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El Camino del Oro

Por Fernando Palomo

Después de las cinco de la tarde el centro de Indianápolis era un desierto sólo poblado por los pocos interesados en un tal Mundial de Básquetbol.

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El Olimpo de Atenas atestiguó la coronación de un equipo que no se rindió ante nada.


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La victoria de cualquier equipo sobre un Dream Team era algo que nadie creía que pudiera ocurrir.


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Rubén Magnano, de Villa María, Córdoba, supo armar una selección campeona.


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Una selección con jugadores que recién pensaban en algún día ser estrellas.


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Atenas 2004 marcó una historia única que muy difícil podrá repetirse.

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Era septiembre de 2002. El torneo se realizó entre dos escenarios, ambos en el centro de la ciudad a sólo unos metros de distancia uno del otro. Uno era conocido entonces como Conseco Fieldhouse y el otro, el ya demolido RCA Dome. Todo pasaba en el centro. Las cenas de los jugadores, los paseos, los entrenamientos, las concentraciones. Después de las cinco de la tarde el centro de Indianápolis vivía del básquetbol y de los basquetbolistas.

Los periodistas convivíamos en ese ambiente sereno alejado del estereotipo bullicioso del centro de una ciudad. Una noche podía pasar entre un plato de pasta en el Buca de Beppo de la calle W. Illinois al lado del serbio Vlade Divac, a la barra del Morton's junto a Mike Fratello, el ex entrenador de los Hawks de Atlanta. El Mundial de básquet tenía una vida única. En ese contexto, los jugadores eran más accesibles, más cercanos. Ese fue el primer mundial para una generación prodigiosa de jugadores argentinos.

Más de la mitad del equipo ya se había anunciado cinco años antes en el Mundial sub-22 de Australia. Fabricio Oberto, Manu Ginóbili, Pepe Sánchez, Leandro Palladino, Lucas Victoriano, Leonardo Gutiérrez y Andrés Nocioni seguían juntos ahora en el mundial grande en Indianápolis. Ginóbili ya era el mejor jugador de básquet en Europa tras dos grandes temporadas en Bologna. El equipo era dirigido por Rubén Magnano, de Villa María, Córdoba. De pocas palabras. Un entrenador serio, pendiente de sus jugadores, Magnano complementó al grupo del Mundial de Australia con veteranos como Hugo Schonochini y el base Alejandro Montecchia, los únicos que superaban los 30 años de edad en el plantel, además de Oberto y Rubén Wolkowyski que formaron parte del equipo olímpico en Atlanta en 1996.

Argentina era uno de los candidatos a tomar en cuenta. Me lo dijo George Karl, entrenador del equipo de Estados Unidos. Charlé con Karl en la pausa de una de las primeras jornadas del torneo. Terminé la conversación sin creer lo que había escuchado. George Karl estaba convencido que el título lo definiría Estados Unidos ante Argentina o Yugoslavia. El entonces entrenador de los Bucks de Milwaukee hablaba de esas dos selecciones como las únicas que proponían juego colectivo. Comenzó el torneo para Argentina pasando por encima de Venezuela, Rusia y el "haka" de Nueva Zelanda para superar sin derrotas la primera fase. Lo mismo hizo ante la China del gigante Yao Ming y la Alemania de Dirk Nowitzki. El siguiente partido fue ante Estados Unidos.

Desde la apertura del básquetbol a jugadores profesionales, Estados Unidos había incluido elementos de la NBA en las grandes citas. El "Dream Team" fue único, y nació con Magic Johnson, Larry Bird y un tal Michael Jordan en los Juegos Olímpicos de 1992. Después de eso ningún equipo estadounidense conformado por profesionales de la NBA perdió partido alguno en un gran torneo. Un invicto de cincuenta y nueve partidos. El partido sesenta no llegaría el 4 de septiembre del 2002. Llegó Argentina al Conseco Fieldhouse. Acostumbrados a un arribo con ánimo mesurado, en esta ocasión los acompañaban los cánticos futboleros y saltando como hinchas descendieron del autobús. Se respiraba un aroma distinto. Entraron al vestuario con aires de grandeza. "Matador" de los Fabulosos Cadillac fue la banda sonora de su entrada en calor.

Aún y cuando el partido generaba sensaciones de mero trámite, este grupo de amigos sabían que estaban a las puertas de algo excepcional y lo anunciaron en el primer tiempo del partido. Argentina se fue al descanso en ventaja 53-37. Un par de días antes, China hizo trabajar a los historiadores del básquet. Los chinos perdían por un punto en el entretiempo de su partido. Esa ligera ventaja estadounidense llevó a la confirmación de que desde que jugaban con profesionales de la NBA, Estados Unidos ni siquiera se había ido a los vestuarios perdiendo un partido. Argentina conseguía algo que nunca nadie había logrado.

Durante el segundo tiempo, había miradas nerviosas en el público. ¿Estaba capacitado el equipo argentino para sostener la ventaja?, ¿sería esta la primera vez que...? Nadie se atrevía a pensar en el desenlace, por temor a arruinarlo. Argentina aguantó. Se convirtió en el primer equipo en la historia en derrotar a los profesionales estadounidenses de la NBA. La pizarra quedaría marcada en 87 puntos para Argentina, 80 puntos para Estados Unidos. Los argentinos explotaron en esa algarabía con la que entraron al estadio. La confianza los hacía imbatibles ante cualquier equipo. Salieron del vestuario uno tras otro convencidos de haber cambiado el básquetbol para siempre.

Pasadas las nueve de la noche, el centro de Indianápolis era aquel desierto bosque de cemento. En un restaurante en la esquina de Georgia y Meridan me encontré con algunos jugadores del equipo estadounidense. Tenían la atención fija en los monitores de televisión que mostraban un resumen del partido que habían perdido un par de horas antes. Me acerqué a Shawn Marion, entonces jugador de los Phoenix Suns quien, de brazos cruzados y la mirada aún en la pantalla, me dijo: "estos chicos juegan bien. Son verdaderamente buenos".

En el Mundial de 2002 llegarían a la disputa por el título. Con Ginóbili lesionado, y muchas jugadas polémicas que anímicamente condicionaron el final del partido, perdieron ante Yugoslavia en tiempo suplementario. Pero este equipo se había convertido en una familia. Lo mejor para ellos estaría por llegar dos años después, en los Juegos Olímpicos. "Destinos" les invita a conocer el gran triunfo de la Generación Dorada del básquetbol argentino.

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