Fútbol Americano
Alejandro Caravario 8y

Él solo es una delantera

BUENOS AIRES --  Figura solitaria del triunfo de Racing ante Independiente (luego de 14 años sin cantar victoria en esa cancha), el entrerriano Gustavo Bou se arraiga como ídolo. Un destino que ni el más delirante hubiera imaginado cuando el delantero desembarcó en el club, levantando más sospechas que expectativas, luego de una carrera que parecía condenada a la intrascendencia.

En River, equipo del debut, usaba el pelo largo como un rocker suburbano. Llegó a primera con apenas 18 años. Allí jugó un puñado de partidos, alguno internacional, y todavía no era delantero de área sino volante por derecha.

Pocos se acuerdan si jugó bien o mal (siempre nos queda YouTube para vaciar dudas); pasó como tantos jóvenes, sin dejar huella, como un proyecto trunco. Luego sufrió una lesión seria y tras el demorado regreso siguió un itinerario vacilante por Bahía Blanca, Ecuador y finalmente Gimnasia de La Plata, donde, ya convertido en número nueve, hizo sin embargo un solo gol y terminó en el banco de suplentes.

Con esos magros antecedentes desembarcó en Racing y parecía escrito que prolongaría su declinación. Los hinchas no sólo desconfiaban de su pericia con la pelota; también se instaló la queja de que lo habían acogido en el club por una exclusiva razón: compartía el representante con Diego Cocca, el entrenador. Es decir: tronco y acomodado.

Aquí exactamente es donde empiezan los acordes del tanguito de Bou. En su epopeya no hay patio con glicinas ni madre que friega en el piletón. Hay, en cambio, el pantano del desprecio; la maledicencia multiplicada. El sueño arranca en el infierno.

Porque se alinean los planetas, porque media el azar, porque Cocca es un genio o un suicida, Bou tiene su chance. Es el nueve de Racing, el ladero de Milito, la gran estrella que, en lugar de encandilarlo, como todos pensaban, lo inspira. Dos goles a Boca en la Bombonera son la bisagra. La hinchada acepta la apelación del juicio inicial y lapidario, y se sienta a esperar. Pero no tiene que esperar mucho.

Bou sigue haciendo goles, inflando el pecho de confianza y exponiendo sumariamente (para los jugadores resistidos el tiempo es tirano como en la televisión) que su repertorio no se limita a empujarla bajo el arco. Final feliz: Bou se consagra campeón, es el goleador del equipo y probablemente su mejor jugador. El público se rectifica con una interminable ovación, los periodistas se disculpan, revisan sus papeles, se arrepienten de sus predicciones, de saberlo todo. Su cotización se dispara. Se sigue disparando hasta hoy.

Qué le queda por demostrar a Bou. Que puede aspirar a crack. Que tiene espalda, como ante Independiente, para urdir una jugada que mezcla mágicamente destreza y potencia y deja en ridículo a sus marcadores. Que es un jugador de toda la cancha. Hábil, inteligente, lujoso. Además, tan aplicado y humilde que resulta difícil calcularle un techo.

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