Memorias inolvidables

La ligereza, potencia, valor y resistencia son sólo instrumentos de la inteligencia y el carácter del buen boxeador profesional. No es poseerlos lo que vale, sino aprender cuándo usarlos y donde conectar: tiempo y certeza

NUEVO REY: José "Cheguí" Torres posa luego de haber derrotado a Willie Pastrano el 31 de marzo de 1965 para convertirse en el campeón de los livianos. (AP)
Una mañana como esta mañana a las 9:00 A.M., el 31 de Marzo del 1965, no me sentía ni chispa de cansado. Pero todo lo que hice y calculé el 30 de marzo era para estar totalmente exhausto, a pesar de haber estado bajo una presión positiva pero insoportable la noche de anoche. Después vino el triunfo de todos los triunfos, para después ir a una fiesta en la casa de mi gran amigo, Norman Mailer en Brooklyn. De allí, y como a las 6:00 A.M., aún sintiendo la gran ansiedad de la noche anterior, me trepé en un auto para reportarme en dirección al sureste hacia la Avenida Brooklyn entre la Avenida Unión y el Eastern Parkway, en Brooklyn.

Un baño para despertarme, un cambio de ropa y un buen desayuno en casa fue suficiente para ir hacia la Avenida Lexington y calle 110 en el centro de El Barrio, o Spanish Harlem, a celebrar mi triunfo junto a mi gente -los pobres puertorriqueños que vieron el combate por la televisión, y mis grandes amigos, Pete Hamill, Jimmy Breslin Jack Newfield, mi esposa, hermanos y familiares más cercanos... los que se encontraban pegados al cuadrilátero la noche anterior "para mojarnos con tu sudor y/o la sangre del campeón, Willie Pastrano."

Polito Vega, prominente locutor nacido y criado en mi barrio de la Playa de Ponce, estaba transmitiendo una recepción en vivo desde un décimo piso al lado de una escalera de escape de fuego que daba hacia la Avenida Lexington. Su emisora era la WHOM. Yo llegué a las 10:00 A.M. y habían como 15,000 personas, quienes gritaban con todas las fuerzas de sus pulmones. Se habían enterado por la radio, sobre la recepción. A las once habían como 40,000 personas. La policía ya había comprendido que el gentío era producto de una reacción espontánea de miles de Puertorriqueños y otros latinos. Nadie, ni Polito, se imaginaban la cantidad de boricuas que se podía unir en este vecindario en un par de horas. Pero una hora después de su comienzo el tráfico se estancó y los boricuas nos sentíamos aún más dueños de "El Barrio."

El haber tumbado a Willie Pastrano en el sexto asaslto con un gancho de izquierda al cuerpo, lo que lo obligó a quejidos involuntarios y el patético encogimiento de su rostro me causó trizteza. Sentí compasión por mi rival, pero mi profesionalismo insistía en que yo debería atacar con pura objetividad... proveerle dolor a su cuerpo e inconsciencia en sus adentros.

No necesité ni estímulo, ni patrocinio en hacer lo que tenía que hacer: atacar con certeza y paciencia hasta que Pastrano cayera al suelo con dolor y sin resistencia para poder recuperarse. Puse presión hasta que el referí Johnny LoBianco nos separó de una vez y para siempre en el noveno asalto. Un asalto antes, LoBianco fue donde Willie y le mostró dos dedos.

"¿Cuantos dedos te estoy enseñando?"

"Dos," le contestó Willie.

"¿Y ahora," le dijo mientras le enseñaba cuatro.

"Cuatro," le contestó Willie.

"¿Cómo te llamas y dónde estás?

"Me llamo Willie Pastrano, estoy en el Madison Square Garden... y me están dando hasta dentro del pelo".

LoBianco no pudo esconder su risa por largos segundos. Lo primero que hice cuando detuvo el combate fue correr donde él y preguntarle que lo había hecho reir tanto. LoBianco me hizo el cuendo en diez segundos.

Abrazé a Willie, quien comenzó a llorar como buen campeón. Eran lágrimas genuinas.

"Esa noche", dijo Angelo Dundee, uno de los mejores entrenadores que el boxeo ha producido y quien luchaba con todo su conocimiento para que Pastrano se recuperara en su esquina, "José era invencible. Fue la pelea de su vida. Nadie pudo haberlo vencido esa noche".

Fue la opinión que más respeté porque la unica derrota indiscutible (de las tres que sufrí) que yo recibí en mi carrera, fue contra el cubano Florentino Fernández, quien siguió con gran éxito las instrucciones que Angelo Dundee le ofrecía asalto tras asalto.

Su resistencia, valor e inteligencia -inyectada o propia- esa noche del 26 de mayo del 1963, fue espantosa.

Yo le pegué a Floro tanto como a Willie Pastrano y muchos otros, pero el cubano estaba resignado a no dejarse noquear por mí esa noche. Y después de haberme tumbado en el segundo asalto con un gancho de izquierda en la punta de mi quijada, me fui con el coraje de un perro policía, a cambiar golpes con él con la idea de despacharlo por la vía rápida.

En el quinto asalto, un jab de izquierda en un ojo me puso muy mareado, y muy al tanto de lo que estaba pasando, Floro se me enjeretó encima mientras el referí -gracias por protegerme- hábilmente detuvo la pelea.

Dos años más tarde con la gran enseñanza del combate contra Florentino Fernández, pude superar casi a mi antojo a Willie Pastrano. En efecto, mi peor combate fue responsasble por el mejor que tuve.

Entre Floro y Willie fui recordado de que la ligereza, potencia, valor y resistencia son sólo instrumentos de la inteligencia y el carácter del buen boxeador profesional. No es poseerlos lo que vale, sino aprender cuándo usarlos y donde conectar: tiempo y certeza.

JOSÉ 'CHEGÜÍ' TORRES fue ganador de la medalla de plata del peso mediano-ligero por los EE.UU. en los Juegos Olímpicos de 1956, posteriormente fue campeón mundial de los pesos semi completos. A su retiro, se convirtió en autor y periodista del boxeo con una gran experencia.

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lunes, 31 de marzo