La injusticia de las restricciones del draft

FECHA
14/02
2013
por Tim Keown, ESPN.com (EE.UU.)

BRISTOL -- Hay que reconocer a la NFL: tiene el mejor acuerdo de negocios posible. Es tan bueno, de hecho, que hasta el más taimado monopolista encontrará dificultades para hallar una industria que se le compare. El imperio de la NFL incluye una exención a las leyes anti-monopólicas, que ha ayudado a crear ingresos anuales de 9 mil millones de dólares, y el semillero más efectivo: el fútbol americano universitario.

Jadeveon Clowney
Getty ImagesClowney ha dominado en la SEC a lo largo de dos temporadas

¿Lo mejor acerca del semillero? No le cuesta nada a la NFL.

Pero esperen, hay más: La NFL puede coludirse con la NCAA respecto a la elegibilidad de los jugadores, lo que significa que entre las dos entidades pueden obligar a un jugador a pasar tres años en la universidad, sin importar cuán perjudicial pueda ser para el bienestar personal y profesional de estos jugadores.

El sistema es hipócrita. Los programas colegiales lo emplean para mantener continuidad y seguir siendo relevantes. La NFL lo usa para asegurarse de un flujo estable de talento reconocible. En otras palabras, todos ganan excepto los tipos que hacen la labor pesada.

¿Por qué importa? Porque cuatro jugadores juniors del 2013 --Jadeveon Clowney, Teddy Bridgewater, Marqise Lee, Cyrus Kouandjio-- podrían ser selecciones del Top 10-15 en el siguiente draft del mes de abril si se les permitiera salir anticipadamente de la escuela para perseguir su profesión. Clowney sería la primera selección global, sin lugar a dudas, y se embolsaría unos 24 millones de dólares --garantizados-- antes de la conclusión del verano, si el sistema tuviera en mente el interés de los atletas.

Pero no funciona así. Se trata de de un mundo donde unos sirven a otros, y los jugadores claramente están a la merced de aquellos a quienes sirven. Los jefes hacen las reglas, así que los jefes obtienen los beneficios. Estos jugadores --con Clowney como su enorme mascota-- están siendo castigados por una regla ridícula que tiene más que ver con los réditos colectivos de dos entidades, que con el bienestar de los jugadores.

¿Qué harán los jugadores? Irán de vuelta a la esucela. No tienen otra opción.

O podrían sindicalizarse. O podrían unirse y decidir pasar un año entrenando en una academia tipo IMG, donde un agente podría pagar mientras sus cerebros descansan de los libros. Pero no hay nadie suficientemente rebelde como para hacer eso. Cuando se le preguntó sobre la posibilidad de que Clowney no jugara en su temporada junior para evitar una lesión, el entrenador en jefe de South Carolina, Steve Spurrier, dijo al Atlanta Journal-Constitution, "Si el dinero fuera su única meta en la vida, entonces podría no jugar. Y podría no subirse a un auto de aquí al draft del próximo año, para evitar estar en un percance y quedar lesionado".

O, para ser más realistas, Clowney podría mirar el ejemplo de su compañero de equipo Marcus Lattimore, quien acarreó el ovoide 249 veces para Spurrier como freshman, se desgarró el ligamento cruzado de la rodilla izquierda como sophomore y se lesionó la rodilla derecha como junior. No se vio involucrado en un accidente automovilístico, pero esas lesiones terribles podrían terminar destruyendo una carrera potencialmente lucrativa. Contrasten eso con lo ocurrido con el corredor de los Philadelphia Eagles, Bryce Brown, cuyos problemas fuera del campo lo limitaron a 104 acarreos en apenas poco más de una campaña colegial completa con dos universidades, pero quien todavía podría terminar haciéndose de una pequeña fortuna en la NFL.

Pero el sistema funciona para la NFL, que no necesita crear una liga para entrenar y proveer un flujo constante de talento, y funciona para la NCAA, que puede vender jerseys de Clowney y quedarse con las ganancias, y funciona para los 3.3 millones de dólares anuales que cobra anualmente un entrenador como Spurrier. Simplemente no funciona para el puñado de jugadores que tienen la mala fortuna de ser suficientemente buenos como para hacer dinero gracias a su talento antes de que el sistema decida que es su momento.

Aquí hay una idea: ¿Qué tal si dejamos que los gerentes generales profesionales, y los gurús del desarrollo de jugadores decidan quién está listo para jugar en la NFL? ¿Qué tal si instituimos un sistema como el propuesto por el columnista de ESPN, Chris Sprow, que definiría la elegibilidad de draft de acuerdo a estándares de participación --jugadas para un ala defensiva como Clowney, acarreos para un corredor como Lattimore, o intentos de pase para un pasador como Bridgewater-- en lugar de la arbitraria marca de tres años que actualmente rige?

Marqise Lee
Getty ImagesLee debería estar a un paso de jugar los domingos

Concedido, se requeriría un proceso mental capaz de alterar paradigmas, primero. Primero, habrá que deshacernos de la noción de que los jugadores colegiales se quedan en la escuela, sólo por la escuela. Esa idea suena bien, pero frecuentemente carece de base en la realidad. Nos gustaría creer que alguien como Clowney disfrutará la vida universitaria y crecerá como humano y estudiante, pero esa es simplemente la óptica paternalista y cosmética que empleamos cuando hablamos de alguien a quien no conocemos. Si se tratara de nosotros, de nuestros hijos, nos gustaría que siguiera adelante con su vida, que evitara una lesión inútil, y que recibiera un salario por lo que mejor sabe hacer. Se fomenta a los prodigios de otras áreas --patinaje artístico, tecnología, música-- hacerlo, pero por alguna razón, los atletas universitarios están sujetos a algún estándar olímpico que aporta comodidad para todos pero consigue evitar a la realidad.

Por ejemplo, el fundador de la empresa PayPal, Peter Thiel, tiene un programa donde entrega anualmente 100,000 dólares a 24 estudiantes de 20 años de edad o menos, para que dejen la escuela e inicien su propio negocio. Thiel está retando la noción de que la educación universitaria es sacrosanta, pero está enfocándose en los genios académicos, no atléticos.

Si una cláusla de participación logra que un entrenador como Spurrier piense dos veces acerca de entregar el ovoide 249 veces a un freshman, bien. Puede todavía hacerlo, pero entonces sabrá que tiene una probabilidad alta de perder a ese chico tras su campaña de sophomore.

La carrera promedio en la NFL dura 3.5 años. Para efectos de la discusión, vamos a ser generosos y considerar el triple de eso para un recluta del Top-10 del draft. Al restarle un año al mejor momento atlético --un año que Clowney o Bridgewater deben invertir innecesariamente en la universidad-- el sistema está reduciendo potencialmente su carrera en un 10 por ciento. Sabiendo lo que sabemos acerca de los retos de este deporte, no es descabellado suponer que cada cuerpo humano tiene un número finito de jugadas sobre el campo. En un deporte que sufre rodillas destrozadas, conmociones reiteradas, y contratos garantizados, un año es gran cosa.

Cada clavado que se tire un liniero ofensivo a las rodillas Clowney la siguiente temporada lo pone un paso más cerca de su final como jugador. Cada golpe barato que reciba Bridgewater de algún apoyador que se exceda, amenaza con reducir su capacidad para cobrar más tarde. ¿Por qué debe un tipo que es desactivado en su primera campaña en Utah State, se queda en la banca dos años y juega como titular en su temporada redshirt junior ser elegible para el draft mientras que un tipo que juega dos temporadas en la SEC --y domina-- es forzado a esperar hasta el final del tercer año para recibir un pago? No es el castigo físico de los dos primeros años suficiente como para considerar que se ha ganado el derecho de recibir dinero?

Los mejores jugadores, los que generan más ganancias, atraen más espectadores y ganan la mayor cantidad de partidos, son rehenes por un sistema arbitrario. Son activos, influenciados por lo que todos los demás creen que es lo mejor para ellos. La hipocresía rara vez resulta tan transparente.

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