplo, en su duelo ante Isner, en octavos de final. En algunas ocasiones (y esto sí es maravilloso) hace que un partido parezca más fácil de lo que realmente fue. O va haciendo que luzca más fácil con el correr de los minutos, como si s fuera adaptando a su rival en el mismo partido. Además, nunca da un juego por perdido -ni un punto, si vamos al caso-, y cree lo suficiente en su plan de juego como para respetarlo a rajatabla si ve que funciona. Lo que nos lleva inevitablemente al punto 2: su inteligencia táctica.

  • Su inteligencia táctica. No existe otro jugador en el circuito que tenga una lectura tan clara de los puntos que disputa. Desde el comienzo hasta el final, cada pelota tiene un propósito, todo lo hecho en un punto es parte de un plan mayor: maximiza el aprovechamiento de las debilidades del rival, e incluso tiene la capacidad de adaptarse idear una alternativa útil si su plan original no está funcionando. En un 90 por ciento de las ocasiones toma la decisión acertada a la hora de jugar un golpe. Quizá le falte más decisión a la hora de usar sus tiros ofensivos o de subir a la red.

  • Su defensa. Una de las mejores del mundo debido a su velocidad, su obstinada persistencia y su incansable capacidad atlética. También una de las bases más frecuentes para castigar su estilo. Es que sí, Murray basa su juego en sus dotes defensivas. En un par de años, el número cuatro del mundo pasó de ser un niñito desgarbado a ser un hombre de espalda ancha y temible zancada. Sus recursos técnicos ayudan en esta faceta: tiene muy buen slice, siempre es peligroso pegando en carrera y puede jugar globos con top incluso ante tenistas de gran altura. Hoy, se hace fuerte desde el aguante, la regularidad y el contragolpe.

  • Su sensibilidad. Tiene una mano como pocos. Es versátil, puede jugar unos ángulos descomunlaes (más que nada con el revés) y cerca de la red es impredecible. Esconde los golpes y ejecuta con maestría, ya sea una volea, un drop shot, un smash o un tiro plano para los costados. Una vez que tomó el frente de la cancha es difícil superarlo. Esto sucede también porque sabe cuándo subir. El duelo ante Nadal en cuartos será una buena oportunidad para poner a prueba estas capacidades.

    Algunos le reprochan qu explotó un poco más tarde que sus compañeros de generación. Pero su crecimiento dentro del Tour conllevó un aprendizaje que resulta obvio. El escocés volador incorpora conceptos con una velocidad apabullante y los usa a su favor.

    Les digo más: tenísticamente, dentro de la cancha, alimenta la tentación de compararlo con John McEnroe. Por su control exquisito, por sus tiros con slice y por cómo le pega a la bola empujando, sobre todas las cosas. Claro que afuera del court...

    En cuartos, ante Rafa, tendrá uno de esos duelos que vale la pena contemplar silencioso frente al televisor.

    Hoy tiene 22 años y parece estar maduro del todo.

    Algunos confunden esa madurez con frialdad. Pobres de ellos. Se están perdiendo de Proust, de Dostoievski.