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El nuevo San Lorenzo

Pablo Guede apuesta a atacar donde sea, aunque eso cueste caro AP

BUENOS AIRES -- San Lorenzo, a riesgo de que se cuestiones su coherencia en términos de decisiones estilísticas, ha resuelto dar un giro de 180 grados tras el alejamiento de Edgardo Bauza, hombre que ya figura en el panteón de los héroes por haberle dado al club su primera Copa Libertadores.

Luego de un técnico prudente, reactivo a la aventura, más amigo de defender y conservar el logro mínimo que de lanzarse a la captura del tesoro, San Lorenzo se inclina por un entrenador de escasos laureles, pero con un prestigio precoz a sus 40 años y fama de romántico.

Esto es, un DT que supuestamente prefiere atacar siempre y en cualquier cancha y, en el peor de los casos, morir con las botas puestas.

Luego de hacer buena parte de su carrera como futbolista y los palotes como entrenador en España, Pablo Guede dio que hablar cuando consiguió el ascenso a la B Nacional con Nueva Chicago.

Los que vieron jugar a aquella formación (y tantos otros que no la vieron) juran que ofrecía un juego de infrecuente generosidad y belleza en una divisional áspera como una lija.

Más tarde pasó por Palestino, modestísima institución chilena a la que clasificó para la Copa Libertadores del año pasado. En paralelo a este mérito estadístico, corre el de haber vaciado de complejos a sus futbolistas, que enfrentaron con una dignidad altamente competitiva incluso a los rivales más encumbrados como Boca.

Pero como las teorías más prominentes a veces naufragan en la práctica, mejor evaluar a Guede y sus novedades por los partidos de verano disputados y no por los dichos o deseos.

En efecto, San Lorenzo, desde su diseño, se presenta más ambicioso. Por el momento, el doble cinco ha dado lugar a un solo volante central, a quien asiste un trío de jugadores creativos y no de contención.

Por lo demás, el cuidado de la pelota –con frecuentes búsquedas al arquero, como reza el manual de la elaboración a conciencia– y la ocupación de territorio enemigo como zona de disputa de la pelota marcan grandes diferencias con la gestión anterior.

San Lorenzo se insinúa más profundo y con mayores recursos para buscar el área (los goles de Kalinski y Prósperi ante River acaso ilustren este ítem).

Como contrapartida, es defensivamente flojo. Guede, como el resto de los técnicos que se consideran ofensivos, saben que lo cortés no quita lo valiente y que es necesario saber volver. Y, en especial, saber achicar.

San Lorenzo –al que le falta en su puesta a punto física– suele perder pelotas en mitad del campo que le cuestan muy caras. Una vez que el adversario la consigue (con Huracán fue igual) le resulta sencillo (a los sumo tres pases) quedar en posición de gol.

Por un lado, es menester que la salida sea más segura. Por el otro, los defensores deben reducir el terreno en lugar de dejar campo libre y fértil para la respuesta veloz.

La transformación encaminada se vislumbra interesante, positiva. Pero, por ahora, hay una verdad elemental que, de persistir, es capaz de hundir cualquier proyecto: a San Lorenzo es muy fácil meterle goles.