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Lo importante está en otro lado

BUENOS AIRES -- Los títulos de los medios de comunicación dedicados al Superclásico hacen equilibrio para ocultar un hecho evidente: una vez más, el gran partido anhelado por el público futbolero resultó un verdadero bodrio. Una vez más, el miedo a perder defraudó las expectativas, que siempre exceden en mucho las prestaciones de los protagonistas.

El desaire no es sólo una costumbre de River y Boca. En general, repasar la historia de los últimos clásicos del fútbol argentino equivale a revivir decepciones, más allá de que el resultado pueda haber beneficiado a uno o a otro.

En La Bombonera, ni Boca ni River se jugaban nada significativo. Ambos se despidieron hace rato de la pelea por el campeonato. Podría decirse entonces que estaban liberados. Que ese partido distinto, esa historia aparte que traman ambos contendientes esta vez tendría algo de real. Jugarían de espaldas a la tabla.

El sabor del partido no lo daban los puntos en disputa sino la tradición de una rivalidad. No había, en suma, nada que perder. Pero ni así los futbolistas se aflojan. Para colmo, disimulan la torpeza derivada del temor con bravuconadas. Con una tensión ficticia que empeora las cosas. Porque enturbia la acción, le quita continuidad. Y sobre todo confunde a los jugadores, que sólo aspiran a arrancarle un “bieeeeen” a la tribuna arrojándose a los pies de un adversario. Como si la suerte del equipo dependiera de esa vehemencia vana.

Pablo Pérez, candidato permanente a las tarjetas de diversa tonalidad, se montó en ese clima y le dio una patada en la panza a Álvarez Balanta, forzando al árbitro Herrera a mostrarle la roja. Si hasta allí el juego era discreto, la ausencia de Pérez relevó a Boca de toda responsabilidad de buscar el triunfo. Tuvo una excusa perfecta para descansar en la mediocridad. ¿Excepciones? Insaurralde y Tobio, cómodos y sobrios para desarticular cada intento de River. Y Pavón, por su entusiasmo. Por intentar seducir al público con armas nobles.

Del lado de River, la enorme jerarquía de D’Alessandro sólo tuvo el respaldo de Nico Domingo. Cuando la pelota pasaba por ellos había orden y progreso. Pero en la zona de definiciones no ocurrió nada en toda la tarde. Ambos equipos tenían la oportunidad de salvar una campaña nacional pobre con un triunfo ante el enemigo selecto. Pero optaron por navegar en aguas calmas, compartir resignación y atender el verdadero juego, que es la Copa Libertadores.

En la semana habrá viajes a Ecuador (River) y Paraguay (Boca). La presente instancia obliga a definiciones mano a mano, por lo cual toda la energía está depositada en esa competencia. Podría decirse que los dos salieron indemnes. Pasaron la prueba sin luces y sin lamentos. Sin pena ni gloria, tal como querían.

Lo importante, desde hace mucho, está en otro lado.