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Guillermo Ochoa y su gusano de seda

LOS ÁNGELES -- Junio 17. 2014. Brasil, anfitrión, debía masacrar a México, el invitado que llegó al Mundial por el descastado atajo del infelizaje: repesca ante Nueva Zelanda. Clasificado con estigma de polizonte.

Fortaleza la sede. Fortaleza, debía necesitar México para sobrevivir en la fortaleza natural de Brasil. Pero sólo hubo una fortaleza. De bucles, de rizos y diadema. Un par de atajadas históricas para la memoria eterna de FIFA: Guillermo Ochoa desactivando dos bombas, una del seco testarazo de Neymar, la otra un fogonazo homicida de David Luiz.

Los mejores arqueros del Mundo y del Mundial fueron de América: el mismo Ochoa, el tico Keylor Navas y el estadounidense Tim Howard y su noche hollywoodense ante Bélgica.

Ochoa terminaba heroico, aunque sometido por la villanía de Robben. Pero desafió y detuvo casi todas las pelotas criminales de su jornada en Brasil. Habría salido ileso hasta de la mediática bola caza Pókemons.

Tras el descenso del Ajaccio, Europa parecía estar a sus pies. Del altar en Brasil, parecía que a Ochoa le aguardaba la Tierra Prometida.

Todo lo contrario. A la "malagueña", en el Málaga le cortaron hasta los caireles porque Kameni cambió 30 por ciento de su salario por la titularidad. La subasta y su palabra las respaldó el egipcio con pulcra calidad.

De aquel 17 de junio de 2014 en Fortaleza, al 18 de junio de 2016, en Santa Clara, dos años y un día después, Ochoa sufre la mayor humillación de su carrera. Queda, ese 7-0 ante Chile como un perverso y sádico asterisco que acompañará siempre el homenaje cuatrienal que le hará la FIFA, recordando aquella estampa casi etérea, holográfica, convirtiendo en calabaza el frentazo de Neymar.

La crueldad acecha desde el rostro punitivo del futbol. El cromo, la postal de su jornada épica en Brasil, se fulmina con el despiadado 7-0. Ochoa no fue el único responsable. Sus guardaespaldas eran más vulnerables que aquellos del Ajaccio, pero, los franceses desfallecían con dignidad al menos.

Hoy, Guillermo Ochoa espera que el propietario del Granada, el chino Jiang Lizhang, recuerde la gesta del 17 de junio, cuando el sastre del destino lo emperifolló de gloria, y no recuerde el desastre del 18 de junio.

Y el 7, en la interpretación numérica de algunos cultos mandarines, es visto como media señal de la cruz.

Hasta para los chinos, milenarios devotos del holocausto de la expiación a través del martirio, prefieren héroes antes que mártires para vender camisetas, boletos, banderines y esperanzas. Los mártires sólo venden estampitas.

El portero mexicano tiene una tremenda ventaja. Su técnico Paco Jémez cree en él. Pero tiene una terrible desventaja: el mismo Jémez, en sus últimos duelos ante Barcelona, tiene saldo adverso de 36 goles en contra y cinco a favor.

Pero Granada tiene una enorme ventaja: Guillermo Ochoa desde que surcó el tsunami de la incertidumbre futbolera al aventurarse al paraíso de Ajaccio, hasta los pasajes de inanición deportiva en la banca del Málaga, ha mostrado temperamento.

Vitoreado por el americanismo y vituperado por los antiamericanistas, Guillermo Ochoa se fue siendo el mejor portero de México y hoy seguramente es aún el mejor portero mexicano en la suma promedio de técnica, reflejos, inteligencia, seguridad y liderazgo.

El 7-0 será una marca de hierro en su memoria, pero no será su epitafio. Y conociéndolo, seguro Ochoa se atrevería como acto de vergüenza profesional a portar el número siete como cruz en la espalda, cuando regrese a las canchas y hasta con la selección mexicana.

Quien aprende de sus fracasos está más lejos del fracaso; quien se cobija con su fracaso habrá elegido su mortaja. Y Ochoa es un sobreviviente, desde la vez que en Chivas y Atlas le dijeron que no tenía facultades para ser portero y emigró al América.

¿Es la mejor opción el Granada? Ni remotamente. Jémez va en estrictas labores de rescatista. Y el chino Jiang Lizhang es el más pobre de los menos millonarios de China.

Lizhang tiene la cultura del gusano de seda: larva, capullo y si el invierno lo permite, mariposa. La metáfora de la inmortalidad.

Y el empresario chino no despilfarra, invierte. De hecho, Ochoa es prueba de ello. Es la tercera opción de la lista de porteros que entregó Paco Jémez.

Pero, hasta en eso hay coincidencia: el mercader Lizhang, el trashumante Jémez y Ochoa buscan capullos para los gusanos de seda de sus heridas.