WawrinkaPrensa Copa Claro/Sergio LlamerasEl suizo número 26 del mundo se divierte en Buenos Aires: disfrutó de la carne y compró discos
BUENOS AIRES -- La victoria de Stanislas Wawrinka sobre Kei Nishikori por los cuartos de final del ATP de Buenos Aires no encuentra una explicación circunstancial (el famoso "quién se levantó mejor que quién" en un día específico) sino una razón estructural en el análisis de la vida tenística de uno y otro jugador. El encuentro lo tuvo todo: paridad, alto nivel, lujos, despliegue. ¿Cuál fue el factor de desequilibrio?

El suizo, 26 del mundo de 26 años, ex top ten, declara en cada entrevista y en cada conferencia de prensa que el polvo de ladrillo le sienta comodísimo, que incrementa su confianza, que lo hace jugar mejor. El japonés, en cambio, aprovecha para confesar que -pese a ser el 17 del ránking- su presencia en una cancha lenta responde a un aprendizaje. "Es difícil jugar en polvo, es desgastante y me cansa disputar partidos tan duros. Pero estoy mejorando", aseguró el nipón durante esta semana. Tiene 22 años y su meta es volverse más completo pensando en el futuro de su temporada más que en el presente de este campeonato.

Y aunque tuvo tiempo de jugar un poco con los periodistas en un cuestionario superficial y divertido (eligió videojuego sobre libro, DVD sobre cine, playa sobre montaña, ventana sobre pasillo en el asiento de un avión y morochas sobre rubias), se nota que Kei vino aquí para trabajar y para aprender. Stan, en cambio, llegó a divertirse.

En la tarde que los enfrentó, ambos lograron su objetivo. Nishikori exigió a fondo a Wawrinka, que encontró un desafío difícil de resolver, casi un enigma, un acertijo veloz de derecha potente que lo desbordó cuando intentó jugarle mano a mano en velocidad. Ahora, cuando el suizo volcó en la cancha su oficio, sus pelotas más altas, la profundidad como cualidad prioritaria, las contrapiernas y ese formidable revés paralelo a una mano -se cansó de acertar tiros ganadores con ese golpe-, las diferencias entre quedaron plasmadas en el marcador.

Wawrinka ganó 6-4 y 6-2. Fue en 1 hora y 36 minutos. Fue sin discusiones. Por tres quiebres contra ninguno. Por experiencia, claro. Por comodidad en tierra. Y por soltura, naturalidad, diversión.

Stanislas Wawrinka
EFEWawrinka eliminó a Nishikori y avanzó a semi

Esta es la segunda vez que el nacido en Lausana elige jugar en Buenos Aires. ¿La razón principal? Obvia: el piso naranja. "Es un gran torneo, gran público, buenas canchas. La gente siempre ha sido muy amable conmigo. Había jugado Copa Davis en polvo de ladrillo y no quería cambiar de superficie. Por eso elegí Buenos Aires. Un lindo campeonato en una linda ciudad", sostiene. De paso, deja un elogio de esos que nunca están de más: "Sin dudas, la cancha central de este torneo es de las mejores de polvo de ladrillo del mundo".

Pero no se trata solamente de la cancha lenta. Gastronómicamente, el bueno de Stanislas también le guarda cierto cariño a la Argentina. "¡El año pasado compré dulce de leche!", cuenta en una entrevista con el sitio oficial de la Copa Claro. "Es muy bueno para las tostadas, pero hay que tener cuidado. Es peligroso para la dieta", desliza. También relata que se aventuró en el macromundo de la carne argentina: "Me gustó el asado, no recuerdo los nombres de los cortes, pero los argentinos me recomiendan dónde ir y qué pedir". Y dice que compró CDs de algunos músicos locales, aunque no recuerda los nombres.

Hombre de mundo, habla inglés, francés y alemán. También un poco de español, que intenta practicar en estas latitudes. "Entiendo bien pero hablo muy poquito. No es fácil, cuando estás apenas unos días en un lugar. No llegas a sentirte del todo cómodo", explica.

Cómodo, la palabra clave y la más repetida. "Sé que puedo ganar el torneo, pero es un cuadro duro. Veré. Lo importante es que me siento cómodo en cancha". Lo dicho: cómodo, la palabra clave. Por allí corrieron las ventajas de un hombre que sostuvo su servicio cada vez que le tocó sacar en el partido y levantó los tres break points que cedió ante un rival de jerarquía.

Lo que viene es incierto. Ya es semifinalista, como el año pasado. Primero se las verá ante Almagro, quien venció a Andreev. Después llegaría una final en la que puede enfrentarse con el ídolo local, Nalbandian. El suizo no esconde su admiración. "Si no está lesionado es un gran jugador. Fue 3 del mundo, jugó final y semifinales en los Grand Slams y siempre da todo en Copa Davis". No habla de la presión, ni del aliento de un estadio en contra. Habla sólo de lo que le gusta: "David es un jugador que me encanta ver jugar". "Y también me encanta enfrentarlo", revela.

Hoy se aseguró un partido más en este torneo que le regala satisfacciones. Se fue aplaudido, sonriente. Pura alegría. Después de todo, comió buena carne, escuchó música nueva y se deleitó con el dulce de leche. Ah, y ganó. Pero eso no es nada: se nota que vino a divertirse.

Lawn Tennis ClubDyNCancha llena, corazón contento: el Lawn Tennis enmarcó el debut ATP de Andrés Molteni
BUENOS AIRES -- "Y ya lo ve, somos locales otra vez", canta esa banda de inadaptados que ocupa el codo superior y no se da cuenta de que una hinchada española difícilmente pueda oponer una resistencia digna sin viajar 12 mil kilómetros. Son los amigos de Andrés Molteni, Molto según el grito de aliento permanente, que no entiende nada de ránkings, de jerarquías o de David Ferrer, rival de turno, cinco del mundo y uno de los mejores jugadores del planeta sobre polvo de ladrillo.

El grito que mantienen para alentar el primer partido en un torneo ATP del muchacho nacido en Buenos Aires, los transforma en lo mejor de la noche. "Te alentaremos de corazón, esta es la hinchada que te quiere ver campeón". Molteni juega en el club que lo vio nacer ante el rival menos deseado. "Que me toque cualquiera menos Ferrer o Nalbandian, porque no quiero hacer papelones en la cancha central", había deseado antes del sorteo.

No hubo suerte.

Esta noche fría juega debajo de una tribuna que va a gritar aunque él no de respuestas en cancha. "Molto, querido, la hinchada está contigo", le espetan mientras agitan el estandarte con los colores de su Lawn Tennis tan querido (celeste, amarillo, negro) y se indignan con un loco solitario que, enfundado en banderas de España, se liga la silbatina de su vida por tratar de entonar un "Campeones, campeones" demasiado foráneo.

Mientras tanto, hay tenis. Molteni muestra poco de arranque y queda 0-3. Parece nervioso y superado por la velocidad avasallante de un top ten, dueño de 11 títulos, campeón en Auckland a principios de temporada. "Dale, dale, dale, Molto. Dale, dale, dale Andrés". Ferrer juega a lo Ferrer: velocidad de piernas, movimiento constante, un revés sólido y una derecha que sabe castigar, sobre todo cuando se invierte para buscar el ataque.

Pero la novedad es otra. Andrés Molteni. Andrés. Molto. Remera azul, gorro blanco con la visera hacia atrás. Flaco, veloz a primera vista. De buena movilidad. Por movimientos, recuerda un poco a Richard Gasquet. Quizá otro poco a Juan Ignacio Chela. Físicamente, tiene algo de Martín Vassallo Argüello. "Pan y vino, pan y vino... El que no grita Molteni, ¿para qué c... vino?". Tiene potencia con la derecha, que arma desde bien arriba con un swing largo. Tiene un revés heterodoxo que parece funcional, pero que deberá trabajar para mejorar en cuanto a regularidad. Tiene buenos movimientos cerca de la pelota: flexión de piernas, buen armado de golpes. Tiene hinchada propia: "Soy de Molto, soy de Molto. De Molto, yo soy". Le falta experiencia. Mucha.

Benoit Paire
Prensa Copa Claro/Sergio LlameraEl argentino sufrió una derrota lógica ante Ferrer

Después de sacudirse la impresión de la cancha central y de su primer juego en el máximo nivel, Molteni logra un game. Es uno sólo, pero vale para evitar el temor previo del debutante: "No sea cosa que me vaya en bicicleta". No, no será 6-0 y 6-0. Ya fue 6-1. El honor a salvo. Una alegría. No habría más. Algo es algo. "Dale Andrés, ponga huevo que no ha pasado nada".

Desde que se hizo profesional, en 2003, Molteni ganó un Challenger (el año pasado, en Salinas, Ecuador) y 8 Futures. Pero hay un dato que resulta alentador para este chico que cumplirá 24 años en marzo. Se trata de su avance en las últimas cinco temporadas. En 2007, finalizó como 639 del ránking mundial. En 2008 fue 581, es decir que trepó 58 puestos. En 2009 terminó como 388, con lo cual ascendió 193 posiciones. En 2010 siguió creciendo: escaló otros 124 puestos para ubicarse 264. El año pasado finalizó 207, o sea que subió 57 escalones. "Hay que gritar, señor hay que gritar.... Y vamo' Andrés Molteni que tenemos que ganar". Esa escalada lenta pero constante habla del esfuerzo y la superación que está viviendo el casi-ya-no-tan-juvenil.

"Movete, Molto, movete, que esta hinchada está loca y hoy no podemos perder". Lejos de las primeras planas, Molteni vivió ayer un día que recordará siempre. "Cantemos todos que tenemos que ganar". Perdimos, igual. La cosa estuvo áspera ante un Ferrer que jugó como juega Ferrer: otro nivel, algo distinto, diferente escala, un salto cualitativo demasiado grande para el que no acostumbra esos trotes. Suficiente como para que la tribuna le dedicara un cantito al español: "Tirala afuera, la p... que te parió", hasta despertar la risa del propio argentino dentro de la cancha.

Pero quedó un detalle para emocionarse. A mediados del segundo set, los inadaptados contagiaron al estadio. "Olé, olé, Andrés, Andrés". La ovación fue unánime. Y merecida. "Ya ganaste, Molto". Después de todo, hay cosas más importantes que un resultado.

BUENOS AIRES -- Cuando está por cumplirse una semana de acción, el Abierto de Australia dejó algunas historias inusuales y otras pequeñas imágenes atípicas. En el deber del compilador, ofrecemos brevemente los cinco momentos más llamativos de estos primeros siete días del Grand Slam iniciático.

5- CHELA, TOP TEN TWITTERO
Revelación fuera de la cancha, el argentino Juan Ignacio Chela desenmascaró su amor por Twitter en una entrevista. Desfachatado, creativo, irónico y permanentemente al borde del absurdo, el perpetuamente apodado "Flaco de Ciudad Evita" (recientemente, "Torino") dialogó con Miguel Simón, de ESPN y se consideró un top ten de la red social. La frase destacada de esa charla probablemente haya sido un viejo tweet del jugador en el que reflexionaba: "Mi vuelo de mañana sale 15:40. Qué casualidad, como la mayoría de mis games cuando saco". Además Chela subió esta foto, que sacó en el avión que lo llevaba al torneo.

4- INTRUSOS EN EL ESPECTÁCULO
En dos ocasiones distintas, un partido del Australian Open se vio interrumpido por la aparición de la cancha de un ser vivo indeseado. En el duelo entre Nadal y Lacko, un pájaro aterrizó en medio del court y después decidió salir volando por el centro del estadio. Pero lo mejor fue cuando, en el partido entre Lleyton Hewitt y Cedrik-Marcel Stebe, una pobre ball girl debió quitar un insecto de la cancha (presumiblemente un grillo) para que el juego pudiera continuar. Atentos a la cara de la chica en la repetición, y a la risa del público cuando la niña es enfocada después de su hazaña.

3- EL INCIDENTE NALBANDIAN
Probablemente fue el hecho más polémico de todo el torneo: David Nalbandian desafió la decisión de un árbitro que no quiso darle el "challenge" ni hacer funcionar el ojo de halcón, en el 16to game del quinto set de su partido ante Isner. El argentino, iracundo, perdió el match y manifestó su bronca contra los umpires: "el arbitraje es malísimo", dijo. Aquí pueden ver el video de ese polémico encuentro, con discusión completa y declaraciones post-encuentro de Nalbandian incluídas. Después, acusaron al jugador de conducta antideportiva y fue multado por "haber lanzado agua" a un miembro del cuerpo médico que iba a hacerle el control antidoping. Finalmente, el cordobés desmintó completamente las acusaciones y dijo que se cometieron injusticias dentro y fuera de la cancha. Aseguró que recurrirá la sanción.

2- LA IRA DE BAGHDATIS
Inexplicable récord Guiness de la locura, cuando perdió el tercer set de su duelo ante Stanislas Wawrinka, el chipriota Marcos Baghdatis rompió cuatro raquetas en menos de 30 segundos. Fue multado con 1.250 euros. Sin palabras.

1- VANIA SINGS
Tras ganar su duelo de segunda ronda, la estadounidense Vania King se enfrentó con los micrófonos de ESPN para su entrevista post-partido. Lo que la jugadora no esperaba era que la periodista de turno -enterada de su bella voz- le solicitara entonar una canción. Y lo que la periodista no esperaba era que Vania, sin preparación, previo aviso o prueba de sonido, recién salida de un par de horas de acción, tuviera una performance tan extraordinaria. Fue un homenaje al jazz y una demostración de que algunos deportistas, efectivamente, tienen otros talentos. King ya había cantado una canción patriótica, vestida de gala y con micrófono oficial, en el US Open 2009. No se compara con su actuación de este año.

BUENOS AIRES -- El comienzo del Abierto de Australia trajo consigo una situación extratenística bastante particular. Se trata del desacuerdo dialéctico entre Rafael Nadal y Roger Federer, los dos hombres que prácticamente se dividieron el dominio mundial de este deporte durante casi una década.

El español, que desde hace muchos años es crítico con el actual calendario de la ATP, tuvo algo que podría asimilarse a un exabrupto al responderle a un periodista respecto a las declaraciones de su colega suizo. Roger había sido particularmente halagüeño con el formato del año tenístico, y en especial había hecho énfasis en lo negativo de ir en contra del propio circuito.

Nadal, en una declaración realmente destacable en cuanto a contenido, se despachó con un decálogo clarísimo de las cosas que le molestaban en el armado de la temporada y enumeró los factores que -según él- podían corregirse. Hay que aclarar que Rafa no es un hombre muy dado a la palabra. Más bien todo lo contrario. Suele ser parco. Suele evitar el discurso al punto en el que uno empieza a pensar que está cuidándose de cometer una imprudencia por falta de habilidad dialéctica. Bueno, ayer Nadal echó por tierra con cualquier especulación que pusiera en duda su capacidad discursiva.

El video acompaña la nota, y verán que la posición del mallorquín fue clara. Él quiere mayor decanso para los tenistas. Quiere menor tiranía del ránking y de los campeonatos importantes, que no permiten recesos largos durante el desarrollo del año. Quiere que la humanidad de los jugadores sea contemplada desde el punto de vista fìsico: "Yo, cuando termine mi carrera, quiero poder ir a jugar al fútbol con mis amigos. O a esquiar, si me apetece".

La queja, fundamentada y lógica, también incluyó un estiletazo, que no pareció intencional. Nadal dijo que la postura de Federer "era la fácil". Sostuvo que quedaba "como un gentleman". Habló del físico privilegiado del suizo y de su posibilidad extraterrena de llegar a los 30 años sin dolencias corporales. Roger prácticamente no respondió: bien por eso.

El periodismo, tosco como casi siempre, se hizo eco rápidamente de una "discusión" entre los dos tenistas más representativos de una era. El grado de repercusión responde a que es la primera vez que ellos, titanes de perpetuo enfrentamiento dentro de la cancha, se muestran enfrentados fuera de ella. Siempre pensaron igual, se mostraron como ejemplos de compañerismo y deportividad. Lo siguen siendo, pero ahora difieren en un punto particular: vaya cosa, no era para tanto.

Quizá habría que pensar más a fondo a quién beneficia o deja de beneficiar lo que propone cada uno. Si Federer defiende este calendario seguramente es porque no tiene obligación de jugar todos los torneos y puede armar una temporada a su gusto. Si Rafa lo critica, probablemente sea porque él -a diferencia de los jugadores que están fuera de los 100 mejores- no necesita que existan tantos torneos que lo acepten (a él lo aceptan todos, pero no siempre sucede con los tenistas de tercera línea) para sumar puntos, dinero y experiencia.

El punto del reclamo es importante para una cantidad de jugadores que están ausentes de los grandes medios. No para Federer ni para Nadal. Ni siquiera para Murray y Djokovic, aunque ellos aboguen por uno de los bandos. El gran cambio modificaría la realidad de al menos una centena de jugadores que no tienen tanta exposición y prestigio. Por ellos, por todos ellos, deberíamos haber mirado el "qué", el contenido que planteaba Nadal en su breve exposición. Podíamos abrir un debate. Podíamos preocuparnos por el futuro de un colectivo sin voz. Armar una estructura para la mejora.

En cambio, tontamente, Nos quedamos en las formas. Nos centramos en el "cómo" y obligamos a Nadal a pedir disculpas, a sentir que debió haberse guardado sus palabras para un ámbito privado: se pelaron, discutieron, desacuerdo. Muy mal por nosotros.

El número: 24

FECHA
28/10
2010
por Pablo Cheb Terrab

Djokovic
Getty ImagesDjokovic tiene la edad justa para el despegue
LONDRES -- La racha de triunfos de Novak Djokovic responde directamente a una suba de su nivel tenístico. No es que haya bajado notablemente la intensidad de sus rivales, o que haya tenido que bajarse por lesión alguna gran figura. No, más bien se diría que él les ganó a todos y les ganó bien.

Está claro que Nole levantó, y que su juego de principios de 2011 (uno incluso podría estirarlo hasta fines de 2010) es tan imponente como sus números: ganó 18, no perdió.

Ahora, la pregunta: ¿por qué ahora? ¿Qué factor llevó a que su explosión deportiva se diera justamente en este momento? No tuvo ninguna modificación física notable, no cambió de entrenador, no está usando un nuevo método de entrenamiento ni otro modelo de raqueta.

Por supuesto, el salto de calidad tiene que ver con una serie de cuestiones: una evolución técnica, una madurez distinta, otra fortaleza mental. Es imposible pretender desentrañar ese secreto. Pero sí podemos señalar una casualidad que enlaza este momento de Djokovic con los puntos de dominio máximo de Roger Federer y Rafael Nadal en el circuito.

Es bastante sencillo. Federer nació en 1981 y -aunque había ganado títulos de Gand Slam anteriormente- su mayor racha de victorias consecutivas llegó en 2005. Acumuló 35 tras caer en semis de Roland Garros, la mayor cantidad de triunfos en hilera en una década. Tenía 23 años y medio, casi 24.

De nuevo: el cuerpo no es una ciencia exacta. Roger comenzó a ser un serio número uno del mundo en 2004, cuando ganó tres de los cuatro Grand Slams en el año. También tuvo un excelente 2006, y muy buenos años posteriores. Pero 2005 fue el pico de su obra.

Nadal, por su parte, fue creciendo desde sus excelentes actuaciones en polvo de ladrillo, fue haciéndose más y más completo y encontró un liderazgo a nivel mundial indiscutible en 2010, cuando se quedó con tres de cuatro Majors e hilvanó 24 triunfos al hilo entre Montecarlo y Queens. Si uno toma este año como referencia, y ve que Rafa nació en junio de 1986, basta hacer cuentas para ver que su temporada de consolidación coincidió también con una edad: 23 años y medio, para 24.

Dirán que en 2008 había ganado dos grandes y la medalla dorada en Beijing, y que también en aquel año consiguió un récord de triunfos seguidos. Cierto. Y como dije: no es una ciencia exacta.

Miremos, ahora, a Djoko. También había ganado Grand Slams. Y Masters Series. Y había vencido anteriormente a Nadal y Federer en el mismo torneo. Ahora, además, acumula 20 partidos ganados si uno cuenta la final de Copa Davis, desde diciembre del año pasado. Nació en mayo del '87. En diciembre pasado rondaba sus 23 años y medio. Está por cumplir 24.

Es un detalle, apenas. Pero puede dar una idea de que este dominio es algo distinto. Tiene cara de no ser un destello. Parece el intento definitivo, la chispa más seria. Es casi un consuelo y una contradicción: en esta era llena de prodigios tempranos, aparece cierta constante en el punto de despegue de los jugadores de élite. Parece el momento físico y mental más pleno: 24 años, la edad en la que los dos tenistas más dominantes de los últimos años ejercieron su dominio.

¿Se vendrá un tecero?


Roger Federer
APFederer quiere el número uno y llegar a 20 Grand Slams

BUENOS AIRES -- Hace un par de días, Roger Federer aseguró que no le importa la diferencia entre estar 2, 3 o 4 en el ránking Mundial, porque él quiere ocupar el número uno. Hace unos meses, sostuvo que su objetivo era llegar a los 20 Grand Slams antes de retirarse. Hace unas semanas, despejó su calendario para prepararse con todo de cara al torneo de Shanghai. Viajó sin su familia. Se entrenó duro para quedarse con el título. Llegó a la final, y jugó por momentos un tenis de altísimo nivel. Como ya saben, perdió en la definición ante Andy Murray.

La pregunta que surge de estas exigencias autoimpuestas es la siguiente: ¿no será mucho?

Siempre es difícil hablar de Federer. El suizo es un dotado técnico, un genio del deporte, un animal, un valioso, un ídolo de muchos. Hacer predicciones es un peligro. De repente pega tres raquetazos y nos tapa la boca. La tentación es pensar que los altibajos de su juego siempre están controlados únicamente por su cabeza (una teoría alimentada por su obstinación en no transpirar ni desarrollar músculos ostentosos) y que, cuando se decide a ganar, gana.

Pero de pronto aparecen semanas como esta última. Federer metido a pleno en un torneo, generando condiciones en contra de su vida cotidiana (viajar sin su esposa y sin sus hijas) para llevar al máximo la concentración y el desgaste al mínimo, jugando en buen nivel, sin Nadal en su camino, y sin ganar el título.

Entonces se vuelve imposible no interrogarse: ¿el objetivo que él mismo se plantea, no será demasiado?

Pongamos algunas cosas en perspectiva. Por ejemplo, que este año Federer ganó un Grand Slam y un Masters 1000, además de alcanzar otras cuatro finales (tres en torneos de mucha jerarquía). Si quieren digamos también que es la menor cantidad de títulos en un año para el suizo desde 2001 (aunque todavía puede ganar alguno más), y que no estaría nada mal para otro jugador. Pero Federer es Federer. Es más: Federer no sólo es Federer, sino que -y aquí está la cuestión más interesante- según parece, se siente Federer.

Y lo que transmite su discurso es que no se siente como el Federer de hoy, un tenista maravilloso que comparte la elite mundial con algunos otros. No. No se mide con esa vara. Si fuera así no podría plantearse unas metas tan complicadas. Según mi punto de vista, Federer sigue viéndose a sí mismo a través de una potencialidad: lo que puede llegar a ser en base a lo que fue. Toma como punto de partida su pasado de gloria y piensa: "Sí, yo puedo. Veinte Grand Slams, número uno".

Hace, digamos, cuatro o cinco años nadie podía dudar de él: cuando se decidía a ganar, ganaba. Potencialmente, era campeón cuando se ponía a ello. Existían excepciones, está claro. Las canchas lentas, por ejemplo, y algunos otros factores que podían hacer dudar de su triunfo. Pero en general ésa era la norma. El Federer ganador fue casi siempre la norma. No estaba entre la elite, era la elite.

Resulta difícil escapar a la costumbre de esa valoración para juzgarse a uno mismo. El propio Roger marca un destino difícil en exceso. Es, en algún punto, como esos escritores que, tras crear algunas novelas formidables, llegan a su obra cumbre. Después siguen publicando buenos libros, pero no se conforman porque comparan la novedad con lo mejor que llegaron a hacer. Y la novedad sale perdiendo.

La lógica indicaría que el hombre de Basilea ya pasó el tiempo de su obra cumbre. Pero eso no le debería impedir seguir escribiendo. La cuestión es buscar una variedad, porque es casi imposible que vuelva a escribir lo mismo.

El suizo debe saber que no está jugando al máximo de sus posibilidades. El tema es: ¿cuál es el máximo de sus posibilidades hoy? Digo, con hijas en casa, con algunos años más y rivales que crecen, ¿podría mantener una hegemonía similar a la que consiguió en otro momento, incluso llegando a ese techo?

Más aún, ¿cómo haría Federer, si no logra semejante hegemonía, para ganar otros tres Grand Slams antes de su retiro? ¿Cómo haría para volver al número uno del mundo, para descontar a Nadal los puntos que le lleva y defender todos los que ganó?

Federer parece encerrarse solo en un problema difícil de resolver. Ser número dos es muy valioso. Está bien, Roger se acostumbró a ser uno, y quiere llegar allí otra vez, lo que habla de su grandeza y de su ambición. Pero despreciar el número dos, tres o cuatro porque difiere del uno es una equivocación. Resulta la negación de un disfrute, casi un capricho.

Sería más sano llegar a conclusiones realistas desde una evaluación presente. ¿Alguien puede discutir que Federer es un gran tenista al que todavía le quedan ases debajo de la manga?. Nadie. Pero no puede ganar todas las manos. Al menos, ya no. Reconocerlo es el primer paso para una planificación adecuada. Para maximizar su rendimiento y apostar fuerte en las manos que, ciertamente, todavía puede ganar.

BUENOS AIRES -- Hace un par de días, Radek Stepanek se presentó en Tokio para jugar su partido de primera rueda ante el chino Bai Yan. El resultado, sorpresivo por cierto, fue una derrota para el checo que lo dejó afuera del torneo. Pero mucho más llamativa que el resultado resultó su fulgurante vestimenta, mezcla de leopardo y naranja fluorescente con un motivo blanco imitando a un dragón (o algo por el estilo), todo ingratamente combinado con unas zapatillas azules y -si la vista no me falla- medias grises.

Stepanek
EFEAh, sí, gran combinación con las zapatillas azules
Sinceramente, no es la primera vez que el bueno de Radek alimenta los misterios de la moda en el circuito. De hecho, tiene cierta historia acompañado de vestimentas espantosas. Resulta hasta llamativo porque, por lo general, sus atuendos se pasan de osados, y él no parece particularmente diseñado para el modelaje, para instalar un estilo.

Recuerdo una charla con Juan Ignacio Chela, en la que el argentino desnudó un pensamiento común en el circuito. Fiel a mi obsesión con el vestuario de los tenistas, lo consulté acerca de esa famosa camiseta negra y rosa con agujeros en los hombros que alguna vez vistió Dominik Hrbaty. "¿La remera de Hrbaty tiene alguna explicación?", pregunté, inocente. "¿Y la cara de Stepanek?", replicó, ácido, Chela.

Tengo que admitir que entiendo su punto. La boca ancha del europeo, sus labios gruesos, su mirada cuasi enloquecida y su piel perforada no lo convierten justamente en un Adonis. Pero eso no sería nada si él no se empeñara en afearse. A continuación, un breve repaso en forma de homenaje para el eliminado: las camisestas más horrendas que Stepanek supo elegir.

Ninguna alcanza el grado de fealdad de su último esperpento. Pero algo es algo.


Stepanek
APEstá por hacer un putt o juega en el deporte equivocado
UN GOLFISTA EN NAVIDAD
Los colores no están tan mal: rojo, azul, blanco, todo típicamente checo. Fiel a su costumbre, Stepanek se viste como su bandera pero agrega un detalle transdisciplinario: un diseño de rombos que recuerda a los pulóveres que usan los golfistas. Es eso, o un tributo a las abuelas tejedoras que nos enriquecen con sus presentes navideños.

Ojo al detalle: al menos la muñequera es blanca lisa y la raqueta, a diferencia de la tricolor que usa hoy en día, es sencillamente azul. Un toque de simpleza entre tanta excentricidad.

Sea como fuere, no necesitaba llegar a tanto. Quizá era demasiado pedirle una decisión estética sensata a un hombre que tuvo que jugar con calcetines prestados (por Murray) cuando entró como suplente durante el Masters de 2008.


Stepanek
Getty ImagesListo para una tarde de picnic, Radek se puso el mantel
RAYADO, CUADRICULADO, LISO
Tómense un momento para analizar esta foto: de un lado del abrazo, Fernando Verdasco, luciendo un modelito auténticamente chillón compuesto por un rojo fuerte y un turquesa inexplicable. Del otro, un hombre tan mal vestido que nos hace olvidar los crímenes perpetrados por Verdasco. Hacia Stepanek se desvía el ojo, hacia allí va la antención, inevitable.

¿Qué podía estar pensando este tenista en el momento de elegir su vestuario? Un cuadriculado íntegro, como el de esa camiseta, ya es bastante inconveniente. Pero el color... ¡El color!

Imagino la siguiente secuencia: Stepanek probándose el nuevo modelo, mirándose al espejo, admirándose desde adelante, desde atrás, desde los costados. Preguntando a los genios del diseño que inventaron el inutilizable uniforme: "¿Me queda bien, no?". No, Radek. La respuesta es no.

El violeta es demasiado penetrante. No sirve con blanco de fondo. Mucho menos como gama única, sin contraste, como en el short. La utilización de semejante atuendo sólo puede resultar explicable desde el daltonismo.

El punto a favor: a principios de 2009, cuando usó esa remera imposible, Radek se quedó con el título en Brisbane.


Stepanek
Getty ImagesNacionalismo desafortunado, fue en la Davis 2007
HOMBRE DE CIRCO
Un intento de réplica de la bandera checa resultó en este mameluco de payaso. ¿Cómo pudo ser? Fácil, en una serie de Copa Davis de 2007, a algún cráneo de la moda se le ocurrió estirar los colores de la remera hasta el pantaloncito, extendiendo el ridículo bicolor.

Bueno, siempre podría ser peor. Podría, sin más, haber usado esa la camiseta con su propia foto que la marca de origen checo, Alea (la marca que lo viste, dicho sea de paso, con lo cual ya estaríamos en condiciones de deducir que tiene algo en su contra), diseñó en su honor.


Stepanek
APLa novia que no fue esposa por esas cosas del destino
DESLIZ AMOROSO
Por último, un bonus track. Probablemente muchos de ustedes sepan que Stepanek estuvo comprometido con la ex número uno del mundo suiza Martina Hingis. A riesgo de ganarme algunos enemigos diré que Martina era una jugadora fuera de serie, pero dejaba bastante que desear desde su belleza.

Incluso en su época de plenitud juvenil, Hingis -desde una suficiencia poco femenina-, más bien alimentaba una lejanía cautelosa por su constante cara de "hay olor feo" y la concentración de todos sus rasgos faciales en el hemisferio sur de su cabeza (una manera complicada de decir que tenía una frente desmesuradamente enorme).

Claro, eso no duró. Y Radek, con extraña fama de Don Juan, se redimió de cualquier mal gusto expresado en su vestimenta y salió ganando con el cambio cuando se casó con Nicole Vaidisova.

Kei Nishikori
Getty ImagesApenas 20 años para un joven que intenta renacer
BUENOS AIRES -- Kei, ese nombre japonés que porta Nishikori, quiere decir Respetuoso. En su idioma de origen, este niño que ya cuenta con 20 años, que lleva un tiempo transitando el imaginario colectivo de los fanáticos del tenis y que un par de temporadas atrás había logrado su primer impacto grande en el US Open, ha vuelto a hacer del Nueva York su gran escenario. Y lo logró, paradójicamente, faltándole el respeto a un gran nombre.

Nishikori le ganó a Marin Cilic, croata, 11º preclasificado en el torneo, número 13 del mundo. Lo hizo tras casi cinco horas de calor agobiante y con cierta autoridad sobre el final, cuando cerró por 6-1 un quinto set. Nada mal para un hombre que ni siquiera encabeza el ránking de su país (ocupa el puesto 147 del listado mundial y es la segunda raqueta japonesa detrás de Go Saeda).

Ya a nivel de juveniles, el magro Kei había tenido cierto impacto: junto con el argentino Emiliano Massa, se coronó en el dobles de Roland Garros Junior en 2006.

En 2008, año en el que fue elegido como revelación de la temporada por la ATP, había vencido al español David Ferrer, por entonces cuarto favorito, para meterse en los octavos de final de este mismo Grand Slam. Lo bajó en esa instancia Juan Martín del Potro, que ganaría el título al año siguiente. Durante esa temporada, Nishikori también obtuvo su primer título, tras superar la clasificación y vencer a un tal James Blake en la final. Además alcanzó octavos en Queens (perdió con Nadal) y en Tokyo (cayó con Gasquet), y semifinales en estocolmo (cedió ante Soderling).

Muchos nombres conocidos. Cerró el año como el top 100 más joven del circuito. Fue el primer japonés en ganar un título ATP en 16 años y el primero de su nacionalidad en alcanzar una ronda tan avanzada del US Open en 71 años. Llegó a tocar el 56 del ránking. Recordemos: tenía, en ese momento, 18 años. Ya se había forjado su reputación de maquinita, de corredor incansable y de buen jugador: un tenista serio, con buena derecha. Una promesa.

Por supuesto, su posición actual cuenta con bastante de engaño. El año pasado sufrió una lesión en el codo que lo mantuvo fuera de las canchas desde marzo. Es difícil volver, y él tuvo que regresar desde los Challengers. No lo hizo mal: a principios de temporada ganó dos títulos en ese nivel, algo que habla a las claras de que los torneos le quedaban chicos en cuanto a jerarquía. Pero pudo tener algún impacto mayor, y se lo impidieron otros nombres.

Por ejemplo, en segunda ronda de Roland Garros, su vuelta a los Grand Slams, le tocó Djokovic. ¿En primera de Wimbledon? Nadal. Duro.

Es extraño verlo jugar hoy, verlo moverse. Usa, por ejemplo, la gorra hacia atrás, casi caída, como colgándole de la frente. Camina con la prepotencia de los que se saben buenos y, tenísticamente, entrega gotas de muchísima clase. Tira drop shots en momentos clave, de a ratos pega el revés en salto para ser agresivo y cuenta con una movilidad envidiable. Físicamente es lo que se espera de un adolescente: puro movimiento, puro vértigo. Cero cansancio. Por supuesto, aún le queda mucho por madurar.

Ahora, el respetuoso Respetuoso llega al US Open con una racha notable de victorias. Se impuso en el Challenger de Binghamton y pasó los tres duelos de la qualy en Nueva York. Si contamos los dos partidos que ya ganó en este torneo, acumula 10 triunfos en fila.

En la próxima ronda, Nishikori deberá enfrentar a un español, Albert Montañés. Casualidades, como siempre, desde los nombres. En el primer juego tras ganar su único título, ante Blake, Montañés lo eliminó de la primera ronda del Masters Series de Miami.

Veremos si se puede tomar una revancha diferida. Por lo pronto, el muchachito que se mudó a norteamérica a los 13 años -sin saber inglés- para perfeccionar su talento, está brillando otra vez. Lo hace en su suelo y en su superficie. En el cemento donde vive y donde sabe vivir. Aunque él diga que también le conviene el polvo de ladrillo, parece claro que su juego tiene un molde que le sienta perfecto. Es ese lugar que lo vio armarse como sorpresa y que hoy lo ve resurgir como joven y naciente reconfirmación. Las duras canchas de Estados Unidos.

Venus Williams
EFEVenus no esconde nada y acaba con la sugestión
BUENOS AIRES -- Venus Williams sabe muchísimo de marketing y muy poco de sutilezas. Por eso es difícil sorprenderse cuando inventa nuevas maneras de llamar la atención. Esta vez, en Roland Garros, les regaló a sus fanáticos un vestuario salido de un catálogo erótico: una especie de camisón corto que reveló, en su debut ante Schnyder, sus largas y bronceadas piernas. Maravilloso.

Se trata de un pequeño vestido, un camisón breve, en tonos de negro con vivos rojos y una delicada transparencia con encajes que revela menos de lo que deja ver. Ahora bien, esto no es por sí mismo algo novedoso. Durante los últimos años varias mujeres supieron alimentar ese juego de seducción que se despertó casi de inmediato con la platea masculina. Se puede pensar en los modelos que lució Ivanovic, en las galas nocturnas de Sharapova y en las mañas que fue tejiendo Lacoste para que las polleras de Dulko resultaran cada vez más cortas.

El diseño que usó Venus, dice la jugadora, es propio. Esto tampoco es una noticia de último momento. Es uno de los diez modelos que lleva a cada torneo. Ya lo había hecho, por ejemplo, en el último Abierto de Australia.

El tema es que, esta vez, Venus terminó con un límite que parecía un tabú: su vestido no cubrió sus piernas, ni su cola. En cada saque, la pollera se levantaba hasta la cintura. En lugar de depender de su falda para esconder su carne, ella usó unas calzas color piel, ajustadas al cuerpo, que confundieron a muchos aficionados. "El traje está compuesto por capas y parece como si no llevara nada debajo", señaló con picardía la mayor de las Williams después de su triunfo de primera ronda. El efecto se acrecienta si uno mira el partido por TV, con el sol en contra. Venus parece desnuda.

Quiero alejar cualquier lectura moralista de este espacio: lo que haga Venus con su vida, mucho más con su cuerpo, es una cuestión que le incumbe sólamente a Venus. Ahora bien, es interesante analizar la conducta de la tenista a partir de las convenciones impuestas hasta el momento.

Durante años, los fabricantes de indumentaria deportiva intentaron transformar a las jugadoras en muñecas coquetas. El confort de los diseños se fue dejando de lado para aumentar la provocación: llegaron los escotes, los uniformes ajustados, las faldas inexistentes. Todo ese manejo -parece claro- tuvo como principal objetivo canalizar el apetito por desvestir a las tenistas: cada vez tenían menos ropa.

Pero algo permanecía inalterable. Siempre sugerían, nunca mostraban. Cualquier voyeurismo chocaba con esta pared, que al mismo tiempo alimentaba el morbo: seguir mirando para saber qué había debajo del vestido. Vitaminas para la fantasía, un límite, una frontera que nunca se podrá cruzar. El misterio de lo que hay más allá es el arma de los comerciantes.

Provocativa, inteligente, desafiante, Venus se ríe de las convenciones, los tabúes y los límites. Desde un terreno simbólico destroza las barrera. Borra la codificación de la sugerencia, destroza el erotismo. Allí donde hay explicitud, no hay fantasía posible.

Su postura es una medida de fuerza para saciar el hambre y el morbo: "Yo muestro todo. No hay nada que buscar". Dicho de una manera más contundente todavía: "Yo muestro todo, no miren más". Que su desnudez sea ficticia solamente parece amplificar el punto. Venus hace desaparecer la seducción porque despedaza el misterio. Rompe el juego erótico del deseo porque lo convierte en una pornografía explícita que, para colmo, es falsa. Queda irresuelta: "Miren todo lo que quieran, y verán que lo que quieren no está allí donde miran".

El resto no tiene cómo competir. Sugerir, ahora, queda en deficiencia por comparación. Mostrar, como lo hace Venus, explícitamente, acaba para siempre con el juego que el marketing busca perpetuar.

Queriendo, o sin querer, con un vestido y unas calzas, Venus se despachó con un manifiesto feminista. Que sea el fin de la tenista objeto. Que sea el fin del hambre sexual solapado. Que sea el fin de los hombres que miran sin mirar, legitimados por el entorno de una cancha de tenis, las piernas de una deportista en busca de algo, cualquier cosa, que escape a los límites.

BUENOS AIRES -- La falta de carisma puede hacer cosas terribles con un hombre. Puede hacerlo pasar inadvertido. También puede hacer que la gente tome partido en su contra, o que le adjunte calificativos que son absolutamente distantes de la realidad. Para mí, eso es exactamente lo que sucede con Andy Murray.

Pensémoslo un segundo. ¿Qué es lo que más se escucha decir sobre el escocés cuando alguien califica su juego? Que es un tenista aburrido. ¿Aburrido, en serio?

Murray vendría a ser como un libro de Proust, de Dostoievski, de Stendhal, de Tolstoi o de Anton Chéjov: no es entretenido a simple vista, no deslumbra en el primer acercamiento, no es evidentemente divertido. Pero hablar de que es aburrido implica un grado enorme de desconocimiento.

En realidad, el placer de una buena lectura -y de ver jugar a Murray- radica en involucrarse con la trama profunda de lo que está sucediendo. También tiene que ver con la costumbre: si hay algo que es evidentemente diferente a todo lo que vimos antes, nos va a llevar un tiempo acomodarnos a ello. Bueno, yo creo que el tenis de Murray es algo a lo que uno debe acomodarse.

No voy a decir que sea explícitamente estético, porque no lo es. Pero el británico tiene algo, logra algo. Hay algo en el subtexto de cada partido que juega que, si es contemplado con apertura mental, nos absorbe y no nos deja escapar. Hasta nos apasiona diría.

Para no aburrir con filosofía inasible, pasaré directo a lo que casi nunca se hace: a reconocer los aspectos que resultan excepcionales en un tenista que, en mi opinión, no entra en las discusiones acerca de quién es el mejor del planeta porque tiene cara de bueno y escapa a las declaraciones ruidosas.

  • Su mentalidad. Tiene una cabeza de hierro, cuyas mayores virtudes son la paciencia y -sobre todo- el oportunismo. Son cuestiones asombrosas para un juego conservador, como el que indiscutiblemente practica: tiene la capacidad de resolver partidos cerrados con un par de golpes bien asestados. Lo hizo, por ejemplo, en su duelo ante Isner, en octavos de final. En algunas ocasiones (y esto sí es maravilloso) hace que un partido parezca más fácil de lo que realmente fue. O va haciendo que luzca más fácil con el correr de los minutos, como si s fuera adaptando a su rival en el mismo partido. Además, nunca da un juego por perdido -ni un punto, si vamos al caso-, y cree lo suficiente en su plan de juego como para respetarlo a rajatabla si ve que funciona. Lo que nos lleva inevitablemente al punto 2: su inteligencia táctica.

  • Su inteligencia táctica. No existe otro jugador en el circuito que tenga una lectura tan clara de los puntos que disputa. Desde el comienzo hasta el final, cada pelota tiene un propósito, todo lo hecho en un punto es parte de un plan mayor: maximiza el aprovechamiento de las debilidades del rival, e incluso tiene la capacidad de adaptarse idear una alternativa útil si su plan original no está funcionando. En un 90 por ciento de las ocasiones toma la decisión acertada a la hora de jugar un golpe. Quizá le falte más decisión a la hora de usar sus tiros ofensivos o de subir a la red.

  • Su defensa. Una de las mejores del mundo debido a su velocidad, su obstinada persistencia y su incansable capacidad atlética. También una de las bases más frecuentes para castigar su estilo. Es que sí, Murray basa su juego en sus dotes defensivas. En un par de años, el número cuatro del mundo pasó de ser un niñito desgarbado a ser un hombre de espalda ancha y temible zancada. Sus recursos técnicos ayudan en esta faceta: tiene muy buen slice, siempre es peligroso pegando en carrera y puede jugar globos con top incluso ante tenistas de gran altura. Hoy, se hace fuerte desde el aguante, la regularidad y el contragolpe.

  • Su sensibilidad. Tiene una mano como pocos. Es versátil, puede jugar unos ángulos descomunlaes (más que nada con el revés) y cerca de la red es impredecible. Esconde los golpes y ejecuta con maestría, ya sea una volea, un drop shot, un smash o un tiro plano para los costados. Una vez que tomó el frente de la cancha es difícil superarlo. Esto sucede también porque sabe cuándo subir. El duelo ante Nadal en cuartos será una buena oportunidad para poner a prueba estas capacidades.

    Algunos le reprochan qu explotó un poco más tarde que sus compañeros de generación. Pero su crecimiento dentro del Tour conllevó un aprendizaje que resulta obvio. El escocés volador incorpora conceptos con una velocidad apabullante y los usa a su favor.

    Les digo más: tenísticamente, dentro de la cancha, alimenta la tentación de compararlo con John McEnroe. Por su control exquisito, por sus tiros con slice y por cómo le pega a la bola empujando, sobre todas las cosas. Claro que afuera del court...

    En cuartos, ante Rafa, tendrá uno de esos duelos que vale la pena contemplar silencioso frente al televisor.

    Hoy tiene 22 años y parece estar maduro del todo.

    Algunos confunden esa madurez con frialdad. Pobres de ellos. Se están perdiendo de Proust, de Dostoievski.

    BUENOS AIRES -- "Cualquiera gana cuando juega bien". No recuerdo exactamente dónde escuché esta frase por primera vez, ni tampoco sé a ciencia cierta quién fue su autor original. Lo único que sí puedo aseverar es que en el momento de evaluarla me sentí desorientado. ¿Qué es exactamente lo que quiere decir? ¿Que jugar bien es fácil, y por lo tanto también es fácil ganar? ¿Que es facil ganar si uno juega bien? ¿Que no es meritorio ganar si uno juega bien?

    Después de varios años de reflexión, y de repetición innumerable de ese mismo criterio por miles de tenistas y miles de comentaristas, finalmente comprendí a qué se referían. Y lo que está explícito en esta sentencia es nada menos que esto: para ganar grandes torneos, para hacer historia en serio, para avanzar rondas tempranas en todos los campeonatos, hay que saber cómo ganar jugando mal.

    Obviamente, no se habla de intención. A nadie le gusta jugar mal. Nadie quiere tener un mal día, nadie busca estar impreciso, cansado, fastidiado. Sin embargo, todos, en algún momento, lo están.

    ¿Por qué sacar a colación este tema justo ahora? Cualquiera que haya visto los partidos de tercera rueda de los latinoamericanos Fernando González y Juan Martín del Potro podrá saber la respuesta.

    Jugar mal, y ganar: ése es el gran mérito. Que el mínimo indispensable sea suficiente. Que la media máquina alcance. Que el mal día dé revancha inmediata, que permita avanzar de cualquier manera.

    Ante Mayer, Del Potro estuvo enredado en una madeja de distracciones y malas ejecuciones. La sensación es que estaba cansado y que quería acortar ese duelo de tercera rueda: tenía apuro por terminar con un rival que él sentía inferior. Y este apuro tenía que ver con sus compromisos posteriores, con la sensación de que acumular cansancio era perjudicial para lo que venía. Es como si pensara: "Yo voy a seguir jugando, tengo que estar fresco".

    En algún punto es como los días en nosotros, los civiles de trabajo diario, vemos que pasa la hora y vamos a acostarnos muy tarde, sabiendo que al día siguiente tenemos una obligación temprana. Uno se fastidia por anticipado: "Mañana voy a tener sueño". Y eso a veces nos impide dormir.

    A Del Potro, su impericia lo fue enojando cada vez más. Se daba cuenta de que el partido era cada vez más largo, que no lo podía cerrar... Entonces fue jugando cada vez peor. Y tuvo aún más problemas.

    Sin embargo, sacó el duelo adelante. ¡Y ni siquiera tuvo que jugar cinco sets! Eso resulta increíble porque habla de la diferencia de calidad entre un tenista que -agotado, sin mucho ánimo, sin acertar el saque con consistencia,jugando mal- le gana a otro que parece pleno.

    Lo mismo se puede trasladar al duelo de Feña. ¿Jugó en su tope? No. ¿Corrió todos los puntos? Nada de eso, de hecho dejó pasar algunos con una displicencia que hizo sospechar que estaba lesionado. ¿Estuvo en control del partido? Tampoco, más bien diría que pasó algún sobresalto.

    Sufrió la humedad, sufrió el calor, tuvo hielo en sus rodillas. Arriesgó más de la cuenta. Jugó al límite con su drive.

    Pero ganó. Y ni siquiera lo hizo con su máximo nivel.

    Usaré esa palabra que tanto se usa para definir a los habitués de la victoria: tuvo oficio. Él y Delpo, ambos lo tuvieron.

    En un mal día, en un día de rutina cansadora (esos en los que uno hubiera preferido quedarse en la cama), las dos ilusiones latinas completaron con esfuerzo un día en la oficina. No fue un día brillante, pero no los despidieron.

    Si eso se transforma en permanente puede llevar al desastre. Si, en cambio, es entendido como un recurso para salir de apuro, puede ser el comienzo de algo grande.

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