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Era el fin del mundo, pero...

BUENOS AIRES -- Este no es el comienzo de una crónica de telenovela protagonizada por tres galanes que pelean contra sus egos. Se trata de 12 meses que si no los hubiera vivido, creería que fueron extraídos de un exitoso culebrón.

Con ustedes Daniel Angilici, un presidente que decidió dar sus primeros pasos como gobierno sin levantar polvareda al renovarle el contrato al último entrenador campeón. No fue sólo una maniobra amparada en el éxito. Detrás de esa firma se buscaba limitar el accionar del máximo ídolo del club.

Con ustedes Julio César Falcioni, un entrenador que pese a no gozar de una buena relación con el máximo ídolo del club y no ser del gusto personal del presidente, accedió a renovar su contrato y de esta manera cumplir el sueño personal de ser parte de una nueva Copa Libertadores nada menos que dirigiendo a Boca.

Con ustedes Juan Román Riquelme, el máximo ídolo del club que más allá de las diferencias irreconciliables con el presidente y el entrenador sólo tenía entre ceja y ceja la Copa Libertadores. Sabía que si lograba potenciar su nivel de juego, el presidente y el entrenador también se adjudicarían el éxito. Pero no le importó.

Como es habitual, 2012 comenzó en Tandil. Falcioni preparaba un plantel amplio y lleno de variantes sabiendo que debía afrontar tres competencias. Aunque reconocía que el máximo objetivo era el torneo continental.

Riquelme manejó su pretemporada. Los amistosos de verano no eran prioridad para el jugador. Apostaba a llegar de la mejor manera al inicio de la competencia oficial. Mientras, Angelici reforzaba el plantel a pedir de Falcioni, quien con la incorporación de Santiago Silva cumplía su viejo objetivo de traerlo a Boca.

La Copa Argentina abría el año por los puntos y con ella los penales, quienes se convertirían en un eslabón fundamental para conseguirla. El Torneo Clausura hacía su estreno con Olimpo y una victoria que dejaba la casa en orden para viajar rumbo a Barinas, Venezuela, para debutar en la tan añorada Libertadores.

Y justamente en Barinas, después del empate sin goles frente a Zamora, llegaba el primer conflicto entre los galanes. En el vestuario, Riquelme y Falcioni se trenzaron en una discusión sin sentido, ya que el entrenador acusó erróneamente al ídolo de ser el responsable de una acción durante el partido. Este error desacreditó la imagen de Falcioni ante el grupo, a tal punto que lo llevó a renunciar en pleno vuelo de regreso a Buenos Aires.

Ya en suelo argentino, Angelici logró convencerlo de que continuará en el cargo después de varias horas de reunión. A partir de ese momento, no sólo Riquelme lo miraba de reojo sino la gran parte del plantel. La relación entre Falcioni y la mayoría del grupo se había roto. En esas condiciones había que convivir, en principio, durante tres competencias que recién estaban en pañales.

A pesar de que día a día no se percibía la mejor atmósfera, Boca llega a mitad de año como candidato en los tres frentes. Desde los 12 pasos accedió a la final de la Copa Argentina, arribó a las últimas fechas del Clausura con grandes posibilidades de dar la vuelta olímpica y se ilusionaba con una nueva final contra un equipo brasileño en el terreno más preciado.

En Banfield, Boca se derrumba, la ruta hacia el título local se obscurece y llega al final
del camino con suplentes ante All Boys, al mismo tiempo que Arsenal grita campeón. Y como la final de la Copa Argentina se había pospuesto para inicios del próximo semestre, la Libertadores era la obsesión.

El empate con Corinthians en La Bombonera no era optimista, aunque sí el peso de la historia xeneize en finales de este calibre. Al pisar San Pablo parecía que el foco estaría puesto sólo en cómo remontar futbolísticamente 90 minutos ante un duro rival, sin embargo el conflicto contractual que marginó a Facundo Roncaglia de la final enrarecía el clima.

Ya en la previa, el 4 de julio me desayunaba con algo muy pesado. La información que manejaba aseguraba que Riquelme tenía decidió irse de Boca tras la final, más allá del resultado. A partir de ese momento el partido en sí pasó a un segundo plano.

Era la madrugada del 5 de julio y mientras el Timao festejaba en el vestuario local, en el vestuario visitante se advertía que algo sucedería y sucedió. El "me siento vacio..." de Román retumbó en el planeta y cerca de las lágrimas se despedía, según él, para siempre. Inmediatamente los ojos de los que lloraron al ídolo se fijaron en Falcioni y Angelici. El fin del mundo se había adelantado para los hinchas de Boca.

Bajo esta tensión comenzaban los últimos meses del año.

El Torneo Inicial le daba la bienvenida con una goleada en Quilmes. Sin Riquelme, Roncaglia, Insaurralde, Cvitanich y Mouche el equipo debía rearmarse, pero no había tiempo. La postergada final de la Copa Argentina los aguardaba y si la perdían, la continuidad del entrenador corría serio peligro.

Un nuevo título se consiguió, pero no sería suficientemente sustentable para mejorar la imagen de Falcioni. El adiós prematuro en la Sudamericana y el fantasma de Riquelme que flotaba partido a partido hasta que en La Bombonera, frente a San Martín de San Juan, aterrizaría. Después del 1-1 y un penal malogrado por Schiavi se pidió por el regreso de Román.

La situación comenzaba a tornarse tan insostenible que se llegó a sospechar que el Flaco no había convertido desde los 12 pasos a propósito para generar la partida del DT. ¡Una locura! Hasta Angelici tomó protagonismo manifestando públicamente que los jugadores no transpiraban la camiseta. ¡Lo que faltaba!

El 28 de octubre llegó rápido. River y Boca volvían a verse las caras en Primera División. El Xeneize pisaba el Monumental con tan sólo 2 puntos en su haber de los últimos 12 en juego. Sin dudas que el Superclásico marcaría el futuro de un entrenador que se había llamado a silencio. Walter Erviti le regalaba bonus a Julio César.

Los resultados no ayudaban a la ilusión por el título. Angelici había ratificado a Falcioni hasta la fecha 19 sin importar los resultados y lo cumpliría. En el camino hablaría con Guillermo Barros Schelotto y con Gerardo Martino para suceder a Julio César a partir de 2013, pero ante las negativas de ambos y luego de analizar que con la perpetuidad del DT mantendría cerradas las puertas frente a un hipotético regreso de Riquelme, ofrecerle la continuidad a Falcioni le cerraba por todos lados con el boleto a la Libertadores en el bolsillo.

Claro que no tuvo en cuenta que reunirse a cenar previo al último partido para hablar de proyectos en conjunto no fue muy atinado. Esta reunión enfureció a Riquelme, quien rápidamente a través de un par de medios de comunicación lo fusiló verbalmente a Falcioni en su "Cadena Nacional", según Angelici. Si el hincha ya estaba algo enfurecido con Falcioni, Román terminó de enfurecerlo.

Así llegaba el último partido de Schiavi en Boca, la vuelta de Palermo y el Pato a La Bombonera y la respuesta en vilo de Falcioni. El presidente le había propuesto renovar y Julio César había quedado en contestar después del juego con Godoy Cruz. El "SÍ" era casi un hecho.

Pero el empate, los silbidos al equipo, los insultos al presidente, el grito de guerra de "Riquelme" y el desagravio público a Falcioni decoraban un escenario propicio para que en el video de despedida del Flaco apareciera el testimonio de Carlos Bianchi. Su sola presencia hizo que La Bombonera "hablara" y le ordenará a Angelici su regreso.

Sin darle la espalda al público el presidente le soltó la mano a Falcioni y se desesperó por ir a buscar al Virrey, quien hasta ese fin de semana tenía DE-CI-DI-DO no volver a Boca.

Algo cambió y en tres cara a cara Angelici lo convenció. El entrenador más ganador de la historia dijo "SÍ" y en una semana la realidad de Boca viró de tal manera que muchos incrédulos se pellizcaban el último 19 de diciembre para saber si su sueño se había hecho realidad.

Finaliza el año, pero no esta historia. Aún falta que el último capítulo lo escriba Riquelme. Angelici hizo lo que debía hacer, Falcioni lo entendió y Román se toma su tiempo.

En este culebrón los egos traicionaron a los tres galanes y no les quedó otra alternativa que aceptar y darse cuenta que en Boca sólo existe Un Galán que supo seducir a todos con apenas dos letras: "SÍ".