Fútbol Americano
Alejandro Caravario 8y

Sin novedad en el frente

BUENOS AIRES -- En materia contable, el saldo más notorio (y doloroso) para Boca al cabo del Superclásico es la lejanía de la punta, único lugar aceptable para una hinchada que sólo concibe el éxito (como todas, bah).

Los ocho puntos que lo separan de Lanús son un número que desalienta y que probablemente obligue a quedarse con la Copa como ocupación excluyente.

Pero esto sería poca cosa, si Boca hubiera experimentado un mínimo cambio, al menos de intenciones, con la estruendosa llegada de Guillermo Barros Schelotto.

El equipo continúa errático, entre tibio y exasperante, y sus figuras insisten en ausentarse aunque salgan a la cancha. Caso ejemplar: Carlos Tevez, líder y caudillo, que volvió a deambular en busca de un domicilio cómodo y provechoso sin lograrlo.

Lo más notorio, sin embargo, es el ánimo. Un entrenador flamante inyecta los bríos de la novedad. No importa si es mejor o peor que el anterior.

En este caso, además, se trata de un emblema inmejorable de la etapa más ganadora de Boca. Un tipo pícaro, carismático y, por sobre todo, venerado por la tribuna. Un ídolo como pocos.

En la imaginación del hincha, Guillermo es la gloria rediviva, un viaje al máximo esplendor.

Tan feliz presencia tiene, para doble regocijo del público, una réplica a su diestra, Gustavo, otro antiguo soldado boquense, aunque del pelotón. Son una conducción bifronte.

De modo que el efecto Guillermo, ese envión que implica la aparición estelar de un antiguo crack, sólo se vivió fuera de la cancha.

A causa del desacople generacional, quizá Jonathan Silva, por nombrar algún joven, no conoce cabalmente las hazañas de Barros Schelotto y por eso su nombre no le dice tanto como a los viejos militantes de la popular.

O tal vez Guillermo no es un motivador que convence de inmediato. Y necesita plazos largos para actuar por goteo y seducir lentamente a los futbolistas. Parece un tipo más bien parco, de palabras escasas aunque, en una de esas, también precisas.

Lo cierto es que Boca fue completamente indiferente a la llegada de GBS. Dos partidos no es nada, cierto. Pero en ninguno Boca tuvo siquiera el gesto de superación; en ninguno metió un gol. En ninguno se vio el fervor del estreno, al menos para dar la bienvenida a DT.

Hablar de una defensa ordenada (con Cata Díaz como figura) no suena muy estimulante. Aunque por algo se empieza.

El Mellizo no fue muy optimista. Dijo que, sin tiempo de trabajo, hay pocas chances de salir del pozo. También reconoció un déficit de juego, de físico y de ánimo. Eso sí que es una pesada herencia.

Luego alivianó la sentencia sobre el porvenir y prometió alguna mejoría. Pero igual dio a entender que su tiempo arranca a mitad de año.

A su vez, mostró credenciales de baqueano: “Esto es Deportivo Ganar, como decía Coco Basile”. Los meses requeridos para reordenar las fichas e inculcarle un lenguaje propio al equipo chocan con esta urgencia.

Barros Schelotto no sólo está en medio de una contradicción violenta, sino que la expresa livianamente, como si no involucrara su estabilidad en el cargo.

Él sabe (o debería saber) que le van a exigir victorias y títulos mucho antes de que llegue su momento. Nadie vive de promesas. Ni esperando al mesías, se llame como se llame.

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