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Uno para todos

BUENOS AIRES -- Fue raro ver a Lautaro Acosta negarle el pase a Miguel Almirón y desperdiciar así una clara oportunidad de gol. Acto seguido, lo mismo hizo José Sand, con idéntico damnificado, Almirón, quien, a su vez, se desquitó luego al optar por una maniobra individual cuando se imponía el pase al compañero.

Es cierto que Lanús ya tenía el partido ante Aldosivi controlado. Estaba 1 a 0 y el contraataque era una oferta constante, entonces cada uno quería su gol. Dejar la muesca en el resultado. Quizá más por exceso de confianza que por egoísmo. La sucesión de acciones un tanto necias –derroche que en otra ocasión se puede pagar caro– llama la atención porque Lanús es un equipo que representa exactamente lo contrario.

Lidera con holgura el Grupo 2 y al vencer a los marplatenses se metió en la final del torneo transicional (en consecuencia, se hizo un lugar en la próxima Copa Libertadores).

Resultados de una campaña estupenda, forjada, precisamente, por haber funcionado a la perfección como un colectivo. Si uno repasa los nombres de Lanús, no hay estrellas a la vista. Ante este escenario, no hay mejor camino que la sujeción a una doctrina. Aunar voluntades detrás de un objetivo de juego claro. Ese es el logro de Jorge Almirón. Haber urdido una estructura donde cada futbolista rinde al máximo de sus posibilidades dentro de un diseño ambicioso.

Por algo ciertos jugadores que tuvieron un paso tibio por otros clubes acá se han destapado con rendimientos superlativos. Y no por lucimiento personal, sino por su aporte al equipo. Constante, metódico, acaso sin lapsos fulgurantes pero con garantía de eficacia. Y el propio Jorge Almirón, que en Independiente fue incapaz de arrancarle a su equipo un perfil convincente, en Lanús parece haber encontrado (como en Godoy Cruz, otro arrabal de la fama y sus exigencias) una materia maleable de acuerdo con sus muy buenas ideas.

En sintonía con la moda mundial, el equipo de Almirón cuida con celo la pelota. Desde la salida hasta la zona de desenlace. Pero no se trata de una declaración de principios, sino de la ejecución de recursos variados para partir y atacar con belleza y profundidad. A veces sale bien, otras no tanto. Pero la premisa jamás se descarta. Equilibrio entre recuperación y circulación, buen pie generalizado y una convicción tallada en la frente son las claves de un equipo que podría ser caracterizado como clásico.

Tanto como su delantera de tres puntas, donde la módica innovación de la época consiste en el perfil invertido de sus extremos (la escuela de Messi, Robben, Ribéry y otras firmas ilustres caló hondo en todo el mundo). El centro de gravedad de esta estructura es Román Martínez. A su mirada panorámica y su precisión (de esto depende el ritmo y la salida del equipo) le añade llegada por sorpresa. De hecho, es el segundo goleador del equipo.

La clasificación temprana le permitirá a Lanús regular fuerzas y reservar hombres para la instancia final, si es que así lo desea el DT. Esa prerrogativa y la progresiva consolidación futbolística (con su rebote anímico) lo colocan en inmejorables condiciones de volver a coronarse.

Pero, se sabe, las finales son un capítulo con reglas propias.