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Gustavo Fillol Day 8y

Kiko Alonso, listo para un nuevo comienzo

CALI -- Después de 15 años, Kiko Alonso vuelve a ordeñar una vaca, vuelve a sentir el aroma de la guayaba, vuelve a recorrer el campo de sus ancestros sobre el lomo de un zaino colorado.

"Cereza ya no está. Me entristecí cuando me avisaron que había muerto", dice el apoyador de los Miami Dolphins, quien durante muchos años les había prometido a sus abuelos, a sus tíos y a sus primos regresar a la Hacienda Marañón Alto, en Cali, Colombia, donde pasaba las vacaciones en su infancia.

Separa de la tropilla al caballo más parecido a Cereza, le pone un bozal y lo deja atado al palenque. Más tarde lo ensillará, para salir a andar cuando caiga el sol. Si fuera por él, montaría ya mismo, pero le importa más cuidar del calor al equino.

Finalmente, a los 25 años de edad y en su cuarta temporada de NFL, Alonso cumplió la promesa y retornó a Cali. La última vez que había pisado la tierra de su madre tenía 10 años. Nunca olvidó cómo lo malcriaban aquí, con las comidas que más le gustaban, con los jugos de fruta más sabrosos, con sus caballos, a los que constantemente llama "mis amigos".

Cumplió la promesa, porque necesitaba reencontrarse con Colombia, con Latinoamérica, con las personas que hablan y sienten y bailan y ríen como su padre Carlos, cubano criado en Puerto Rico, y su madre caleña, Mónica.

Como el héroe que vuelve al castillo para rearmarse antes de retomar el combate, Alonso regresó a la finca de sus ancestros para recobrar fuerzas y empezar de nuevo.

Dos lesiones de ligamento en la rodilla izquierda alteraron una carrera en la NFL que había arrancado a máxima velocidad. Con 87 tacleadas, cuatro intercepciones, un balón suelto forzado y dos recuperados en su primera campaña con los Buffalo Bills, que lo habían reclutado en la segunda ronda del draft de 2013, proveniente de la Universidad de Oregon, Alonso fue nombrado Novato Defensivo del Año. Los problemas en la rodilla, sin embargo, lo llevaron a perderse toda la temporada de 2014, y parte de la siguiente, después de que Buffalo lo enviara en intercambio a Philadelphia, equipo que luego lo canjearía a Miami.

"Ahora me siento mejor que en toda mi vida", asegura Alonso, quien pasará tres semanas renovando energía en la estancia de su familia, como preparación para un nuevo comienzo con los Dolphins.

Dice que las cosas en el rancho no han cambiado mucho. No son muy distintas de lo que él recordaba.

El que ha cambiado es él.

"Puedo apreciar más", dice. "Puedo valorar más todo esto".

Por la mañana sale a correr por la cancha de polo, luego nada varios largos en la piscina. Afirma que la rodilla está al 100 por ciento, y los entrenadores de Miami que lo vieron en los primeros minicampamentos del año comprobaron que era cierto.

En realidad, la rodilla es ya un tema menor en este reinicio de carrera de Alonso. Lo principal es el redescubrimiento de sí mismo.

El joven está experimentando una reconexión con sus raíces latinas, potenciada tal vez por el arribo a los Dolphins, el equipo más "hispano" de la NFL y amor de toda la vida de su padre.

A principio de año, Alonso viajó a Puerto Rico, a pasar unas vacaciones con la familia de su progenitor, y, según confiesa, "entendí que ese era mi lugar de pertenencia. Me encanta la comida, las playas, las fiestas, la gente".

Se enamoró del festival de San Sebastián, que se celebra anualmente en San Juan, entre el jueves y el domingo del tercer fin de semana de enero, con bailes en las calles, desfiles y música en vivo.

"Todos los años, si no estamos en los playoffs, me iré para allá", promete. "En esos cuatro días, ya saben dónde encontrarme. Es un evento realmente increíble. También me han contado de muchas otras celebraciones de ese estilo aquí en Colombia y en otros países. Siempre hay fiestas en Latinoamérica, ¿no? Las personas son diferentes aquí. En los Estados Unidos, la vida es más rápida, con mayor estrés. Aquí la gente es más relajada, más divertida. Yo tendría que vivir aquí. Me gusta más esta forma de vida. Supongo que la llevo en los genes".

Salta la tranquera y vuelve al corral. Un potrillo se acerca; sabe que este hombre cortará pasto verde para él.

"Siento que pertenezco aquí", dice Alonso. "Pertenezco aquí, con los caballos. Creo que esta noche voy a dormir con ellos".

La noche anterior no durmió bien. Era viernes. Fue al centro de Cali con sus primos y conoció el aguardiente.

"No me gustó", dice, con claro gesto de desaprobación. "Tiene un sabor horrible. Nunca había probado aguardiente... y veo que no me estaba perdiendo nada. Tuve que beberme cuatro tasas de café y comerme una hamburguesa triple para quitarme el gusto. A mí no me sacan del ron con jugo de toronja, que se toma en Puerto Rico".

Para el almuerzo, Alonso pide que le preparen otra especialidad boricua: arroz con habichuelas y tostones. "Eso me pone al 100 por ciento", asegura. "Es lo que comía cuando estaba creciendo, y siento que vuelvo a crecer cuando lo como. Es el plato que me hace fuerte". Suelta una carcajada al recordar a Adam Sandler en "Waterboy", y agrega: "Es mi tackling fuel".

Taclear es, básicamente, la razón por la que Alonso juega fútbol americano.

"Al principio jugaba béisbol", aclara. "A mí y a mis hermanos, mi padre nos enseñó antes a jugar béisbol que a caminar. Los recuerdos más antiguos que tengo en la memoria son jugando 'chapitas', con un palo de escoba y una chapa de cerveza. Jugábamos todo el día, todo el año".

Su hermano Carlos, dos años mayor que él, todavía juega. Es segunda base de los Reading Fightin Phils en las ligas menores, con esperanzas de llegar al MLB.

En cambio, Kiko viró el rumbo cuando conoció el fútbol americano.

"Empecé jugando entre amigos", relata. "Luego en forma organizada, con protección. Me enamoré inmediatamente y me volqué hacia ese deporte. Siempre me había gustado pelear, golpear. Me encanta el boxeo. Soy adicto a las peleas de 'Mano de Piedra' Durán en Youtube. Quiero ir a conocerlo a Panamá. Por eso soy apoyador, porque adoro golpear. Adoro taclear. Es la forma que encontré de pegarle a alguien sin que me castiguen. Ahora te castigan más que antes, con demasiados pañuelos y multas, pero de todas maneras se sigue tratando de un juego de tacleadas".

Los Dolphins proyectan a Alonso como su apoyador central titular, y él lo sabe: "Sí, está claro que yo debería perder el puesto para que no sea mío al iniciar la temporada".

Aunque en algún momento los Bills intentaron moverlo a apoyador externo, la posición natural de Alonso es MLB. "Ese es mi lugar", enfatiza. "Es el rol más completo. Tienes que hacerlo todo: ir por adentro y por afuera, presionar al pasador, detener al corredor, retrasarte en cobertura. Lo que más me gusta es derribar al portador del balón. Haré lo que sea necesario para tumbarlo; cualquier cosa, mientras esté dentro de las reglas. Pero además de fuerza para golpear, el apoyador debe tener agilidad, rapidez, buenas manos".

Suficientemente buenas como para interceptar cuatro pases como novato. "Cierto", asiente. "Creo que el béisbol de niño me dio suavidad en las manos".

Y en caso de que la ofensiva rival le asigne doble bloqueo, las peleas de niño le dieron herramientas para sobreponerse al dos contra uno. Carlos y su otro hermano, Lucas, dos años menor que él, formaban siempre dupla para enfrentársele. "Y era justo que así fuera", admite. "Yo era el más grandote de los tres".

"Peleaban todo el día", recuerda su madre. "Carlos y Lucas contra Kiko. Las únicas memorias que tengo de esa etapa de mi vida era estar siguiéndolos por los diferentes rincones de la casa, para correr los adornos antes de que los rompieran".

Alonso fue un destacado apoyador desde la secundaria en Los Gatos, California, hasta la universidad con los Ducks. Los entrenadores de Los Gatos lo hacía formar a veces del otro lado del balón, como ala cerrada, y él asegura que tiene algo para aportar a la ofensiva.

"Contamos con buenos alas cerradas en Miami", comenta, "pero si los Dolphins me necesitan en alguna jugada de ese lado del balón, estoy listo para saltar al campo. Ya se los dije a los entrenadores: si me quieren ahí afuera en una situación de línea de gol, yo estoy listo. Tengo preparadas algunas jugadas específicas, de hecho, pero no voy a revelarlas".

En sus inicios, en el fútbol americano callejero con sus amigos, Alonso era receptor abierto. "Me creía Randy Moss, el ídolo de mi infancia. Usaba un jersey de él y corría sus mismas rutas: directo a lo profundo, aunque no era tan rápido como él. En aquellos años de Moss en Minnesota, el mariscal Daunte Culpepper, con su potente brazo, le tiraba pases largos y Randy los quemaba a todos".

Quiso el destino que otra pasión en la vida de Alonso tuviera lazos con los Vikings... y con la herencia hispana.

Gabriela, su novia, es hija de Joe Kapp, célebre mariscal de fines de los '60. Con padre de ascendencia alemana y madre de ascendencia mexicana, Kapp fue descripto como "el más duro de los chicanos" por la revista Sports Illustrated, luego de llevar a los Minnesota Vikings al Super Bowl IV, donde cayeron con los Kansas City Chiefs.

Al igual que al novio de su hija, a Kapp le gustaba golpear a los rivales; característica definitivamente inusual para un quarterback. Los medios por entonces decían que Kapp era "la mitad de una colisión, en busca de la otra mitad".

”Joe era un apoyador, formado como mariscal”, dice Alonso, quien no oculta su respeto y admiración por uno de los apenas ocho jugadores en la historia de la NFL que lanzaron siete pases de touchdown en un partido, récord que Kapp logró frente a los Baltimore Colts en septiembre de 1969. "Era otra clase de jugador. La pasión que tenía... Todavía mantiene esa pasión. Me cuenta historias de cuando él jugaba, y era otra cosa... eran muy distintos los jugadores en esa época".

Sus charlas con Kapp, así como la relación con su novia y el regreso al seno de su familia, están ayudando a Alonso a empezar a ver su vida con cierta perspectiva.

Aunque habla español con fluidez, a veces le falla el vocabulario. Pregunta cómo se dice "mature and inmature", por "maduro e inmaduro". Necesita esas palabras para referirse a sus problemas de conducta y de alcohol como universitario, que le costaron graves suspensiones en Oregon.

"Fui joven e inmaduro", reconoce. "Fui un niño. Hice cosas estúpidas. Ahora sé que algunas cosas no deben hacerse, que no soy invencible, que debo tener cuidado, y más aún en la NFL, con la gente enfocando siempre sus cámaras hacia los jugadores. En la universidad estaba un poco loco. Ahora soy más maduro y estoy más tranquilo. Sé que hay que pensar antes de actuar. Soy más inteligente, aprendí de lo que pasó y tengo más cuidado. Recuerdo cómo pensaba en esa época, y me sorprende lo tonto que era. De hecho, mirando hacia atrás no me extraña lo que hice, porque me doy cuenta de lo que era. Es increíble tomar conciencia de que en otro tiempo fuiste una persona diferente. Tomar conciencia de que la persona que eres ahora no es la misma que eras hace cinco o seis años. Miras a esa persona, y la ves completamente distinta de lo que eres ahora. Así es la vida. Todo crece. Todo cambia".

Arranca un nuevo puñado de pasto y lo acerca al hocico de una potranca.

"Todavía me gusta rumbear", continúa. "No voy a negarlo. Pero eso en sí mismo no es malo. Sólo hay que tener cuidado. Es lo mismo con los caballos. Hay que tener cuidado".

Camina por el corral en busca de forraje verde y le advierte a un fotógrafo que se dispone a seguirlo: "Cuidado. No pases por atrás de las patas de ese alazán. Salvo que quieras una vasectomía".

Con las salidas a rumbear en Cali, Alonso está perfeccionando sus pasos de salsa y reggaeton, para seguir con la educación de sus compañeros cuando regrese a Miami.

"Soy el profesor del cuerpo de apoyadores", revela. "La salsa es lo que más me cuesta. Es muy difícil. Cuando el ritmo acelera mucho, me enredo. Merengue es más fácil. Con el reggaeton me defiendo bien. Ya he llevado a bailar a Jelani Jenkins, Spencer Paysinger, Zach Vigil y al resto del grupo. Y además los he introducido en la comida de mi tierra. Los llevé a un bar hispano en Miami, y cuando Jelani probó una croqueta, le ordenó a la camarera: 'Dame 10 de estas'. Cuando los muchachos veían a las chicas latinas, decían que estábamos en el Paraíso".

El día que llegó con sus nuevos amigos a la casa que está rentando en Fort Lauderdale, su madre los estaba esperando con una paella. "Una paella para muchos", recuerda Mónica. "Eran seis, pero valían por 24. Ese día la hice marinera. Le puse camarones, almejas, calamares, mejillones, pulpo, y metí también un poquito de pollo, porque quería que tuviera más sabor y no encontré chorizo español en Ft. Lauderdale. Había otro tipo de chorizo, pero no le daba el color ni el sabor del español. Algunos de esos chicos nunca habían comido paella, y estaban felices".

Otro de los nuevos amigos de Alonso es su excompañero de equipo Mark Sánchez, con quien mantiene una buena relación después de que ambos vistieran el uniforme de los Philadelphia Eagles el año pasado.

El actual mariscal de los Denver Broncos, descendiente de mexicanos, quien durante sus mejores años con USC y con los New York Jets fue el principal referente de la herencia hispana en el fútbol americano, realizó y sigue realizando grandes esfuerzos por aprender el idioma de sus antepasados, pero según Alonso habría un claro ganador si se trenzaran una competencia de lengua.

"Él aprendió español en la escuela", se burla Alonso. "Yo lo hablo naturalmente. De hecho, cuando regresé de Puerto Rico me había olvidado el inglés. Me preguntaban algo en inglés y me costaba responder. Es verdad que a veces pierdo la fluidez del español, después de pasar mucho tiempo sin practicar, pero la recupero enseguida al encontrarme con mis parientes. Incluso me contagio el acento. Cuando volví de San Juan me decían que hablaba como boricua, y cuando vuelva de aquí me dirán que parezco colombiano".

Así como en su paso por los Bills aprendió desde el Día 1 todo lo que tenía que saber sobre la rivalidad con los Dolphins --"lo primero que me dijeron cuando llegué a Buffalo", dice Alonso, "fue: 'Squish de Fish'"--, en su paso por los Eagles aprendió que Philadelphia es, según sus palabras, "una gran cuidad... excepto cuando pierden los Eagles".

De Miami, Alonso ya aprendió dónde están los mejores lugares para rumbear, y se dio cuenta de cuál será el próximo acento que adoptará: "En poco tiempo me dirán que hablo como cubano".

Si el reencuentro con sus raíces le sirve para recuperar su mejor forma, quizás Alonso ocupe algún día ese lugar de “consentido de Latinoamérica” que en su momento ostentó Sánchez, a quien Alonso describe como "un gran tipo", pero insiste en remarcar que "cuando llegué a Philadelphia y le hablé español, no me entendió mucho. Yo le decía: 'Mira... qué pasa...', y él sólo me contestaba: 'Hola'. Terminamos muy amigos; es muy buena gente, pero creo que de español sólo sabe decir 'hola' y 'no mames wey'."

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