Fútbol Americano
Alejandro Caravario 8y

Perdieron todos

BUENOS AIRES -- Los dos equipos demostraron que el campeonato largo ha sido, en efecto, largo. Que la Copa Argentina también sumó desgaste y que el fin de temporada se nota en los músculos de todos y cada uno.

Así, Rosario Central y Boca llegaron algo devaluados por el cansancio a la final jugada en Córdoba.

Boca, luego de un tramo de dominio claro (diez minutos), le cedió gentilmente la iniciativa a los rosarinos y depuso cualquier argumento ofensivo.

Central, reputado como el equipo de mejor fútbol de la Argentina, sólo insistió con envíos por arriba. A la espera de que ese formidable cabeceador que es Marco Ruben le allanara el camino al triunfo.

De modo que el partido resultó discreto. De escasa iniciativa e imaginación. Y en nada favorecido por un campo blando, castigado por la lluvia constante de los días precedentes.

Y acaso hubiera muerto en un cero a cero y una definición burocrática por penales sin la aparición estelar de Diego Ceballos, que le puso el picante a la noche.

Primero, no dio por bueno el cabezazo de Ruben (supuesto offside de Larrondo) que habría sido el 1 a 0 de Rosario Central. Discutible.

Pero luego se le fue la mano: le regaló un penal a Boca (la infracción ocurrió un metro fuera del área) y convalidó el gol de Chávez, en ostensible posición adelantada.

Por lo menos, más visible que la de Larrondo, ante la cual el línea Marcelo Aumente no dudó un instante y levantó el brazo como impulsado por un resorte.

Hablar de polémica es apelar a un término tan elegante como difuso. Creo que el triunfo de Boca, cuyos grandes méritos a lo largo de todo el año quedan al margen de cualquier discusión, es altamente sospechoso.

La persistente impericia de Ceballos da pie a una tentación inevitable: tomarla por voluntaria. En caso contrario, su ineptitud es tal que torna escandalosa su designación para semejante partido.

Estamos acostumbrados al llanto reiterado de jugadores y técnicos, que posan de damnificados por los fallos de los árbitros.

Pero esto es distinto. Aunque Coudet, un abonado a la protesta estridente, lo haya hecho parecer un error usual.

En resumidas cuentas, se desnaturalizó hasta el absurdo nada menos que el desenlace de un campeonato que comenzó con perfil bajo y fue ganando temperatura y taquilla con el correr de los años.

Al menos hasta hoy, cuando se definió con la misma seriedad que un torneo relámpago de barrio.

Boca dio la vuelta olímpica. Acumuló su segundo trofeo en sólo tres días y vuelve a la senda ganadora.

Quizá a su plantel y cuerpo técnico los tenga sin cuidado el mar de fondo. Pero seguro preferirían un logro más transparente, que hiciera honor al esfuerzo realizado y no lo contaminara de sospechas.

En algún punto, Boca también perdió. Porque a su título le arrebataron una parte de legitimidad.

Y perdió, sobre todo, además del pobre Central, la organización del fútbol argentino, que permite que uno de sus platos fuertes (una final, dos equipos grandes, el país en vilo) se eche a perder sin remedio y aliente la duda generalizada.

Las sucursales de la FIFA atraviesan un momentos en que, más que nunca, además de ser hay que parecer. Y este no es precisamente el caso.

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